Hb 5,7-9
Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.
Sal 30,2-3a.3b-4.5-6.15-16.20:
Sálvame, Señor, por tu misericordia.
En ti, Yahveh, me cobijo,¡oh, no sea confundido jamás!
¡Recóbrame por tu justicia, líbrame, tiende hacia mí tu oído, date prisa!
Sé para mí una roca de refugio, alcázar fuerte que me salve;
pues mi roca eres tú, mi fortaleza, y, por tu nombre, me guías y diriges.
Sácame de la red que me han tendido, que tú eres mi refugio;
en tus manos mi espíritu encomiendo, tú, Yahveh, me rescatas.
Mas yo confío en ti, Yahveh, me digo: "¡Tú eres mi Dios!"
Está en tus manos mi destino, líbrame
de las manos de mis enemigos y perseguidores;
¡Qué grande es tu bondad, Yahveh!
Tú la reservas para los que te temen, se la brindas a los que a ti se acogen,
ante los hijos de Adán.
Secuencia de «La Madre piadosa…» (Stabat Mater)
La madre piadosa estaba
junto a la Cruz y lloraba,
mientras el Hijo pendía.
Cuya alma triste y llorosa,
traspasada y dolorosa,
fiero cuchillo tenía.
Oh, cuán triste y afligida
se vio la Madre escogida,
de tantos tormentos llena.
Cuando triste contemplaba
y dolorosa miraba
del Hijo amado la pena.
Y ¿cuál hombre no llorara
y a la Madre contemplara
de Cristo en tanto dolor?
Y ¿quién no se entristeciera,
piadosa Madre, si os viera
sujeta a tanto rigor?
Por los pecados del mundo
vio Jesús en tan profundo
tormento la dulce Madre;
Y muriendo al Hijo amado,
que rindió, desamparado,
el espíritu a su Padre.
Oh Madre, fuente de amor,
hazme sentir tu dolor
para que llore contigo.
Y que por mi Cristo amado,
mi corazón abrasado
más viva en él que conmigo.
Y porque a amarte me anime
en mi corazón imprime
las llagas que tuvo en sí.
Y de tu Hijo, Señora,
divide conmigo ahora
las que padeció por mí.
Hazme contigo llorar
y de veras lastimar
de su pena mientras vivo.
Porque acompañar deseo
en la Cruz, donde le veo
tu corazón compasivo.
Virgen de vírgenes santas,
llore yo con ansias tantas
que el llanto dulce me sea.
Porque tu pasión y muerte
tenga en mi alma de suerte
que siempre sus penas vea.
Haz que su Cruz me enamore;
y que en ella viva y more,
de mi fe y amor indicio.
Porque me inflame y encienda
y contigo me defienda
en el día del juicio.
Haz que me ampare la muerte
de Cristo, cuando en tan fuerte
trance vida y alma estén.
Porque cuando quede en calma
el cuerpo, vaya mi alma
a su eterna gloria. Amén.
Evangelio según san Lucas 2,33-35:
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María su madre:
–Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.