Evangelio según san Mateo 19,312
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron, para ponerlo a prueba:
«¿Es lícito a uno despedir a su mujer por cualquier motivo?»
Él les respondió:
«¿No habéis leído que el Creador, en el principio, los creó hombre y mujer, y dijo: "Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne"? De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.»
Ellos insistieron: «¿Y por qué mandó Moisés darle acta de repudio y divorciarse?»
Él les contestó:
«Por lo tercos que sois os permitió Moisés divorciaros de vuestras mujeres; pero, al principio, no era así. Ahora os digo yo que, si uno se divorcia de su mujer –no hablo de impureza– y se casa con otra, comete adulterio.»
Los discípulos le replicaron: «Si ésa es la situación del hombre con la mujer, no trae cuenta casarse.»
Pero él les dijo:
«No todos pueden con eso, sólo los que han recibido ese don. Hay eunucos que salieron así del vientre de su madre, a otros los hicieron los hombres, y hay quienes se hacen eunucos por el reino de los cielos. El que pueda con esto, que lo haga.»
Señor Jesús, es locura a donde puede llegar nuestra terquedad, siendo la verdad y la realidad tan claras.
Si en el matrimonio los esposos se prometen fidelidad todos los días de su vida, ¿cómo se puede vanalizar que esos compromisos y promesas se rompan en cualquier momento? Así es de frágil nuestra condición humana, que ni los compromisos más vitales somos capaces de cumplir.
Señor Jesús, que sabes cuanto sufren los cónyuges separados, alivia su dolor y que este tenga valor redentor.