La tercera estatua más alta de Estados Unidos lleva la imagen de Nuestra Madre Santísima y se apoya sobre la línea de división continental de las Montañas Rocosas, a una altitud de 914 metros por encima de la ciudad donde crecí. La enorme estatua de acero de 27 metros y 16 toneladas se llama Our Lady of the Rockies [Nuestra Señora de las Rocosas] y vela sobre Butte (Montana, Estados Unidos).

Para ser una de las mayores maravillas de la ingeniería del mundo, es una joya que está siendo descubierta muy lentamente. Desde que fue construida en 1985, gentes de todo el mundo han viajado en número creciente hasta este remoto puesto fronterizo para verla.

Pero ¿cuál es la historia de esta estatua?

Como veremos enseguida, Nuestra Señora de las Rocosas es una expresión de la ciudad de Butte, a la que está íntimamente ligada. La magnífica imagen de la Santísima Virgen María está instalada en la cima de la montaña, justo al este de la ciudad. Es visible desde kilómetros alrededor, un icono para los habitantes de Butte y para los innumerables viajeros que pasan por la autopista Interestatal 90. Esta Virgen, y el pueblo que la puso ahí, reflejan una increíble historia de adaptación, innovación y confianza en Dios.




Butte empezó siendo un humilde campo de minas de plata hasta que el descubrimiento en 1880 de unas ricas vetas subterráneas de cobre coincidió con la llegada de la electricidad y de un voraz apetito de hilo telefónico y de conducción. De la noche a la mañana, masas de mineros y trabajadores llegaron a Buttle desde todas las partes del mundo, entre ellas Inglaterra, Italia, Eslovaquia, China y sobre todo la católica Irlanda. La economía de Butte se disparó como un cohete.

A medida que redes de túneles de kilómetros de largo crecían bajo tierra, en la superficie la ciudad florecía a base de barrios de diversidad étnica, una bella arquitectura y una oferta cultural sofisticada. Lo que en tiempos había sido una colección de tiendas alrededor de un río fangoso creció hasta una población de 90.000 personas, convirtiéndose en algún momento en la mayor ciudad entre St. Louis y San Francisco. Muy bien podía ser la mayor productora de cobre del mundo, y se decía que había más irlandeses en Butte que en Irlanda.

Las riquezas de Butte eran también espirituales. Puesto que una amplia mayoría de los mineros provenían de Italia, Alemania e Irlanda, también prosperó el catolicismo. Hacían falta fe y determinación para apretujarse en los ascensores de la mina y descender en picado cientos de metros hasta los túneles oscuros, calurosos y sucios, donde formaban, equipados con barrenas, detonadores y agallas de minero para extraer el mineral que iluminaba las ciudades e impulsaba el progreso.


Butte, en sus momentos de esplendor industrial: "La colina más rica del mundo", reza la leyenda de la imagen.


Un antiguo residente en Butte, John W. Blewett, describe la atmósfera católica en su obra Riches Above, Riches Below [Riqueza arriba, riqueza abajo]: "Una de las misas en las que me gustaba hacer de monaguillo era la de las 5:15 de la mañana en nuestra parroquia. La iglesia estaba llena de mineros con sus bolsas de comida. En algunas ocasiones sus mujeres e hijos también estaban con ellos a una hora tan temprana. Para todos ellos, la Santísima Eucaristía era el primero y más importante alimento que tomaban en el día. Cuando concluía la misa y terminábamos de pedir a San Miguel la protección de Dios, los mineros se encaminaban a lo que se denominaba ´la colina más rica de la tierra´... Sabiendo que alguno de ellos podía no regresar vivo de la mina, confortaba saber que ellos ya habían ofrecido las oraciones, trabajos, alegrías y sufrimientos del día a Jesús por medio del Corazón Inmaculado de María".

Si lo completamos con los picnic cuando había bautizos, las procesiones eucarísticas, las juergas del día de San Patricio y las veladas irlandesas, el catolicismo entretejía la vida diaria en Butte. La ciudad llegó a presumir de sus diez iglesias católicas, siete parroquias y nueve colegios católicos, y era conocida en todo el estado como un rico manantial de vocaciones religiosas.


Por desgracia, la fuente de la prosperidad material de Butte se secó pronto. A medida que disminuyó la demanda de cobre y la industria minera se expandió internacionalmente, las minas y la economía de Butte se hundieron terriblemente en picado. Hacia 1975 casi todas las minas se habían cerrado, haciendo tambalearse a toda la comunidad.

Con la pérdida de miles de empleos en la minería, tanto una industria que históricamente había creado millonarios como los trabajos muy bien pagados se esfumaron. Lo que un día fue una ciudad en expansión se hundió hasta una población por debajo de las 40.000 almas. Sus habitantes temieron que Butte se convertiría en una ciudad fantasma.


Electricista durante mucho tiempo en una de las minas de superficie de Butte, Bob O´Bill, sin embargo vivía una complicación de otra naturaleza. En 1979 su mujer cayó gravemente enferma de cáncer y estaba luchando por su vida. Católico devoto, Bob prometió a Dios que levantaría una estatua de la Virgen María de tamaño real si su esposa se curaba.


Bob O´Bill, en el centro de la foto, rodeado de voluntarios durante los trabajos en la estatua.

Milagrosamente, la Sra. O´Bill se recuperó por completo.

Bob estaba trabajando en la mina cuando comentó a sus compañeros de trabajo sus planes de cumplir su promesa y construir una estatua de María. Los mineros (conductores de palas, electricistas, herreros y expertos en explosivos) sorprendieron a Bob diciendo: "Eso no es bastante por la curación de tu esposa. La estatua tiene que ser la mayor del país y ser visible desde todas partes". Así comenzó el plan de poner a María en la montaña.

Muchos se burlaron del proyecto. La tarea era extraordinariamente abrumadora y ridículamente cara. Nadie tenía dinero, y la ciudad estaba al borde de la bancarrota. Sin embargo, al final la idea prendió en la comunidad, especialmente entre los más golpeados por la situación: mineros, ingenieros y metalúrgicos. Ninguno de ellos eran artistas profesionales, ni promotores, ni organizadores, ni figuras públicas. Eran trabajadores de fiambrera temerosos de Dios, no muy distintos a Jesús, el carpintero.


En 1980 una tropa de voluntarios comenzó a preparar con un bulldozer una carretera de 8 kilómetros de rampas hasta la cresta de la montaña, en ocasiones avanzando sólo 3 metros al día, a menudo enfrentándose a situaciones peligrosas, a los elementos o a fallos mecánicos de unos equipos obsoletos. Dos años después, el camino, extremadamente peligroso e irregular, había sido completado, mientras continuaba el trabajo con la estatua.


Un reportaje sobre Nuestra Señora de las Rocosas, en el que se percibe la magnitud de la obra y la dificultad del acceso.

Un héroe extraordinario, Leroy Lee, un hombre que sólo tenía la educación escolar básica y ninguna experiencia en diseño, dirigió a un equipo de soldadores y trabajadores del acero voluntarios -que a menudo trabajaban por la noche y en fines de semana- para ensamblar a Nuestra Señora en una empresa local de equipamiento pesado. La iniciativa implicó a familias enteras; mientras los hombres aplanaban terreno o soldaban piezas, las mujeres y los hijos organizaban cenas y rifas para captar fondos, manteniendo vivo el proyecto con los fondos imprescindibles.

El ingenioso diseño de Lee obligó a construir tres piezas gigantescas. Cada parte, de 20 toneladas, fue subida en peso por un helicóptero de la Guardia Nacional que tuvo que pilotar entre picos escarpados y remolinos de viento.

En una ocasión, el helicóptero fue lanzado por una ráfaga hacia la ladera de la montaña para horror de los trabajadores, cámaras de noticias y espectadores. En vez de saltar del aparato, el piloto logró recuperar el control, contra todo pronóstico. Cuando el helicóptero y el trozo de estatua reaparecieron sobre el pico Saddleback aquella mañana, la gente lloró de alegría.

Cuando, el 17 de diciembre de 1985, la pieza final (la cabeza fuerte y tranquilizadora de Nuestra Señora) fue elevada para llevarla allá, toda la ciudad se paralizó, contemplando nerviosa la escena.



Cuando vieron el proyecto completado, la ciudad prorrumpió en un aplauso. Las sirenas, las campanas de las iglesias y las bocinas dejaron oír su eco a lo largo de todo el valle. Seis años de duro trabajo habían apiñado a una comunidad en problemas. Su sueño se había convertido en una realidad notable, un regalo para las generaciones venideras, tanto los nacidos en Butte como los visitantes.




Los frutos han sido innumerables. Aunque las minas nunca reabrieron a su anterior capacidad, la economía y el ánimo de Butte mejoraron mucho durante la construcción y los años inmediatamente posteriores: el empleo creció, bastantes negocios se abrieron o reabrieron y el último burdel (uno de los pocos que quedaban en la zona) cerró sus puertas.



Hoy, Nuestra Señora de las Rocosas sigue siendo una especie de orgullo de Butte y un faro para todos los que viajan por la Interestatal 90 y para todos los que la ven. Durante el día ella vigila atentamente el valle, y por la noche está iluminada en memoria de los muertos de la ciudad.



Ella es un testamento del espíritu de la ciudad, una actitud adaptativa y positiva y una fe sólida en que por medio de su Hijo todas las cosas son posibles.

Tomado de Cari Filii.
Publicado en The Christian Review.
Traducción de Carmelo López-Arias para Cari Filii.