En Estados Unidos celebran 50 años de reintroducción del diaconado permanente en la Iglesia Católica y es el país que tiene más ministros de este tipo. El diácono permanente puede ordenarse aunque sea un hombre casado, con permiso de su esposa (pero no puede casarse si enviuda, ni si era soltero antes de ordenarse).
Es un colaborador del obispo, que le puede destinar a todo tipo de tareas en la diócesis, aunque mantenga su trabajo civil para atender a su familia y estar presente en el mundo laboral. Lee el Evangelio en misa, puede predicar y bendecir, tiene una misión de servicio en caridad, preside bodas, bautizos y entierros y en la práctica, excepto consagrar y confesar, puede realizar casi todas las funciones de un sacerdote.
En el Arlington Catholic Herald cuentan el testimonio de Atanacio Sandoval, un diácono permanente que huyó en su juventud de la guerra civil en El Salvador. Allí nunca conoció un diácono permanente. Hoy, con 48 años, casado y con dos hijos, él lo es en la parroquia de San Juan Neumann de Reston. El párroco de la iglesia, el sacerdote oblato Thomas E. Murphy, sabiendo que su familia era devota, le invitó con un simple: “¿Por qué no te haces diácono?”
Escasean los diáconos hispanos
Fue ordenado en 2015 y es el único clérigo de la parroquia que habla español. “En una diócesis que es hispana al 45%, solo 11 de los 93 diáconos permanentes son hispanos”, explica el diario católico. Así que Atanacio tiene que atender peticiones de feligreses hispanos de lugares bastante lejanos.
Profesionalmente, se dedica a la construcción y renovación de edificios. Su jornada laboral acaba a las 14.30. Desde las 4 hasta las 7 de la tarde trabaja pastoralmente, a menudo con adolescentes en problemas por malas compañías, depresión o en un entorno de drogas.
La esposa, coordinadora de pastoral hispana
Su esposa Celia es la coordinadora de pastoral hispana de la parroquia. A menudo es ella la que le envía a atender personas a horas intempestivas. Un día ella le pidió que acudiese a atender a un enfermo a la hora de cenar. “Lo haré mañana”, dijo él. “No, vete ahora”, dijo ella. Él acudió al enfermo… que murió al día siguiente. “Dios me da mucho trabajo pastoral a través de ella”, dice Atanacio.
Huyendo de la guerra civil de El Salvador
En 1989, cuando tenía 19 años, Atanacio fue reclutado a la fuerza en el ejército salvadoreño. En el conflicto de 1980 a 1992 entre el Frente Farabundo Martí y las fuerzas gubernamentales, murieron más de 75.000 civiles, un 85%, según Naciones Unidas, a manos de escuadrones de la muerte ligados al gobierno, según recoge el diario norteamericano.
Sandoval se escapó del ejército al poco tiempo de ser reclutado y se sumó a decenas de miles de salvadoreños que huyeron a Estados Unidos. Le costó dos meses y medio llegar a Texas y realizó la mayor parte del camino a pie.
Un coyote (traficante de personas) le llevó hasta Guatemala. Después, les abandonó allí dos semanas, para recogerlos en el último día y llevarlos a México caminando por la noche. De día dormían en bosques y plantaciones de plátanos.
Robados por policías mexicanos
La policía mexicana le encontró a él y a otros compañeros migrantes cuando dormían. La policía le despertó. Él intentaba hacerse el dormido, el aturdido, pero ellos le decían: “Levántate, sabemos que nos oyes” y le insultaban. Hoy se ríe por sus estrategias inocentes con las que intentaba disimular.
Aquellos policías no querían detenerles: solo robarles. Se quedaron todo su dinero y los dejaron marchar.
Una semana después llegaron al Río Grande, la frontera con EEUU. Para cruzarlo en un cacharro flotante cada migrante debía pagar 250 dólares que sus familias recaudarían. El cacharro flotaba, lleno de gente… pero uno cayó al agua… y resultó que no cubría, que llegaba solo a la cintura. “Los contrabandistas solo querían dinero fácil, pero al ver eso todos nos pusimos a correr por el agua y ellos no cobraron nada”, recuerda.
Una vez en EEUU esperaba que una prima en Houston lo acogiera, pero la prima ahora tenía un novio muy celoso que no quería tener un jovencito en casa. Le acogió otro pariente, un tío en Washington. Allí un compañero le presentó a Celia. Y llevan casados ya 26 años.
La mujer del señor diácono
Celia siempre estuvo implicada en el servicio a la Iglesia, incluso de niña. Cuando a su marido le ofrecieron hacerse diácono hace unos años, expresó su completo apoyo. Ahora, el diácono y la señora del diácono son un equipo, también en el sentido pastoral.
Ambos están convencidos de que los parroquianos hispanos, con su cultura particular, necesitan una acogida especial, de escucha, tiempos, paciencia… Y buscan más posibles vocaciones entre los hispanos devotos que conocen.
Atanacio les dice a posibles candidatos a la vocación diaconal que no se dejen intimidar, y se pone como ejemplo: “Mira de dónde vengo”, les dice. Lo importante, insiste, es escuchar y responder a la llamada de Dios.