El famoso columnista Thomas Friedman, del New York Times, en una editorial titulada “The Earth is full” (la tierra está llena) se hace eco de la opinión de un grupo de científicos, que denuncian como insostenible el modelo de crecimiento económico mundial basado en el consumismo.
Friedman cita un libro del medioambientalista australiano Paul Gidding (“The Great Disruption: Why the Climate Crisis Will Bring On the End of Shopping and the Birth of a New World.”), quien a su vez se apoya en un grupo de científicos “Global Footprint Network”, en el que se asevera que si la economía mundial sigue con los ritmos de crecimiento actuales necesitaremos pronto un planeta tierra y medio, pero con que solo disponemos de un planeta, nos encontramos ante un serio problema.
Para Friedman estamos ante un doble círculo vicioso: cuanto mayor es el crecimiento de la población y el calentamiento global, mayores son la subidas de precios, lo que trae inestabilidad política en Medio Oriente, lo que nos lleva a precios de carburante más elevados y, a su vez, a precios de alimentos más altos y a mayor inestabilidad política. Por otra parte, mayor productividad significa que se necesitan menos trabajadores en cada fábrica para producir más productos. Si queremos más empleos, necesitamos más fábricas. Más fábricas haciendo más productos implica mayor calentamiento global y vuelta a empezar. Hay que sustituir este modelo de crecimiento basado en el consumo en un modelo de crecimiento basado en la “felicidad”: disfrutar la vida con menos cosas.
Este editorial de Thomas Friedman ha provocado la indignación de William Mc Gurn en una columna de opinión en el periódico rival, el conservador The Wall Street Journal, tildando la opinión de Friedman y “su grupo de científicos” como propio de un pensamiento iluminado.
El razonamiento de Friedman, asegura Mc Gurn, esconde un sesgo controlista de la población, propio de una época ya superada. Evoca, este razonamiento, a los hoy desacreditados apóstoles del “control de la población”, como el biólogo de la Universidad de Stanford Paul Erlich quien en su libro “Population Bomb”, publicado a principios de la década de los setenta del siglo pasado, “profetizó” que “la batalla para alimentar a la humanidad está perdida. En los años setenta, el mundo sufrirá hambrunas, cientos de millones de personas van a morir de hambre”.
O como el otrora famoso Club de Roma, el cual en su informe “Los límites del crecimiento”, anunciaba que los recursos materiales se estaban agotando. Con arreglo a estas doctrinas supuestamente científicas y que al final se han revelado como falsas, el tristemente famoso Robert McNamara, presidente de Ford Motor Co y posteriormente presidente del Banco Mundial, gastó, en aquella época, cientos de millones de dólares “de ayuda al desarrollo” en imponer políticas antinatalistas en el Tercer Mundo, de manera coercitiva.
Estas teorías del “fin del mundo”, como la actual del medioambientalista Paul Gidding, asumen, según Mc Gurn, que los recursos son fijos e inmunes a la creatividad y al esfuerzo humanos. En esta visión, se ve al ser humano como una boca en vez de una mente.
Tal vez la despiadada crítica de Mc Gurn, correcta en cuanto al análisis de las teorías controlistas de la población de los setenta de pasado siglo, esté fuera de lugar por lo que respecta a la teoría de Gidding sobre la insostenibilidad del modelo consumista actual, que en cierto modo ya fue criticado en repetidas ocasiones por Juan Pablo II, entre otros escritos en sus Cartas Encíclicas Sollicitudo Rei Socialis y Centesimus Annus.
Esta vez, Gidding y su grupo de científicos no ven al crecimiento de la población como causa de todos los males, sino al excesivo consumismo y al “superdesarrollismo”.