La historia es tan llamativa que hasta el The Huffintgon Post la recogió el pasado 29 de abril. Para este periódico progre es sólo una curiosidad, pero en la parroquia de la Inmaculada Concepción de María en Derby (Connecticut, Estados Unidos) le ven más sustancia teológica a lo sucedido.
Hasta ahora el párroco había confesado siempre en una pequeña habitación junto a la sacristía, indicada con una flecha hacia la derecha del altar mayor del templo. Pero este año, reflexionando sobre la directriz de Joseph Mansell, arzobispo de Hartford, de que las parroquias facilitasen el sacramento durante la Cuaresma y ampliasen los horarios, al padre Janusz Kukulka se le iluminó la mente.
Recordó que en la parte de atrás del templo había habido en tiempos dos confesionarios (de estilo gótico acorde al del edificio remozado en el siglo XIX por el arquitecto Patrick Keely) que durante la reforma litúrgica de los años 70 -explica Religion News Service- fueron eliminados para dejar espacio a las máquinas del aire acondicionado.
Así que un domingo el padre Kukulka anunció a los fieles su deseo de que volviese a haber un confesionario visible. Y sus feligreses no tardaron en responder, en particular Timothy Colton y Patrick Knott. Pensaron construir uno, pero no había fondos para eso en la parroquia. Así que acudieron a eBay (la célebre página de subastas en Internet) buscando un confesionario antiguo, y encontraron uno en Iowa que se ofrecía por 1100 dólares. La mujer de Patrick, Elisa, puso el dinero en homenaje a sus padres, que habían sido devotos miembros de la comunidad, y en cuyo honor puso una plaquita en el confesionario.
Y el mueble logró de entrada un pequeño milagro. Porque Patrick, que nunca se había confesado en la pequeña habitación del padre Janusz, fue el primero en hacerlo en el confesionario: "Me convertí en una celebridad", bromea, "y no fue tan mala la cosa".
El caso es que, desde entonces, el padre Kukulka afirma que las confesiones se han disparado y ahora hay cola para recibir el sacramento de la Penitencia.
Y no es un caso único en la diócesis. Cuando monseñor Stephen DiGiovanni llegó a la parroquia de San Juan Evangelista en Stamford (Connecticut) en 1998, encontró un panorama similar: en un trastero languidecían dos confesionarios que habían sido arrancados de la pared en la misma época que en la iglesia del padre Kukulka. Entonces el padre Stephen cerró el "cuarto de la reconciliación", donde sólo había dos sillas separadas por una pequeña pantalla, y volvió a poner los confesionarios en su sitio.
Mismo resultado: colas donde antes sólo había confesiones esporádicas. Monseñor DiGiovanni le dijo al New York Times en 2009 que ahora tenía cuatrocientas personas cada domingo para confesarse. El número ha seguido creciendo, y los horarios se han ampliado.
"Cuando empecé como sacerdote en 1977", lamenta, "todo era así: yo estoy bien, tú estas bien, no tenemos nada que confesar. Y es cierto que no tenemos que ser católicos obsesionados por la culpa, pero sí tenemos que tener contrición de los pecados".
Thomas Groome, profesor de teología y educación religiosa en el Boston College, interpreta el cambio en clave sociológica: con los "cuartos de la reconciliación" y los fieles cara a cara con el sacerdote "en un contexto de autoayuda", "la Iglesia se movía en una dirección donde los sacerdotes eran más consejeros que jueces": "Pero resulta que muchos sacerdotes no tienen talento como consejeros, y a muchos fieles no les gusta esa apertura y prefieren el anonimato de la rejilla".
Y a tenor de los resultados, al menos en esas dos parroquias, es lo que funciona.