Na 2,1-3; 3,1-3.6-7
Mirad sobre los montes los pies del heraldo
que pregona la paz,
festeja tu fiesta, Judá;
cumple tus votos,
porque «Sin–provecho» no volverá a pasar por ti,
pues ha sido aniquilado.
Porque el Señor restaura la gloria de Jacob
y la gloria de Israel;
le habían desolado los salteadores,
habían destruido sus sarmientos.
Ay de la ciudad sangrienta,
toda ella mentirosa,
llena de crueldades,
insaciable de despojos.
¡Escuchad: látigos, estrépito de ruedas,
caballos al galope, carros rebotando,
jinetes al asalto, llamear de espadas,
relampagueo de lanzas,
muchos heridos, masas de cadáveres,
cadáveres sin fin, se tropieza en cadáveres.
Arrojaré basura sobre ti,
haré de ti un espectáculo vergonzoso.
Quien te vea, se apartará de ti, diciendo:
–Desolada está Nínive, ¿quién lo sentirá?,
¿dónde encontrar quien te consuele?
Lectura sálmica: Dt 32,35cd-36ab.39abcd.41
Yo doy la muerte y la vida.
El día de su perdición se acerca
y su suerte se apresura.
Porque el Señor defenderá a su pueblo
y tendrá compasión de sus siervos.
Pero ahora mirad: Yo, soy yo,
y no hay otro fuera de mí:
yo doy la muerte y la vida,
yo desgarro y yo curo.
Cuando afile el relámpago de mi espada
y tome en mi mano la justicia,
haré venganza del enemigo
y daré su paga al adversario.
Mt 16,24-28
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará.
¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si malogra su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla?
Porque el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.
Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin antes haber visto llegar al Hijo del Hombre con majestad.