En el año 2002, el diccionario Oxford de inglés incluyó entre sus nuevos términos el verbo "borkear", definido como "difamar o denigrar sistemáticamente a una persona en los medios de comunicación, normalmente con la finalidad de impedir su nombramiento para un cargo público".
Dicho verbo venía siendo utilizado ya como parte del argot más allá del caso que le dio origen: el de la candidatura en 1987 de Robert Bork como juez del Tribunal Supremo de los Estados Unidos. Cuando Ronald Reagan decidió proponerle para el cargo, la izquierda progresista en bloque se movilizó como nunca lo había hecho para impedirlo.
Nacido en 1927 y fallecido el pasado miércoles, Bork tenía tras de sí una carrera en el ámbito jurídico impecable, incluyendo un corto periodo como fiscal general en 1973 en plena tormenta Watergate. Había sido marine, profesor durante casi veinte años en Yale, juez en el Distrito de Columbia, y tenía todos los méritos y títulos para ser juez del Tribunal Supremo, porque algunas de sus sentencias y opiniones sobre la legislación antitrust han conformado desde entonces la economía norteamericana.
Pero Bork, de origen irlandés y alemán por parte de padre, y holandés por parte de madre, era un firme opositor al aborto y a la visión patrimonial de los derechos civiles por parte de la izquierda. No era católico (aunque se convirtió en 2003), pero tras enviudar en 1980 se había casado en 1982 con Mary Ellen Pohl, católica que había abandonado la vida religiosa pero mantenía una firme militancia antiabortista y profamilia, convirtiéndose en años posteriores en una firme impulsora en diversos ámbitos de la llamada teología del cuerpo de Juan Pablo II.
Robert Bork era contrario a la sentencia Roe vs Wade que en 1973 legalizó el aborto en Estados Unidos, y su nombramiento como juez del Tribunal Supremo configuraba una mayoría capaz de revertirla.
Así que la progresía y la industria del aborto se movilizaron a fondo para impedir que la propuesta de Reagan recibiese el necesario respaldo del Senado: "La repugnante campaña emprendida contra el juez Bork", ha señalado el escritor conservador Roger Kimball, "cayó hasta lo más bajo -probablemente más que nunca- en la exhibición del desenfrenado veneno de la izquierda. De odio, realmente".
Junto a otros senadores como el actual vicepresidente Joe Biden, fue quien Ted Kennedy quien se erigió en el gran enemigo de Bork en la cámara, anunciando el Apocalipsis si era designado: "Se forzará a las mujeres a abortar ilegalmente, los negros se sentarán en asientos segregados, la policía podrá entrar en las casas de los ciudadanos de madrugada, a los niños no se les podrá enseñar el evolucionismo en las escuelas, los escritores y artistas serán censurados por el gobierno y los tribunales se convertirá en la sepultura de los derechos individuales de los americanos".
La acusación era delirante, pero sí indicativa de que la izquierda veía peligrar su hegemonía en el Tribunal Supremo, donde se estaba imponiendo una interpretación de la Constitución acorde a sus intereses, aunque fuese contraria a su letra, su espíritu y a la voluntad de los electores. Así había sido el caso de la sentencia Roe vs Wade en 1973, que obligó a cambiar la legislación de los estados restrictiva del aborto.
Bork fue investigado a fondo para encontrar el más mínimo trapo sucio que impidiese su elección. No lo consiguieron, así que la batalla fue puramente ideológica. Se trataba de amedrentar a la opinión pública para que los senadores demócratas, muchos de los cuales conocían la idoneidad de Bork para el cargo y habrían votado a su favor aun desde la discrepancia -como ha sucedido en ambas direcciones más de una vez-, no se atreviesen a hacerlo.
La estrategia denigratoria surtió efecto: sólo dos senadores demócratas votaron a favor, y seis republicanos lo hicieron en contra. Fue imposible una nominación suprapartidista, y Bork fue rechazado el 23 de octubre de 1987 por 16 votos de diferencia. Reagan sufría una dura derrota en el último año de manato, y el negocio del aborto quedaba garantizado por bastantes años más.
La presidenta de Americanos Unidos por la Vida, Charmaine Yoest, declaró tras su fallecimiento a LifeNews que "Bork fue un extraordinario cerebro jurídico y un académico que se enfrentaba con sustancia a los desafíos y asuntos de nuestro tiempo. Pocas veces se encuentra uno a un intelecto capaz de presentar las cuestiones más difíciles de forma que revelen su verdadera sustancia. El juez Bork era uno de ellos, un intelectual poderoso cuya contribución a nuestra jurisprudencia deja un legado significativo y duradero".