Christine M. Flowers, comentarista del Philadelphia Daily News, lo convertía incluso este viernes en un juego de palabras: «Está el Tea Party, y luego está lo que se podría denominar Holy Trini-Tea Party». Este compuesto intraducible juega con la similitud fonética con Trinity para dar nombre al «Tea Party de la Santísima Trinidad» que habría llegado al poder de la conferencia episcopal norteamericana con la elección como presidente de Timothy Dolan.

Fue el pasado día 16 y por un estrecho margen de votos (128 frente a 111), pero el revolcón a la menguante ala progresista de los obispos de Estados Unidos fue llamativo. En el último medio siglo se había elegido siempre al vicepresidente de la conferencia episcopal saliente, y eso habría situado al frente al obispo de Tucson, Gerald Kicanas, favorito de los progres, que daban por hecho que se cumpliría la tradición (en esto sí eran tradicionalistas) y su candidato obtendría el cargo.

The New York Times, expendedor de certificados de buena conducta como El País en España, tenía clara la diferencia: Kicanas estaba «en la tradición de justicia social de la Iglesia norteamericana», mientras que Dolan era «un líder para las guerras culturales». Justicia frente a guerra, buenos frente a malos: palabras bien elegidas para lo que era una derrota en toda regla cuyos efectos van a traducirse, sobre todo, en términos de imagen pública.

En efecto, Dolan es un excelente comunicador, con carisma personal (ningún problema en bajar al estadio de los New York Yankees a hacer de pitcher) y solidez intelectual suficiente para enfrentarse a la catarata de exigencias heterodoxas (celibato, sacerdotisas, etc.) con la que se espera que reaccionen los progresistas tras la jornada en la que perdieron su opción de controlar la conferencia episcopal.

En la conservadora The New Republic se consideraba ayer también, en un artículo de Michael Sean Winters, que Dolan es un candidato de consenso, elegido porque su ortodoxia es «tan robusta como amable». No quiere entrar en «guerras culturales», sino preparar a los fieles para que entren en diálogo con la cultura, pero «cerciorándose antes de que conocen realmente su fe», para lo cual es partidario de volcarse en la catequesis.