Evangelio según san Lucas: 7,1117


En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío.

Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba.

Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo:

«No llores.»

Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo:

«¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!»

El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.

Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo:

«Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.»

La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera. 




Señor Jesús, nos unimos a las súplicas y lloros de todas las madres para pedirte por los hijos perdidos en el vicio y muertos por el pecado. También por las que vieron partir a sus hijos a la eternidad y lloran su ausencia.

Tu corazón compasivo puede aliviar toda la pena y dar sentido a su dolor.

Sigue Jesús, al lado de todos los jóvenes, mirándoles con cariño, para que sintiéndote a su lado nunca se alejen de tus caminos o se vuelvan a ti si andan perdidos. Todo para tu gloria, Jesús.