Bonnie Kate Pourciau y su amiga Elizabeth, ambas de 18 años de edad, habían tenido unas vacaciones espectaculares en Seattle (Estados Unidos) y se disponían ya a regresar a casa. En su camino de regreso, se detuvieron en Aurora, Colorado. En la recepción del hotel, la señorita encargada les sugirió ir a ver la nueva película de Batman (Dark Knight Rises). No es que Bonnie fuera una fan incondicional del género, pero pensó que sería divertido. Nunca se imaginó que ese día su vida tomaría un giro inesperado y doloroso.
Tan solo quince minutos del inicio, algo extraño sucedió: una especie de misil se estrelló en la pantalla. «Al principio pensé que era alguien haciendo el tonto –recuerda Bonnie–; no sabía exactamente qué era. Pero luego un tipo empezó a disparar muchas más. La gente comenzó a gritar. Fue oscuro y cruel».
El tirador, un joven llamado James Holmes, había entrado a la sala de cine con chaleco anti-balas y con tres pistolas. En su locura, asesinó a trece personas, incluyendo un niño sin nacer en el vientre de su madre…
Bonnie no se lo pensó dos veces: tiró a su amiga al suelo detrás de las sillas y comenzó a rezar por ambas. De pronto, sintió lo que ella describió como «un gran golpe» en su pierna. Sin saber la gravedad de la herida, su oración se convirtió en un grito: «Padre, por favor, ven en nuestra ayuda. Preserva nuestras vidas».
Curiosamente, y aun a pesar de su herida, Bonnie no sentía miedo: «No sé cómo describirlo, pero Dios me llenó de paz. Lo sentí muy cercano. Y en medio del dolor y de esa marea de oscuridad, caos y maldad, sentí a Dios muy cerca. No tenía miedo».
Su amiga Elizabeth, sin saber de la herida, la levantó y le insistió en salir corriendo. Bonnie lo intentó, pero su rodilla –o lo que quedaba de ella– cedió. Cayó y se levantó en dos ocasiones sin éxito. Un desconocido se acercó y le ofreció apoyo para salir de la sala. Ahí, la acostaron en la acera hasta que llegó la policía, que la metió a un coche para conducirla a Urgencias: estuvo más de tres horas sin ningún medicamento para el dolor.
«Incluso en medio de este dolor que hizo temblar todo mi cuerpo, sentí a Dios que me sostenía y me consolaba».
A partir de ahí, el calvario de Bonnie ha sido largo: numerosas cirugías para reconstruir su rodilla. A su lado, sus padres la han acompañado en todo momento, rezando para que saliera bien no sólo física, sino también anímicamente. Y estas oraciones, junto con su compañía llena de amor, han obrado maravillas.
«Ha sido muy difícil –dice Bonnie– pero Dios ha sido muy bondadoso conmigo al darme mi familia y amigos que me quieren, que rezan por mí, que están a mi lado, que me consuelan. Estoy muy agradecida».
Recostada en la cama del hospital, esta joven con una cara adornada de pecas y ojos profundos reflexiona sobre lo que le sucedió en esa sala de cine y qué ha aprendido. «Comprendí un grado de sufrimiento que nunca había entendido antes». Un sufrimiento que le ha abierto el corazón hacia el dolor de los demás; especialmente por James Holmes:
«Me rompe el corazón pensar en cómo la oscuridad y las heridas pudieron poseer a este pobre hombre. Se ve tan vacío, tan triste, tan lleno de oscuridad. Realmente me rompe el corazón y siento mucha compasión por él. Y me gustaría decirle –y me gustaría que él pudiese comprender y gustar y sentir– que existe el perdón. […] Algunas veces me enojo y pienso “¿por qué hizo esto?”. Pero entonces pienso en dónde está él ahora y se me vuelve a partir el corazón y desearía ir a abrazarlo e incluso decirle que hay perdón. Me encantaría que entendiera su pecado y el mal que ha hecho… y no para que esté fijándose en él, sino para que sea capaz de volver y entender ese perdón que viene de Dios».
Perdón, redención. Palabras que vienen de una cama de hospital, pero que salen a borbotones de un corazón de gigante. Aunque cuando alguien se lo menciona a Bonnie, ella se quita todo mérito: «Yo no soy maravillosa ni fuerte, pero tengo un Dios maravilloso y fuerte en cuya Gracia me apoyo. Perdono a James. Lo perdono, sí. Y eso demuestra la gracia de Dios. Porque sé que en mis propias fuerzas, Bonnie Kate estaría odiándolo. Sí, lo perdono. De verdad. Estoy en medio de un dolor atroz, y es difícil… pero lo perdono».
Y es en esas palabras de perdón cuando a James Holmes, un hombre al que el mundo ha sentenciado como un monstruo psicópata desalmado, se le pueden abrir las puertas de redención que tanto ansía Bonnie para su agresor.