Para ello, el arzobispo ha dirigido a los sacerdotes y responsables de la diócesis unas completas directrices de cómo implementar este texto en la pastoral de Filadelfia. Y lo hace de manera exhaustiva, diferenciando todos los casos. Y distingue las actuaciones dependiendo de si son matrimonios católicos, divorciados y separados que no se han vuelto a casar o que sí se han casado después civilmente, parejas que cohabitan sin estar casadas, personas con atracción hacia el mismo sexo y el caso de las parejas del mismo sexo.
Por su interés reproducimos las indicaciones de monseñor Chaput:
La Exhortación Apostólica "Amoris Laetitia" completa la reflexión sobre la familia llevada a cabo por los Sínodos de 2014 y 2015, una reflexión que ha visto implicado al mundo entero.
Al publicar "Amoris Laetitia", el Papa Francisco hace un nuevo llamamiento a la Iglesia para renovar e intensificar la proclamación misionera cristiana de la misericordia de Dios, a la vez que presenta, de manera más persuasiva, la enseñanza de la Iglesia acerca de la naturaleza de la familia y el sacramento del matrimonio. "Amoris Laetitia" tiene partes de excepcional belleza y utilidad sobre la naturaleza de la vida familiar y el amor marital. A lo largo del próximo año (201617), éstas serán un recurso clave para revisar y actualizar los programas de preparación al matrimonio en nuestra archidiócesis de Filadelfia.
Con ello, el Santo Padre, en unión con toda la Iglesia, espera fortalecer a las familias ya existentes y tender la mano a quienes han fracasado en su matrimonio, incluyendo a todos los que están marginados de la vida de la Iglesia.
Por consiguiente, "Amoris Laetitia" llama a un acompañamiento sensible de aquellas personas que, con una comprensión imperfecta de la enseñanza cristiana sobre el matrimonio y la vida familiar, tal vez no vivan de acuerdo a la fe católica, pero desean estar más integradas en la vida de la Iglesia, incluidos los sacramentos de la penitencia y la eucaristía.
Las declaraciones del Santo Padre parten de la interpretación católica clásica, clave para la teología moral, de la relación entre la verdad objetiva sobre lo que está bien y lo que está mal -por ejemplo, la verdad sobre el matrimonio revelado por el propio Jesús- y cómo entiende y aplica cada persona esta verdad a las situaciones particulares según el juicio de su conciencia. La enseñanza católica deja en claro que la conciencia subjetiva del individuo nunca puede ir contra la verdad moral objetiva, como si la conciencia y la verdad fueran dos principios rivales a la hora de tomar decisiones que atañen a la moral.
Como escribió San Juan Pablo II, una visión así "pone en discusión la identidad misma de la conciencia moral ante la libertad del hombre y ante la ley de Dios... La conciencia, por tanto, no es una fuente autónoma y exclusiva para decidir lo que es bueno o malo" (Veritatis Splendor 56, 60). Más bien, "la conciencia es la aplicación de la ley a cada caso particular" (Veritatis Splendor 59). La conciencia está sostenida por la ley moral objetiva y debe ser formada por ésta, porque "la verdad sobre el bien moral, manifestada en la ley de la razón, es reconocida práctica y concretamente por el juicio de la conciencia" (Veritatis Splendor 61).
Pero personas con buenas intenciones pueden errar en cuestiones de conciencia, sobre todo en una cultura que está profundamente confundida sobre temas complejos en relación al matrimonio y la sexualidad, por lo que pueden no ser totalmente culpables de actuar contra la verdad. Los ministros de la Iglesia, movidos por la misericordia, deberán adoptar un enfoque pastoral sensible en todas estas situaciones; un enfoque paciente, pero también fielmente sabedor de la verdad salvifica del Evangelio y el poder transformador de la gracia de Dios, confiado en las palabras de Jesucristo que promete que "conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Jn 8, 32). Los pastores deberán esforzarse por evitar tanto el subjetivismo que ignora la verdad, como el rigorismo privado de misericordia.
Como todos los documentos magisteriales, "Amoris Laetitia" se entiende mejor cuando se lee a la luz de la tradición de la enseñanza y vida de la Iglesia. De hecho, el propio Santo Padre afirma claramente que ni la enseñanza de la Iglesia ni la disciplina canónica con relación al matrimonio han cambiado: "puede comprenderse que no debía esperarse del Sínodo o de esta Exhortación una nueva normativa general de tipo canónica, aplicable a todos los casos" [Amoris Laetitia 300], un punto reiterado por el Cardenal Schönborn durante la presentación del documento en el Vaticano. La Exhortación del Santo Padre debería leerse, por lo tanto, en continuidad con el gran tesoro de sabiduría entregado por los Padres y Doctores de la Iglesia, por los testimonios de la vida de los Santos, las enseñanzas de los Concilios de la Iglesia y los documentos magisteriales previos.
Como observa "Amoris Laetitia", los obispos deberán acordar el acompañamiento de personas alejadas y heridas con directrices que reflejen fielmente la fe católica [Amoris Laetitia 300]. Las que siguen son las directrices diocesanas para los sacerdotes y diáconos, seminaristas y laicos que trabajan en el ámbito del matrimonio, el ministerio sacramental y la atención pastoral en temas relacionados con la sexualidad humana. Serán efectivos a partir del 1 de julio de 2016.
El matrimonio cristiano es, por su naturaleza, permanente, monógamo y abierto a la vida. La expresión sexual del amor dentro de un matrimonio verdaderamente cristiano está bendecida por Dios: es un vínculo poderoso de belleza y alegría entre el hombre y la mujer. Fue el propio Jesús quien elevó el matrimonio a una nueva dignidad. El matrimonio válido de dos personas bautizadas es un sacramento que confiere gracia y que tiene el potencial de profundizar la vida de la pareja en Cristo, sobre todo a través del privilegio compartido de traer una nueva vida a este mundo y de educar a los hijos en el conocimiento de Dios.
El matrimonio y los hijos son fuente de gran alegría. Hay momentos (como el nacimiento de un hijo) en los que la presencia de Dios es palpable. Pero una vida íntimamente compartida también puede ser causa de estrés y sufrimiento. La fidelidad marital es un encuentro corriente con la realidad, que implica sacrificios reales y la disciplina de subordinar las propias necesidades a las necesidades de los otros.
"Amoris Laetitia" recuerda a los maridos y esposas que su "vida en común…toda la red de relaciones que tejerán entre sí, con sus hijos y con el mundo, estará impregnada y fortalecida por la gracia del sacramento" [Amoris Laetitia 74]. Todo plan pastoral cuyo fin sea apoyar a los matrimonios deberá integrar la enseñanza en la gracia sacramental que tienen a su disposición y, en particular, cómo pueden ser "introducidos" más plenamente en esta fuente de gracia, para que así experimenten el poder del sacramento con el fin de fortalecer su relación; no como una idea, sino como una realidad que tiene un impacto en su vida matrimonial diaria.
Estrechamente relacionado con esto, los pastores deberán insistir en la importancia de la oración común y de la lectura de la Escritura en casa, aprovechando la gracia que les es concedida por acudir con frecuencia a los sacramentos de la confesión y la eucaristía, y a la necesidad de apoyarse mutuamente con la ayuda de amigos y familiares católicos comprometidos. Cada familia es una "iglesia doméstica", pero ninguna familia cristiana puede sobrevivir indefinidamente sin el apoyo de otras familias creyentes. La comunidad cristiana deberá encontrar, de manera especial, modos de comprometerse con familias que llevan el peso de una situación de enfermedad, de revés financiero o de crisis matrimonial, y ayudarlas.
Los pastores se encuentran a menudo con personas cuyos matrimonios pasan por momentos muy difíciles, a veces por razones que parecen inmerecidas, otras por la culpa de uno o de los dos cónyuges. El estado de estar separado o divorciado y, por lo tanto, de estar solo, puede conllevar un gran sufrimiento. Puede significar estar separado de los propios hijos, una vida sin intimidad conyugal y, para algunos, la perspectiva de no tener nunca hijos. Los pastores deberán ofrecer a estas personas amistad y comprensión, les deberán facilitar que conozcan mentores laicos de confianza y ayuda práctica, para que puedan mantenerse fieles incluso bajo presión.
Del mismo modo, las parroquias deberán preocuparse intensamente del bien espiritual de quienes están separados o divorciados desde hace tiempo. Algunas personas, conscientes de que un vínculo matrimonial válido es indisoluble, rechazan en plena conciencia un nuevo vínculo y se dedican a sacar adelante a sus familias y sus deberes cristianos. No tienen ningún obstáculo para recibir la comunión y los otros sacramentos. Desde luego, deben recibir los sacramentos regularmente y merecen el cálido apoyo de la comunidad cristiana, pues demuestran de manera extraordinaria su fidelidad a Jesucristo. Dios les es fiel incluso si sus cónyuges no lo son, una verdad que los católicos deben reforzar.
En algunos casos, uno puede preguntar, de manera razonable, si el vínculo matrimonial original era válido y si existen las bases para un decreto de nulidad (una "anulación"). En nuestro tiempo, dichas bases no son raras. Las personas que atraviesan estas circunstancias deberán ser apoyadas firmemente para que busquen la ayuda de un tribunal matrimonial eclesiástico. La investigación, en estos casos, debe estar guiada siempre por la verdad de la situación: ¿existió un matrimonio válido? Los decretos de nulidad no son un remedio automático o un derecho. No pueden ser concedidos de manera informal o privada por pastores o sacerdotes individualmente. Porque el matrimonio es una realidad pública, y porque determinar la validez de un matrimonio tiene efecto sobre las vidas, los derechos y los deberes de todas las partes implicadas, se debe llevar a cabo un proceso canónico y la autoridad competente debe decidir según la ley canónica. Dichas cuestiones requieren que quienes lleven a cabo la investigación sean compasivos y, al mismo tiempo, estén atentos a la verdad. Estas cuestiones se deben investigar oportunamente, respetando los derechos de todas las partes y asegurando que todos tengan acceso a los procedimientos de nulidad.
Monseñor Chaput, durante el Encuentro Mundial de las Familias que se celebró en Filadelfia
"Amoris Laetitia" manifiesta una preocupación especial hacia los católicos divorciados y que se han vuelto a casar por lo civil. En algunos casos, un primer vínculo matrimonial válido puede no haber existido nunca. Una investigación canónica del primer matrimonio llevada a cabo por el tribunal eclesiástico puede ser adecuada. En otros, el primer vínculo matrimonial de uno o de ambas partes casadas por lo civil puede ser válido. Esto impediría cualquier matrimonio sucesivo. Si tienen hijos del matrimonio original, tienen el importante deber de educarles y cuidar de ellos.
Los divorciados que se han vuelto a casar deben ser acogidos en la comunidad católica. Los pastores deberán asegurarse de que estas personas no se consideren como "fuera" de la Iglesia. Al contrario, como personas bautizadas, pueden (y deben) compartir su vida. Están invitadas a ir a misa, a rezar y a tomar parte en las actividades de la parroquia. Sus hijos, ya sean del matrimonio original como de la relación actual, son parte integrante de la vida de la comunidad católica y deben ser educados en la fe. Las parejas deben sentir el amor que merecen de sus pastores y de toda la comunidad como personas hechas a imagen de Dios y que comparten la fe cristiana.
Al mismo tiempo, como observa "Amoris Laetitia", los sacerdotes deberán "acompañar [a los divorciados que se han vuelto a casar] en el camino del discernimiento de acuerdo a la enseñanza de la Iglesia y las orientaciones del Obispo. En este proceso será útil hacer un examen de conciencia, a través de momentos de reflexión y arrepentimiento. Los divorciados vueltos a casar deberían preguntarse cómo se han comportado con sus hijos cuando la unión conyugal entró en crisis; si hubo intentos de reconciliación; cómo es la situación del cónyuge abandonado; qué consecuencias tiene la nueva relación sobre el resto de la familia y la comunidad de los fieles; qué ejemplo ofrece esa relación a los jóvenes que deben prepararse al matrimonio" [Amoris Laetitia 300]. Sigue "Amoris Laetitia": "Se trata de un itinerario de acompañamiento y de discernimiento que 'orienta a estos fieles a la toma de conciencia de su situación ante Dios… este discernimiento no podrá jamás prescindir de las exigencias de verdad y de caridad del Evangelio propuesto por la Iglesia'" [Amoris Laetitia 300].
A la luz de esto, los sacerdotes deberán ayudar a los divorciados que se han vuelto a casar por lo civil a formar sus conciencias según la verdad. Este es un verdadero trabajo de misericordia, que debe ser realizado con paciencia, compasión, con el deseo genuino del bien para todos los implicados, con sensibilidad por las heridas de cada una de las personas, guiándolas con amabilidad hacia el Señor. Su fin no es la condena, sino lo opuesto: una reconciliación plena de la persona con Dios y su prójimo, y la restauración de la plena comunión con Jesucristo y la Iglesia.
De hecho, los pastores deberán transmitir fielmente la enseñanza católica a todos, incluidos los divorciados que se han vuelto a casar, tanto en el confesionario como públicamente. Deberán hacerlo con gran confianza en el poder de la gracia de Dios, sabiendo que, cuando es dicha con amor, la verdad sana, construye y libera (cfr. Jn 8, 32).
¿Pueden los divorciados que se han vuelto a casar por lo civil recibir los sacramentos? De una manera general, todos los miembros bautizados de la Iglesia son siempre, en principio, invitados a acercarse a los sacramentos. Las puertas del confesionario están siempre abiertas para los arrepentidos y contritos de corazón. Pero, ¿qué pasa con la comunión? Todo católico, no sólo los divorciados que se han vuelto a casar, debe confesar sacramentalmente los distintos pecados serios de los que es consciente, con el firme propósito de cambiar, antes de recibir la Eucaristía. En algunos casos, la responsabilidad subjetiva de la persona por una acción pasada puede haber disminuido. Pero la persona debe seguir arrepintiéndose y renunciar al pecado, con el firme propósito de enmienda.
La Iglesia requiere de las personas divorciadas y casadas de nuevo por lo civil que se abstengan de intimidad sexual. Esto se aplica también a los casos en que ellos deban vivir (por el bien de sus hijos) bajo el mismo techo. Vivir como hermano y hermana es necesario para que los divorciados que se han vuelto a casar reciban la reconciliación en el sacramento de la penitencia, que abre el camino a la eucaristía. Se anima a estas personas a acercarse al sacramento de la penitencia regularmente, pudiendo recurrir a la gran misericordia de Dios en este sacramento si fracasan en la castidad.
Incluso para aquellos que, por el bien de los hijos, viven bajo el mismo techo en casta continencia y han recibido la absolución, por lo que son libres del pecado personal, permanece el infeliz hecho -hablando objetivamente- de que su estado público y condición de vida en la nueva relación son contrarios a la enseñanza de Cristo contra el divorcio. Por lo tanto y de manera concreta: cuando los pastores den la comunión a personas divorciadas que se han vuelto a casar que intentan vivir de manera casta, lo deben hacer de un modo tal que eviten dar escándalo o que implique que la enseñanza de Cristo puede ser obviada. También en otros contextos hay que tener cuidado para evitar dar la apariencia involuntaria de que se apoya el divorcio y el nuevo matrimonio civil; por lo tanto, las personas divorciadas que se han vuelto a casar no deben tener puestos de responsabilidad en la parroquia (por ejemplo, en el consejo parroquial) y tampoco deben llevar a cabo ministerios o funciones litúrgicas (por ejemplo, lector o ministro extraordinario de la comunión).
Esto es difícil para muchos, pero cualquier cosa inferior a esto sería engañar a las personas sobre la naturaleza de la eucaristía y la Iglesia. La gracia de Jesucristo es mucho más que un cliché piadoso; es una real y poderosa semilla de cambio en un corazón creyente. Las vidas de muchos santos son testimonio de que la gracia puede salvar a grandes pecadores y, por su poder de sanación interior, rehacerlos a una vida de santidad. Los pastores y todos los que trabajan al servicio de la Iglesia deberán promover incansablemente la esperanza en este misterio salvífico.
El arzobispo contempla las distintas posibilidades con las que se pueden encontrar los sacerdotes
La cohabitación de parejas no casadas es muy común ahora y a veces está alentada por la conveniencia, el miedo a un compromiso perdurable o por el deseo de "probar" la vida en relación. Algunas parejas retrasan el matrimonio hasta que pueden permitirse una gran celebración nupcial. Muchos niños nacen de estas uniones irregulares. A menudo las parejas que cohabitan y utilizan anticonceptivos y que comienzan el Rito de Iniciación Cristiana para Adultos (RICA), o que buscan volver a la fe católica, son sólo vagamente conscientes de los problemas creados por su situación.
Al trabajar con estas parejas, los pastores deberán considerar dos cuestiones. Primero, ¿han tenido hijos? Existe una obligación natural en la justicia a que los padres cuiden de sus hijos. Y los hijos tienen el derecho natural a ser cuidados y educados por ambos padres. Los pastores deberán intentar, en la medida de lo posible y cuando sea viable, que se establezca un compromiso matrimonial y reforzar la relación existente cuando una pareja ya tiene hijos junta. Segundo, ¿tiene la pareja la suficiente madurez para transformar su relación en un matrimonio comprometido de manera permanente? A veces las parejas que cohabitan evitan comprometerse de una manera permanente porque a uno de ellos, o a ambos, les falta mucha madurez o porque existe algún obstáculo significativo que impide formar una unión válida. Aquí la prudencia juega un papel vital. Cuando una u otra persona no es capaz de casarse, o no quiere comprometerse en el matrimonio, el pastor deberá instarles a separarse.
Cuando la pareja está dispuesta a contraer matrimonio, hay que invitarla a vivir en castidad hasta que estén sacramentalmente casados. Esto será para ellos un desafío, pero de nuevo, con la ayuda de la gracia, el dominio de uno mismo es posible. Y este ayuno de la intimidad física es un poderoso elemento para la preparación espiritual de una vida juntos para siempre. (Obviamente, hay que ayudar a las personas a ser conscientes de su situación ante Dios, para que puedan confesarse ampliamente antes de la boda y empezar así su vida matrimonial con alegría en el Señor).
Las parejas que no tienen hijos deben prepararse al matrimonio viviendo separadamente. Cuando una pareja que cohabita tiene hijos, por el bien de estos tal vez deberán seguir viviendo juntos, pero en castidad.
La misma llamada a la castidad y la santidad de vida se aplica por igual a todas las personas, ya estén atraídas por el mismo sexo o por el sexo opuesto. La atención pastoral de las personas con atracción hacia el mismo sexo (AMS) debe ser guiada por el mismo amor y respeto que la Iglesia ofrece a todo el mundo. Los ministros de la Iglesia deberán reiterar a estas personas que son amadas por Dios, que Jesús desea que reciban su legado como hijos e hijas adoptivos del Padre y que, como cada cristiano, esto es posible a través del don de la gracia.
Quienes trabajan en el ministerio pastoral se encuentran a veces con personas que tienen diversas formas de atracción hacia el mismo sexo. Muchas de ellas han encontrado la posibilidad de vivir la vocación al matrimonio cristiano y tienen hijos, a pesar de seguir experimentando un cierto grado de AMS. Otras encuentran esto difícil. Debido a que el matrimonio cristiano y los hijos es un gran bien, los que se sienten incapaces de abrazar este bien pueden sufrir un sentido de pérdida o de soledad. Y, como les sucedes a los que están atraídos por el sexo opuesto, pueden encontrar que vivir la castidad es muy difícil. La atención pastoral de estas personas no deberá perder nunca de vista su llamada individual a la santidad y a la unión con Jesucristo, y que el poder de la gracia de Dios puede hacer que esto sea una posibilidad real en sus vidas.
La fe católica, arraigada en las Escrituras, reserva todas las expresiones de intimidad sexual al hombre y a la mujer unidos en un matrimonio válido. Mantenemos que esta enseñanza es verdadera y no se puede cambiar, vinculada como está a nuestra naturaleza y nuestro fin como hijos de un Dios amor que desea nuestra felicidad. Por consiguiente, quienes sienten AMS están llamados a luchar para vivir castamente por el reino de Dios. En este intento necesitarán apoyo, amistad y comprensión si fracasan. Se les deberá aconsejar, como a todos, que recurran con frecuencia al sacramento de la penitencia, donde deberán ser tratados con amabilidad y compasión. De hecho, muchas personas, con la ayuda de la gracia y los sacramentos, viven una vida cristiana heroica y ejemplar.
Cuando dos personas del mismo sexo se presentan abiertamente en una parroquia como pareja del mismo sexo (incluidos los que han entrado, bajo la ley civil, en la unión de parejas del mismo sexo), los pastores deberán juzgar prudentemente el modo mejor de gestionar la situación, tanto en favor del auténtico bien espiritual de las personas involucradas, como por el bien común de la comunidad de creyentes. Es importante recordar que algunas parejas del mismo sexo viven en casta amistad y sin intimidad sexual y que muchos pastores han tenido la experiencia de acompañar a estas parejas. La Iglesia acoge a todos los hombres y mujeres que buscan honestamente encontrar a Dios, cualesquiera que sean sus circunstancias. Pero dos personas del mismo sexo que vivan una relación activa y pública, no importa lo sincera que sea, ofrecen un serio contra-testimonio de la fe católica y lo único que pueden ocasionar en la comunidad es confusión moral. Este tipo de relación no puede ser aceptada en la vida de la parroquia sin que se deteriore la fe de la comunidad, sobre todo la de los niños.
Por último, quienes viven abiertamente el estilo de vida de las parejas del mismo sexo no pueden tener ninguna posición de responsabilidad en la parroquia, y tampoco deben llevar a cabo ningún ministerio o función litúrgica.