Evangelio según san Juan 15, 1-8


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.

Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.

Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.

Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.

Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.

Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.»




Señor Jesús, admiramos la obra de la gracia en uno de tus hijos fieles, San Rafael Arnaiz, que sin vivir más que 27 años, colmó la medida del amor y entrega a ti desde su cruz.

Cómo podría haber sufrido y seguido la vocación que le inspiraste, sino fuera por su amor total a ti. La Madre que nos regalaste fue para él imprescindible. ¿En qué regazo, sino en el de María,  se apoyaba en sus horas de inmensa soledad, hambre, dolor, frío, oscuridad?

Danos a todos, Señor Jesús, la fortaleza para sobrellevar con amor las horas difíciles y oscuras. Todo para dar el fruto que glorifique al Padre.