El pasado 2 de febrero, dos agentes del FBI, Laura Schwartzenberger y Daniel Alfin, murieron en Sunrise (Florida) cuando iban a detener a un hombre implicado en una red de pornografía infantil. El asesino, que hirió también a otros tres miembros de la policía, les acribilló con disparos de un fusil de asalto antes de suicidarse.
Era la primera vez desde 2008 en que dos miembros de este cuerpo policial morían en acción. La tasa de mortalidad en el FBI es baja por comparación con otras fuerzas de seguridad. Aunque investigan delitos graves y grupos extremadamente violentos -desde terrorismo a mafias de la droga-, su intervención suele ser muy planeada, a diferencia de las policías locales y estatales, que acuden normalmente al lugar del delito cuando se está cometiendo.
Los dos agentes muertos estaban especializados en los delitos contra menores, y en particular la pornografía infantil. Alfin, de 36 años, era considerado una pieza clave en estas investigaciones, como la que en 2017 permitió el arresto de 548 personas, entre ellas 25 productores de ese material, y la identificación o rescate de 55 niños víctimas.
Laura, de 43 años, que había pertenecido a los SWAT del FBI, estaba destinada en el mismo servicio que Alfin desde hace siete años. Además de su trabajo como investigadora, realizaba una intensa labor educativa en las escuelas de Florida, para enseñar a los alumnos a protegerse contra los pornógrafos y otros delitos digitales. Todos los años mantenía diversas conferencias para orientarles en el uso de las redes sociales.
"Respondía a los estudiantes directamente, con delicadeza pero con firmeza, recordándoles siempre cómo es el mundo real", declararon a la CNN los responsables de uno de los centros que la llamaban. Solía decirles: "Que venga a veros y hablaros aquí de estas cosas tan duras significa que no quiero veros más adelante en el ejercicio de mi trabajo".
Laura estaba casada y tenía dos hijos. Era católica y catequista en la parroquia de María Auxiliadora en Parkland (Florida). El arzobispo de Miami, Thomas Wenski, celebró allí una misa funeral por su alma el 6 de febrero. En la homilía recordó que los agentes de la ley se juegan la vida "para protegernos de la barbarie, defienden nuestra comunidad para que sea precisamente eso, una comunidad, y no una selva".
"Laura creía en Dios", señaló monseñor Wenski: "Ella no solo vivía su fe, sino que la compartía, no solo con su familia, sino con los niños a quienes daba clase en el programa de educación religiosa de la parroquia de María Auxiliadora".
E invitó a los presentes a dirigirse a la Madre de Dios para pedir por el alma de Laura rezando como lo hacía ella: "Rezaba en esta iglesia, en su hogar, con sus alumnos de la clase de religión, con sus hijos".
También el director del FBI, Christopher Wray, destacó la religiosidad de Laura en el homenaje que le tributó el cuerpo: "He sabido que Laura era una mujer de fe, una católica devota que asistía a la iglesia de María Auxiliadora. Era una parte importante de su vida y una parte de lo que ella era en todo lo que hacía. No importa lo duros que fueran sus días ni lo difícil que resultase proteger a los niños del mal: Laura conservó esa fe... El auténtico servicio es una prueba. Es un acto de fe. Y Laura tenía fe. Fe en la gente. Fe en la misión que estaba llamada a realizar. Ella alimentó esa fe, la compartió y la vivió todos los días".
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