En aquel tiempo, subió Jesús a la barca, y sus discípulos lo siguieron.
De pronto, se levantó un temporal tan fuerte que la barca desaparecía entre las olas; él dormía.
Se acercaron los discípulos y lo despertaron, gritándole:
-«¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!»
Él les dijo:
-«¡Cobardes! ¡Qué poca fe!»
Se puso en pie, increpó a los vientos y al lago, y vino una gran calma.
Ellos se preguntaban admirados:
-«¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!»
Señor Jesús, me ocurre como a los Apóstoles, que todavía no te conozco bien ni tengo suficiente fe. Eres dueño del universo y a tu voz todo lo creado te obedece. ¿También yo? Me resisto a obedecerte; me olvido de que la salvación está en ti y no en mis esfuerzos. Sálvame, Señor, hazme sentir tu presencia en las tormentas por las que tenga que pasar.