Dolan figura entre los firmantes de la ya célebre carta de 13 cardenales a Francisco, y es quien más francamente lo admitió y explicó. Durante la reciente visita del Papa a Estados Unidos fue patente su complicidad con el Santo Padre, y sus intervenciones en la catedral de San Patricio y en la misa del Madison Square Garden fueron muy cariñosas con él y arrancaron ovaciones interminables de los fieles presentes.
Por su interés reproducimos el artículo que ha consagrado Mattia Ferraresi a su figura en Il Foglio bajo el título "Mira cómo juega Dolan"]
En Nueva York, el cardenal Timothy Dolan agasajó calurosamente a Francisco con su modo informal y televisivo, corriendo incluso el riesgo de robar, aunque más no sea que por un instante, la escena al pontífice que juega de visitante. Su “thanks for stopping by, come back soon!” [gracias por detenerse, vuelva pronto] completado con un gesto de okay, acompañado por los pulgares levantados de un sonriente Francisco, se ha convertido en un meme, tornándolo normal para un cardenal con altísima capacidad de penetración mediática.
Los pulgares levantados de Francisco tras el "¡Vuelve pronto!" del cardenal Dolan en las vísperas celebradas el 24 de septiembre en la catedral de San Patricio de Nueva York.
En Roma, por el contrario, lo rebajan estrepitosamente al rol de conspirador, oblicuo y directo signatario de cartas en las que se expresa la preocupación por los procedimientos del sínodo, que se tornan sustanciales más que de formas, si éstas tienden a favorecer ciertos resultados más que otros. Dentro del aula sinodal dice sin sombra de ambigüedades que cuando se habla de matrimonio y familia “nuestro deber es seguir a Jesús en el recuperar y restaurar lo que el Padre intentó ‘al principio’”, mientras que el “realismo pastoral y la compasión” vienen después, mucho después.
Cuando Dolan se encontró en medio de la “tormenta en un vaso de agua” de la famosa carta, como la ha definido, afrontó la controversia con su estilo habitual, que prescribe avanzar siempre, nunca hacia atrás, hablar abiertamente sin perderse en las desmentidas de los detalles, las cuales dan señales de abroquelamiento defensivo e incapacidad de diálogo.
En la Radio Sirius XM narró el trasfondo de la carta, que tampoco es un trasfondo. Explicó que de una conversación con el cardenal George Pell emergieron las preocupaciones puestas blanco sobre negro, que los trece cardenales firmaron e hicieron llegar al Papa: “Pell, en su buen modo perspicaz, dijo: ‘¿Digo bien si sintetizo así algunas preocupaciones?’. Y algunos de nosotros, incluso yo, dijimos: ‘Nos parece bien, si envía una carta al Papa puede contar con nosotros’, y efectivamente la firmé”.
En el sitio web Crux confirmó el hecho: “He dicho: aquí estamos, Padre. Nos ha pedido ser honestos y lo hemos sido. Él respondió a estas preocupaciones. Agradezco que haya prestado atención”.
Y también: “Me parece que para Francisco, y los que lo conocen mejor me lo confirman, esto es parte de la espiritualidad ignaciana: las confusiones, el caos, los interrogantes son algo bueno”, mientras que las cosas “previsibles y muy estructuradas” a veces pueden ser “un obstáculo al trabajo de la gracia”.
Están los que leyeron en estas palabras la admisión de que el purpurado estadounidense firmó la carta por presiones del mismo Pell, sumándose al inspirador australiano y convirtiéndose en el firmatario inconsciente de una carta en blanco. Lo cual sugiere, ni siquiera demasiado veladamente, que Dolan no es “his own man [dueño de sí mismo]”, como se dice en Estados Unidos, sino que en este caso de alguna manera es la víctima de maniobras que lo exceden. Víctima de un complot enclavado dentro de otro complot: la hermenéutica conspirativa es un trabajo agotador.
Para Dolan, más bien, se trata de un elemental ejercicio de "parresía", acción habitual para el cardenal que ha sido definido como el modelo de “conservador abierto al mundo”, teólogo equilibrado y sin arrebatos innovadores, pero que no se pone a la defensiva ni siquiera cuando habla con el New York Times de abusos sexuales del clero. El mismo que junto a sus colegas estadounidenses había sido reprendido por la Santa Sede por una actitud un poco demasiado locuaz durante el último cónclave, y el mismo que a los fieles de su diócesis, antes de partir, no les pidió, franciscanamente, que rezaran por él, sino que le mandaran mantequilla de cacahuete si no regresaba dentro de tres semanas.
Para presentar la visita del Papa a Nueva York, el cardenal Dolan convocó una rueda de prensa en el Madison Square Garden y se llevó la cátedra que utilizaría el Papa Francisco en la misa del 25 de septiembre.
Lo que se ha presentado en Roma para el sínodo no es el “doble” del dialogante y desenvuelto pastor neoyorquino, no es el alma rígida, curial, en un cuerpo acostumbrado a los reflectores, a los encuentros de gala, a los diálogos públicos con personalidades alejadas de la sensibilidad de la Iglesia.
Si hay algo que mostró el viaje de Francisco a Estados Unidos, con la fuerza de los gestos y de las palabras, es la irreductibilidad del cristianismo a una cuestión entre conservadores y progresistas, entre republicanos y demócratas, y desde hace tiempo Dolan, en su parábola pastoral, encarna el intento de superar un esquema político difundido en Occidente, pero que en Estados Unidos ha asumido una particular rigidez.
No ha ofrecido misericordia a bajo precio cuando era la hora de dar batalla. Sobre las restricciones dictadas por el Obamacare a los cristianos en el espacio público llegó hasta sugerir el camino de la desobediencia civil; le dio a Barack Obama lecciones de derecho constitucional, al definir como “anti estadounidense” su posición restrictiva sobre la libertad religiosa; como cabeza de la Conferencia Episcopal contraatacó sin equívocos el “secularismo reduccionista” del que hablaba Benedicto XVI.
Escribió recientemente que los católicos son la “nueva minoría”. Al mismo tiempo no ha cerrado jamás, sino que por el contrario ha ampliado los espacios de diálogo y evangelización, como lo demuestra últimamente la considerable inversión para la resurrección del moribundo Fulton J. Sheen Center for Thought & Culture, un espacio de encuentro en el corazón de Manhattan, para “expresar la belleza y la profundidad del catolicismo”.
El pastor con la predisposición a la comunicación y un vasto aparato digital juega en el mismo campo de Francisco. Exhibe un estilo marcadamente norteamericano, inevitablemente diferente del latinoamericano y periférico de Francisco. Pero se reconoce en él un mismo modelo compartido en la voluntad caritativa de abrirse y dialogar, sin abroquelamientos ni barreras defensivas.
En la vigilia del sínodo compartió con otros cardenales y obispos algunas dudas sobre los procedimientos, y las expresó: nada más dolaniano que esto. El Papa tomó la palabra en la asamblea sinodal para responder, con algunos matices de irritación: nada más bergogliano que esto.
En las entrevistas y en la intervención en el aula sinodal, Dolan aclaró en forma explícita no solamente que los cambios doctrinarios no están sobre la mesa, sino que ni siquiera deberían estarlo los cambios pastorales que corren el riesgo, por afirmación de una praxis, de vaciar en el tiempo la doctrina. Su apoyo apasionado a la “sabiduría que quita el aliento” de la Iglesia africana, que ya no está “compuesta por alumnos de primer año”, es una afirmación clara para quien quiera entender, pero no hace de él la caricatura de un conservador.
No existe un conciliador Dolan neoyorqino y un férreo Dolan romano, existe un único cardenal, acostumbrado a hablar con "parresía" al mundo y a la Iglesia.
Publicado en Il Foglio.
Traducción de José Arturo Quarracino para Sandro Magister en www.chiesa.espressonline.it