Este lunes quedó resuelto, más de una semana después, el misterio del sacerdote que atendió espiritualmente a una joven atrapada en su vehículo accidentado y habría animado en su labor a todo el equipo de rescate. Se trata de Patrick Dowling, sacerdote de la diócesis de Jefferson City, cuyo portavoz desconocía su participación en los hechos cuando fue interrogado al respecto en los primeros días.
Su aparición y desaparición instantáneas, así como el chocante hecho de que no apareciese en ninguna de las casi setenta fotos de la operación de salvamento de Katie Lentz, habían desatado las especulaciones en torno a una intervención sobrenatural. Se habló de un ángel, circularon retratos robot, y todavía unas horas antes de la resolución del enigma se había puesto nombre al "fantasma": se trataría de fray Lukas Etlin, OSB, un monje benedictino de la cercana abadia de la Concepción... fallecido en 1927 en accidente de coche.
Pero no: Dowling es un capellán de prisiones de carne y hueso, y particularmente consagrado al apostolado con la población de habla hispana, según explica la agencia CNA (Catholic News Agency), que habló en exclusiva con él. De origen irlandés, fue ordenado sacerdote en 1982 y ha sido misionero en Perú dos veces.
Si pudo llegar hasta el lugar del accidente a pesar de que la carretera estaba cortada, es porque, al conocer la gravedad de la conductora atrapada, en vez de dar la vuelta se acercó cuanto pudo, aparcó y caminó luego hasta el amasijo de hierro en que había quedado convertido el Mercedes de Katie: "Le pregunté al sheriff si podría hacer falta un sacerdote, y en el control me dejaron pasar".
Una vez allí, relata como oró junto a la chica: "Cuando la joven me pidió que orase para que la pierna dejara de dolerle, lo hice. Me rogó que lo hiciese en voz alta y lo cumplí brevemente, porque los rescatadores necesitaban espacio y no les habría gustado que les distrajesen. Me puse a un lado y recé el rosario en silencio hasta que la extrajeron del coche". Según certificaron tanto el jefe de bomberos como el sheriff, el comportamiento de aquel sacerdote a quien nadie de los presentes conocía resultó de gran ayuda para todos, no sólo para Katie.
"Doy gracias a Dios por el excelente y competente rescate que hicieron", dice por su parte Don Patrick, "y les agradezco que me hicieran sentir bienvenido en una situación tan complicada, y me permitiesen ejercer mi ministerio sacerdotal. La policía lo tenía todo bajo control y todo el mundo trabajó con la armonía de un reloj suizo".
El padre Dowling le administró a Katie la extremaunción (sus lesiones eran muy graves) y le dio la absolución, y rezó todo el rato ("como muchas de las personas que estaban allí") pero desmiente que fuese él quien animase al equipo en un momento de dificultad del trabajoso rescate: "No fui yo quien dijo que las máquinas funcionarían bien y conseguirían sacarla del coche. La frase no salió de mis labios, aunque dos personas la oyeron". Reconoce sin embargo que la forma en que sonó esa frase sí introdujo "algo extraordinario o que lo parece en la secuencia de los hechos y coincidió con el momento de la extremaunción".
Eso, y la cuestión de que no saliese en ninguna de las fotos en las que sí salieron todos los demás, así como su llegada y su marcha rápidas, alimentaron lo que empezaba a ser una pequeña leyenda local. Cuando todo terminó, le dio la mano y las gracias al sheriff y se fue: "Admiro la calma de todos los que colaboraron en el rescate", concluye.
Se desvanece, pues, lo que empezaba a considerarse una hermosa historia de intervención sobrenatural, pero ganamos una hermosa historia de ejercicio de la vocación sacerdotal, en este caso la de Patrick Dowling: estar en los lugares difíciles para acercar las almas a Dios.