El cardenal Timothy Dolan, arzobispo de Nueva York y presidente de la conferencia episcopal de Estados Unidos entre 2010 y 2013, ha sido una de las figuras relevantes del pasado sínodo, donde fue uno de los firmantes de la carta de trece cardenales al Papa sobre la forma en la que se estaba intentando predeterminar el resultado de la asamblea sinodal.
Al regresar a su diócesis, escribió una carta pastoral bajo el título Señor, ¿a quién nos tenemos que dirigir? donde fija su posición sobre algunas cuestiones que han sido sujeto de debate.
Respecto a la comunión de los divorciados que se han vuelto a casar por lo civil, afirma que "no pueden acceder a ella mientras continúe la segunda unión conyugal", lo cual "es consecuencia necesaria de las enseñanzas de Jesús sobre el divorcio y un nuevo matrimonio y de lo que enseñó San Pablo el Apóstol sobre estar en un estado de gracia para recibir la Sagrada Comunión... La Iglesia, si quiere permanecer fiel a la enseñanza de Cristo, no pueden admitirles a la Comunión".
Además, tomando una imagen del cardenal arzobispo de Toronto, Thomas Collins, invita a abordar la relación de la Iglesia con los fieles en dificultades según el modelo de Jesucristo con los discípulos de Emaús tras su Resurrección: "Acercarnos, acompañar, preguntar, escuchar, reprochar la falta de fe, enseñar la verdad del Evangelio, revelar a Cristo, devolver la esperanza, convertir, hacer volver a la Iglesia".
Dolan hace especial hincapié en que es obligado predicar la conversión: "Si sólo acompañamos y no convertimos, lo que estamos haciendo es simplemente caminar al lado de las personas más profundamente en la noche, lejos de la comunidad de fe de Jerusalén. Si sólo preguntamos y escuchamos, estamos escondiendo a las personas la noticia de la Salvación que puede sanarlas".
Y recuerda que, junto a estas personas que caminan en la oscuridad, hay "una nueva minoría" que, "confiando en la gracia y misericordia de Dios, luchan por la virtud y la fidelidad… Esta gente maravillosa se siente a menudo, hoy, una minoría, ciertamente en la cultura, pero a veces ¡incluso en la Iglesia!". Y muestra, con el sínodo, su "estima, apoyo y ánimo para quienes tratan de hacer todo lo posible para vivir a la luz del Evangelio… ¡y que lo consiguen! Esta nueva minoría no sólo necesita aliento, sino que ¡nos dan valor a todos! ¡Les agradecemos su testimonio! Nos confirman que el Evangelio no ha perdido su fuerza".
A continuación ofrecemos el texto íntegro de la carta en español.
Es bonito estar de vuelta en Nueva York después de casi cuatro semanas de estancia en Roma para el Sínodo de los Obispos sobre la Familia. He escrito algunos posts para manteneros informados sobre el sínodo, pero ahora que ya estoy de nuevo aquí quiero compartir con vosotros un informe más detallado.
¡He echado de menos Nueva York, pero el sínodo ha sido una gracia! Mencionaré tres de sus bendiciones particulares.
Siempre es un regalo estar con el Santo Padre, y en el sínodo hemos estado con él cada día. Escucharle nos ha reafirmado, pero la mayor parte del tiempo era él quien nos escuchaba y nos ha dado un gran ejemplo. El Papa Francisco nos ha invitado a hablar con libertad y ha sido muy generoso con su tiempo pues lo ha dedicado a escuchar lo que los participantes en el sínodo teníamos qué decir. Sabéis la felicidad que supuso para nosotros tener al Papa Francisco dos días con nosotros en Nueva York el mes pasado. Pues bien, estar con el Santo Padre cada día ha sido una bendición que no tenemos que subestimar.
“Católico” significa universal. La Iglesia que Jesús estableció no es para un tiempo o un lugar. Ciertamente, la Iglesia está presente en Nueva York en el siglo XXI, ¡pero la Iglesia no es sólo ésta! La Iglesia es universal, para cada tiempo y en cada lugar. Con los hermanos obispos, los representantes ecuménicos, los teólogos y los matrimonios de todas partes del mundo, el sínodo ha sido una experiencia muy viva de esta universalidad. En una ciudad como Nueva York a veces podemos pensar que nuestras prioridades son prioridades globales. ¡Un sínodo es una buena lección de humildad! Pertenecemos a la Iglesia; no somos toda la Iglesia. Por ello, cuando la cobertura del sínodo volvía una y otra vez sobre las mismas pocas cuestiones, fue positivo que se nos recordara, sobre todo por parte de las Iglesias que sufren y de las Iglesias jóvenes, que debemos mirar más allá de nuestras pequeñas preocupaciones. Las circunstancias del matrimonio y de la familia no son iguales en todas partes y el sínodo nos recuerda que tenemos que aprender de la experiencia de los otros, en lugar de conformar sus experiencias a nuestras categorías. Le doy gracias a Dios por el testimonio de esos católicos de lugares donde la Iglesia es joven y vibrante, especialmente de África; por el heroico testimonio de las familias católicas de lugares donde la Iglesia está sufriendo, como Ucrania y Oriente Medio; y por la Iglesia de Europa central y oriental, aún reconstruyéndose después de décadas de opresión soviética.
Nuestra tradición católica habla de la familia como "iglesia doméstica". Los primeros cristianos celebraban el culto en las casas, que eran llamadas "iglesias en casa". Estás no fueron sólo el lugar donde empezó la fe en la historia; es también dónde mejor empieza hoy, en familias felices donde los niños son educados en la fe por sus padres. La fe católica es una fe familiar. Dios, al principio, nos creó hombre y mujer, para que los dos unidos fueran una sola carne. Él ordenó a nuestros primeros padres que crecieran y se multiplicaran. ¡Dios empieza con la familia! Después de que el pecado dañara la creación Él vino para redimirnos y lo hizo a través de la Sagrada Familia. Ciertamente, en el sínodo ha habido desacuerdos, pero no eran desacuerdos sobre la importancia absolutamente esencial de la familia y su centralidad en el plan de Dios para nuestra salvación.
En la Iglesia, a menudo damos las gracias a los sacerdotes que llevan adelante su tarea, a los religiosos y religiosas cercanos a nosotros, a los docentes que se sacrifican en nuestros colegios, a la gran cantidad de voluntarios que, con gran generosidad, hacen todo el trabajo que no se ve en nuestras parroquias. ¡Somos tan amables que de vez en cuando le damos incluso a otros obispos una palmada en la espada! El sínodo nos recuerda que necesitamos dar las gracias a las madres y los padres que dan su vida en las iglesias domésticas, a esas familias que son el primer lugar donde se entrega la fe. Tal vez no les damos suficientemente las gracias. Escuchar a los impresionantes matrimonios que han dado su testimonio en el sínodo me ha recordado que debo dar gracias a Dios por las familias de la Iglesia de Nueva York y que también debo expresarles a ellas mi agradecimiento. ¡Que Dios bendiga vuestra vida familiar y os recompense por la generosidad con la que vivís vuestra vocación como discípulos en un santo matrimonio, como padres y madres, como progenitores e hijos, como abuelos y padrinos, como tíos y tías, como hermanos y hermanas!
Esos han sido tres puntos importantes del sínodo. Permitidme que ahora resalte dos desafíos que nos ha presentado.
Al ser el sínodo sobre la familia y al ser ésta fundamental para la fe, pues toca todos los aspectos de la vida, los debates del sínodo han tocado el corazón de lo que significa ser un discípulo de Nuestro Señor Jesucristo. En el sínodo se ha hablado mucho de "viajar juntos". No se nos pide ser discípulos en soledad; se nos pide seguir a Jesús juntos, en la Iglesia, y esto es un viaje. No se nos pide permanecer dónde estamos, sino seguir a Jesucristo adonde Él quiera llevarnos, en última instancia al Cielo, para contemplar la santidad del Nuestro Padre en compañía de los santos para la eternidad, tal como recordaremos el fin de semana del 1 y 2 de noviembre, Fiesta de Todos los Santos y de Todos los Difuntos respectivamente. En el corazón del sínodo se planteaba una pregunta fundamental: por la gracia de Dios Padre, ¿seguimos siendo capaces de hacer esto?
Después de haber dedicado más de un año a rezar, pensar y debatir sobre la familia en dos sínodos de los obispos, quiero compartir con vosotros dos desafíos que, en mi opinión, resumen la situación a la que se enfrenta la Iglesia cuando anima a una vida familiar católica feliz, santa y saludable.
En el sínodo sobre la familia del año pasado, varios padres propusieron el método de Jesús en el camino de Emaús como modelo para el acompañamiento de la Iglesia a la familia. ¿Os acordáis de la historia? Tal como relata el evangelio de Lucas, cap. 24, dos discípulos estaban abandonando Jerusalén la noche del Domingo de Pascua tras ser testigos de la crucifixión el Viernes Santo. Estaban desanimados. Habían perdido la esperanza. Habían oído a otros decir que Jesús había resucitado, pero consideraban la noticia demasiado absurda para ser verdad. Cristo Resucitado se acercó a ellos vestido como un viajero y les preguntó porqué estaban tan tristes. Luego les devolvió la esperanza tras abrirles los ojos con Su presencia en las Escrituras y en la Eucaristía.
Me ha entusiasmado oír, tanto el año pasado como éste, la referencia a Emaús. Cuando llegué a Nueva York, en la misa de investidura se leyó la historia evangélica de Emaús. En esa primera homilía en la catedral de San Patricio expresé mi deseo de que la Quinta Avenida se convirtiera en un camino de Emaús, en el que los discípulos pudieran encontrar a Jesús para que les devolvería la esperanza. No mucho tiempo después de mi llegada, el Consejo de Iglesias me dio una imagen del camino de Emaús haciendo su entrada en Manhattan. Guardo ese regalo como un tesoro.
Uno de los discursos más reveladores del sínodo ha sido el del cardenal Thomas Collins, de Toronto, hablando precisamente sobre Emaús. Así nos ha descrito el enfoque de nuestro Señor Jesucristo:
“Primero, Jesús se acercó y acompañó a sus apesadumbrados discípulos mientras caminaban en la dirección equivocada, hacia la noche. Empezó a plantearles preguntas sobre su disposición actual y les escuchaba, pero no se quedó en esto, sino que les desafió con la Palabra de Dios: ‘¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas’ (Lucas 24, 25). Su presentación de la visión objetiva de la Escritura atravesó el ensimismamiento subjetivo de los discípulos y, junto a Su amorosa presencia, les llevó de nuevo a la conversión. Los discípulos de Emaús aceptaron la Palabra de Dios que les había desafiado y… cambiaron de dirección. Y con corazones ardientes atravesaron corrieron la noche hacia Jerusalén para ser testigos gozosos con la comunidad allí reunida”.
El cardenal Collins ha sido una buena guía. Jesús se acerca, los acompaña con Su amorosa presencia y les pregunta sobre su situación. Él escucha su experiencia y les reprende por sus errores. Él les enseña la verdad sobre las Escrituras y se revela a Sí mismo en la Eucaristía. Así, Él restablece su esperanza y los guía hacia la conversión.
Ya conversos, los discípulos ¡vuelven corriendo a Jerusalén para ocupar su lugar con los otros discípulos en la Iglesia naciente! ¡Estaban "en el camino errado"! ¡Él "les hizo volver atrás"!
"Estamos llamados a acompañar a la gente con una compasión que desafíe y que lleve a la conversión y a un corazón ardiente por Cristo", nos ha dicho el cardenal Collins. "Los pastores que diariamente acompañan a su grey en su lucha deben imitar a Jesús en el camino a Emaús y con claridad y caridad deben predicar la conversión, fundamento del mensaje liberador de Jesús: ‘Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado’ (Mateo 4, 17)".
¿Puedo proponer un desafío para la Iglesia de Nueva York después del sínodo para la familia?
¡Imitemos plenamente a Emaús!
Muchos de los desacuerdos en el sínodo sobre la atención pastoral de la familia han surgido porque hemos ofrecido una experiencia parcial de Emaús a quienes, desalentados, caminan en la noche. Pero Jesús no quiere un Emaús parcial para Su gente; no es lo que los pastores de la Iglesia estamos llamados a ofrecer. Si sólo acompañamos y no convertimos, lo que estamos haciendo es simplemente caminar al lado de las personas más profundamente en la noche, lejos de la comunidad de fe de Jerusalén. Si sólo preguntamos y escuchamos, estamos escondiendo a las personas la noticia de la Salvación que puede sanarlas. Si sólo reprochamos, entonces afligimos aún más a los que ya sufren. Si sólo enseñamos la verdad objetiva de las Escrituras, fracasamos en mostrar lo que es la buena nueva para cada alma en particular. Si llevamos a las personas a la Eucaristía sin primero prepararlas para la conversión que tendrá lugar a lo largo del camino, entonces no serán transformadas por la revelación de Cristo. No estoy diciendo que hacer todo lo que hizo Jesús en el camino de Emaús sea fácil; y puede suceder también que ofrecer una experiencia total de Emaús no sea bienvenida. Nuestro desafío es intentar hacer lo máximo. Esta es nuestra misión, como pastores y como discípulos: acercarnos, acompañar, preguntar, escuchar, reprochar la falta de fe, enseñar la verdad del Evangelio, revelar a Cristo, devolver la esperanza, convertir, hacer volver a la Iglesia.
Durante el sínodo, los medios de comunicación han prestado mucha atención al acceso a la comunión de las personas que tras contraer un matrimonio sacramental válido se divorcian y se vuelven a casar por lo civil. (Aunque en realidad este tema candente apenas ha dominado el Sínodo, contrariamente a lo que ha pasado en los medios de comunicación). La práctica de la Iglesia desde tiempos inmemoriales -confirmada recientemente y de manera clara por San Juan Pablo II tras el sínodo para la familia de 1980, y renovada por el Papa Benedicto XVI tras el sínodo para la Eucaristía en 2005-, es que no pueden acceder a ella mientras continúe la segunda unión conyugal. Es consecuencia necesaria de las enseñanzas de Jesús sobre el divorcio y un nuevo matrimonio y de lo que enseñó San Pablo el Apóstol sobre estar en un estado de gracia para recibir la Sagrada Comunión. Las propuestas finales del sínodo de los obispos no alteraron esta enseñanza.
Los católicos que están en este tipo de situación suelen cargar una cruz muy pesada y pueden sentirse como los discípulos tristes camino de Emaús. Pero la Iglesia, si quiere permanecer fiel a la enseñanza de Cristo, no pueden admitirles a la Comunión. El sínodo no ha cambiado nada de esto, a pesar de lo que se haya podido leer en informes descabellados. Pero al mismo tiempo, el sínodo ciertamente no les dejará vagabundeando en la noche y solos, sin la comunidad de los discípulos. Al contrario, necesitamos ofrecerles lo que Jesús les ofreció: el Emaús total, con la confianza de que ellos también serán capaces de convertirse, de que ardan sus corazones con la esperanza renovada, dispuestos a volver a la Iglesia reunida en el Piso de Arriba en Jerusalén. ¡Y acogiéndoles y dándoles la bienvenida!
Debemos aprender de lo que Jesús hizo ese primera noche de Pascua. No sólo estaba en el camino de Emaús. En la gloria de Su cuerpo resucitado, primero se reveló a las mujeres que fueron a la tumba y después a Pedro, el primero de los apóstoles. Por la noche, Él también estaba con los discípulos que no entraron en la noche, que no abandonaron el Piso de Arriba. No eran perfectos, no entendían todo, tenías dudas y cometían errores, pero estaban donde se suponía que tenían que estar: juntos, esperando la confirmación de las asombrosas noticias traídas por Santa María Magdalena, ¡que el Señor había resucitado de verdad!
No todo el mundo está en el camino de Emaús, caminando hacia la noche. Hay algunos que intentan heroicamente permanecer con esa "pequeña Iglesia", incluso detrás de puertas cerradas por miedo a lo que puede significar ser conocido como un seguidor de Jesús en la ciudad. Hay algunos que, por gracia de Dios, no salen de Jerusalén sino que luchan por permanecer, a pesar de las muchas dificultades, en compañía de los santos, tal como los primeros cristianos se llamaban entre ellos. Jesús les acompañaba. Lo mismo debe hacer Su Iglesia.
Esta es la razón de mi post sobre la nueva minoría. El sínodo ha resaltado que tenemos que consolar a los afligidos. También nos ha recordado que tenemos que pensar en todos los que necesitan ser acompañados. Perdonen que cite lo que he escrito sobre la nueva minoría:
"Un tema muy vivo y consistente del sínodo ha sido el de la inclusión. La Iglesia, nuestra familia espiritual, acoge a todos, sobre todo a los que se sienten excluidos. Entre estos, según he oído comentar a algunos padres sinodales y observadores, están los solteros, los que sienten atracción hacia el mismo sexo, los divorciados, los viudos, los que acaban de llegar a un nuevo país, los minusválidos, los ancianos, los que están recluidos en casa, los minorías étnicas y raciales. Nosotros, en la familia de la Iglesia, los amamos, les damos la bienvenida, los necesitamos".
¿Puedo sugerir también que hoy hay una nueva minoría en el mundo, e incluso en la Iglesia? Estoy pensando en aquellos que, confiando en la gracia y misericordia de Dios, luchan por la virtud y la fidelidad: las parejas que, considerando el hecho de que en Norteamérica sólo la mitad de nuestra población se casa sacramentalmente, se acercan a la Iglesia para dicho sacramento; las parejas que, inspiradas por la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio para siempre, han perseverado a pesar de las pruebas; las parejas que dan la bienvenida a muchos hijos como dones de Dios; los hombres y las mujeres jóvenes que han decidido no vivir juntos hasta el matrimonio; los hombres y mujeres gay que quiere vivir en castidad; las parejas que han decidido que la esposa sacrifique una carrera profesional prometedora para quedarse en casa y educar a los hijos… Esta gente maravillosa se siente a menudo, hoy, una minoría, ciertamente en la cultura, pero a veces ¡incluso en la Iglesia! Creo que hay muchos más de los que pensamos, pero dada la presión ejercida hoy, a menudo se sienten excluidos.
¿De dónde reciben el apoyo y el valor? ¿De la televisión? ¿De las revistas y los periódicos? ¿De las películas? ¿De Broadway? ¿De sus contemporáneos? ¡Para nada!
Se dirigen a la Iglesia y a nosotros en busca de apoyo y valor, de un cálido sentimiento de inclusión. ¡No podemos abandonarles!
Me alegra de que el informe final del sínodo refleje una gran mejoría respecto al Instrumentum laboris, en parte porque expresa estima, apoyo y animo para quienes tratan de hacer todo lo posible para vivir a la luz del Evangelio… ¡y que lo consiguen! Esta nueva minoría no sólo necesita aliento, sino que ¡nos dan valor a todos! ¡Les agradecemos su testimonio! Nos confirman que el Evangelio no ha perdido su fuerza.
Uno de los encuentros más exitosos de la archidiócesis es el que tiene lugar los sábados por la noche en una parroquia en el centro de la ciudad: atrae a miles de jóvenes adultos que rezan antes de la Eucaristía, se confiesan, cantan y acompañan a otros con los que comparten profundos valores católicos en una cultura y una ciudad que puede ser claramente antagonista. El nombre de sus reuniones es revelador: ¡Catholic Underground! ¡Esta es la nueva minoría que da a su obispo tanta esperanza! ¡Ojalá su tribu aumente!
Escribo estas líneas unos días antes de que celebremos una de las grandes solemnidades del año litúrgico, la Festividad de Todos los Santos, el 1 de noviembre. Ese domingo celebraremos a un gran número de santos, imposibles de enumerar, que están en el cielo. No han sido canonizados oficialmente, pero son tan santos como María Magdalena o la Madre Teresa. Los conocemos íntimamente, pues entre ellos están nuestros abuelos y padres fallecidos, nuestros parientes y amigos, nuestros pastores y feligreses. Todos los Santos es la festividad de la santidad ordinaria y la gran mayoría de esos "santos ordinarios" son santos de la familia: matrimonios, madres y padres.
¿Puedo hacer una petición a todos los sacerdotes de la archidiócesis para el domingo que viene? Por favor, ¡elevad en vuestra oración la vocación por la santidad de la familia! Es una realidad en nuestras parroquias, no sólo en el pasado, sino en el presente. Hoy es posible porque Dios llama a las parejas casadas y a los hijos a la santidad en la vida familiar y cuando Dios llama también concede la gracia necesaria.
Queridas familias: haced que este domingo sea vuestra festividad, la fiesta de la santidad de la familia. ¡Podéis ser santos! La Iglesia confía en vosotras. ¡Ninguno de vosotros ha recibido un bautismo de segunda clase!
Ya estéis en el camino de Emaús o en el Piso de Arriba, sabed que el Resucitado está en medio de vosotros, que Él se une a vosotros en la mesa de Emaús, que entra por las puertas de vuestras casas, que Él está con vosotros hoy para que un día vosotros estéis con Él para siempre como santos en el cielo.
En el corazón del sínodo se planteó una pregunta que la Iglesia tiene que responder en cada época y en cada lugar. ¿Seguimos creyendo que lo que Jesús nos propone es posible? ¿Seguimos confiando que lo que recibieron de Dios los santos, los confesores de la fe y los mártires que nos precedieron -la capacidad de santidad heroica- es posible también para nosotros hoy? ¿Seguimos creyendo que la salvación ofrecida por el Resucitado es real? ¿Seguimos teniendo la capacidad de vivir la alegría del Evangelio?
Se habló mucho sobre misericordia y verdad en el sínodo. Misericordia y Verdad, ambas vienen de Dios, por lo que no pueden estar en conflicto. En la conclusión de su encíclica sobre la ley moral, Veritatis splendor, el Papa San Juan Pablo II vuelve la discusión hacia la misericordia. La vida moral y la experiencia de misericordia no se oponen. Como conclusión de este informe sobre el sínodo, quiero citar las palabras del gran Papa de la misericordia, San Juan Pablo II:
"A veces, en las discusiones sobre los nuevos y complejos problemas morales, puede parecer como si la moral cristiana fuese en sí misma demasiado difícil: ardua para ser comprendida y casi imposible de practicarse. Esto es falso, porque -en términos de sencillez evangélica- consiste fundamentalmente en el seguimiento de Jesucristo, en el abandonarse a Él, en el dejarse transformar por su gracia y ser renovados por su misericordia, que se alcanzan en la vida de comunión de su Iglesia" (119).
La sencillez del Evangelio; el discipulado; transformados en el camino a Emaús; vivir la comunión de la Iglesia en el Piso de Arriba; renovados por Su misericordia. ¡Todo esto es la historia del sínodo sobre la familia!
¡Rezad por nuestro Santo Padre, que ha guiado a la Iglesia a través del camino sinodal!
¡Rezad por mí y por todos los participantes al sínodo, para que seamos distribuidores de la gracia que recibimos en Roma con Pedro y bajo Pedro!
¡Rezad por las familias de la archidiócesis, cuyos miembros están llamados a ser los santos del siglo XXI!
¡Jesús, María y José, Sagrada Familia de Nazaret, rezad por nosotros!
¡Todos vosotros, hombres y mujeres, santos de Dios, rezad por nosotros!
Publicado en Catholic New York.
Traducción de Helena Faccia Serrano, diócesis de Alcalá de Henares.