El 30 de junio de 2010 el canadiense Marc Ouellet, que llevaba siete años como arzobispo de Québec, fue nombrado prefecto de la Congregación para los Obispos, y por tanto máximo responsable de elevar al Papa los nombres de las personas que deben ser consagradas obispos o trasladadas para dirigir las diócesis de todo el mundo.

Al cumplirse un año de ejercicio efectivo de su cargo, ha concedido una entrevista al diario episcopal italiano L´Avvenire, donde explica que se ha hecho bien a su nuevo trabajo en la curia, a través de las reuniones de los jueves con los responsables de los demás dicasterios, y de los sábados con el Santo Padre.

En su trabajo, explica, "hay que escuchar mucho. Hay que conocer bien las numerosas Iglesias locales en los distintos continentes. Hay que estudiar muchos dossieres. Y, al no tener experiencia previa en el dicasterio, en ocasiones han podido aflorar algunas inseguridades sobre lo que hacer en las diversas situaciones".

El proceso de selección, explica, es muy fiable: "La Iglesia tiene una praxis consolidada de consultas para el nombramiento de obispos. Para hacer esta selección se escucha la opinión de una serie de personas que pueden variar de caso en caso, pero que generalmente incluye un abanico bastante preciso de criterios que escuchar, además de otros. Esta investigación aporta bastantes elementos para descartar algunos candidatos y aceptar y proponer otros. En algunos casos hay que esperar y llevar a cabo pesquisas suplementarias. En su conjunto se trata de un proceso serio, normalmente bien hecho".

El cardenal Ouellet ha recibido algunas negativas a ser obispo: "Unas pocas más de las que me esperaba", confiesa. Y apunta las razones: "En estos últimos años el papel del obispo, y de las autoridades en general, religiosas y políticas, se ha revelado como nada fácil. También a consecuencia de los escándalos, de las campañas mediáticas y de las denuncias sobre la cuestión de los abusos sexuales a menores perpetrados por sacerdotes y religiosos. Es comprensible que no todos se atrevan a afrontar estas situaciones".

En contrapartida, también hay quienes se postulan: "Se ve a sacerdotes que aspiran a ser ascendidos. También puede suceder que haya movimientos y presiones para sugerir e insistir en ese ascenso. Por ello es muy importante valorar no sólo la madurez humana y afectiva, sino también la madurez espiritual de los candidatos al episcopado. Un obispo debe saber para quién trabaja, esto es, para el Señor y para la Iglesia. Y no para sí mismo. Cuando esto sucede, se nota por la forma en que se manifiesta la personalidad. El arribista tiene un interés propio que prevalece o tiende a prevalecer".

Entre las virtudes que debe tener un obispo hoy día, señala el cardeanl Ouellet, además de las evidentes ("fidelidad al Magisterio y al Papa"), figura "el que sea capaz de exponer, y en su caso defender públicamente, la fe. Además de las virtudes que normalmente se le piden a un obispo, esta capacidad es hoy particularmente necesaria".