Soy por naturaleza optimista en general, y creo que en España sobran plañideras que se escudan en el mal general provocado por otros, y faltan personas dispuestas a mejorar su entorno próximo. Por eso suelo decir cuando trabajo en equipo: ¿Además de llorar, qué sabemos hacer?
La historia de la humanidad es la historia de sus problemas, también los educativos, y de cómo se consiguió solucionarlos a través del esfuerzo de un grupo de hombres y mujeres que tuvieron el coraje suficiente de no conformarse con el lamento cómodo pero ineficaz.
Sin embargo, no soy tan optimista a corto plazo en la solución educativa en España, es más, creo que hemos retrocedido respecto a la situación de hace unos años, y no es por la situación económica, como causa explicativa de todos los males que asolan este país.
Creo que estamos peor porque cuando teníamos enfocado el problema educativo en sus justos términos y todos los que tenemos algo que ver con la educación coincidíamos en que la situación educativa era mala y que había que encontrar mediante un acuerdo generoso la fórmula de solucionarla, lamentablemente hemos vuelto a un planteamiento reduccionista de corte economicista que hace difícil el diagnóstico e improbable la terapia.
Lo diré de forma directa, el problema que sigue teniendo la educación en España no es de índole económico, a pesar de los recortes realizados y de los propuestos. Es muy fácil hacer demagogia, y evitar responsabilidades, pero la verdad es muy otra.
En España en la última década hemos duplicado el gasto educativo, en concreto desde el 2000 hasta el 2011, aumentando un 30% el gasto público por alumno. El doble de gasto y sin embargo, en todos los indicadores, hemos retrocedido. No es por lo tanto el gasto educativo la única explicación de sus resultados. Vuelvo a decir una vez más que una educación buena es cara, pero una educación cara no es necesariamente buena. En España nos hemos superado: Tenemos una educación cara y mala. Al menos la sanidad es cara pero buena. Como dice el citado informe: “Un mayor nivel de gasto público, a partir de un nivel mínimo, que España ha superado ya, no impacta en el mejor rendimiento educativo”.
Los recortes propuestos, las seis medidas propuestas, no afectan necesariamente por sí solas a la calidad del sistema educativo. Incluso algunas de ellas eran necesarias y urgentes - ¿Acaso alguien demostró que era necesario uniformar todos los ciclos formativos a 2000 horas y previó las partidas necesarias para su implantación? Otras eran de aplicación frecuente en la enseñanza pública y obligada en la concertada, como el aumento del horario lectivo de los profesores. No hace falta recordar que hace apenas poco más de un año se vieron recortados un cinco por ciento el sueldo de todos los profesores sin que los que hoy se rasgan las vestiduras, levantasen la mínima voz contra la medida. Los que en aquella ocasión lo justificaron como un acto de responsabilidad y solidaridad, hoy parecen ver amenazado el estado de bienestar y de la calidad de la enseñanza.
Me aburre el planteamiento. La crisis económica es de una magnitud tal que no acertamos a ver, y no sé si a solucionar a corto plazo. Sin embargo, a medio y largo plazo, estoy convencido que sólo mejorando el capital humano, podremos mantener y mejorar clave del progreso de cualquier sociedad. Se necesita urgentemente una reforma educativa de ciertos aspectos del sistema, que no acaba de llegar. Lo ha dicho el propio Ministro: “esto no es la reforma educativa del gobierno”. Esperemos que no tarde mucho tiempo en hacerla y le dé tiempo. Lo que ahora tenemos son reajustes presupuestarios, sobre los que podemos estar de acuerdo o no, pero no atentan, de momento a la calidad del sistema educativo.
Según el citado Informe, el 84% del rendimiento educativo en , no depende de factores económicos, sino de otros de carácter educativo como es la calidad de los procesos educativos en los centros.
Es posible mejorar entre 20 y 40 puntos y situarnos a la altura de Canadá o Japón en el horizonte de 4-6 años. Pero para ello es necesario tomar medidas educativas de modo inmediato, entre las cuales para el caso de España, el informe insiste en tres.
En primer lugar, la necesidad de evaluaciones trasparentes a partir de las cuales se pueda priorizar la acciones, sin que ello suponga gastar necesariamente más. En España existen ya evaluaciones, tal vez demasiadas, pero descoordinadas y faltas de trasparencia y difusión.
En segundo lugar la mejor profesionalización de los docentes y equipos directivos. Urge reformar el sistema de selección, formación y evaluación de los profesores. En España, está pendiente un nuevo estatuto de la función docente, un nuevo modo de acceso a la docencia, pública o no, un sistema de estímulos tal como existe en otros países. Otro tanto puede decirse de la función directiva: en este país, ser director es más un castigo que un premio. No es de extrañar que cada vez sean designados más directores por la administración ante la falta de candidatos.
Y en tercer lugar, aumento de la autonomía de centro, palabra bonita donde las haya, pero realidad dura donde se practica puesto que conlleva la rendición de cuentas y el consiguiente reconocimiento positivo o negativo. A veces se pide autonomía para hacer lo que se quiere, pero no para responder de lo que se debe, Por parte de las administraciones, de todo signo, se teme esa autonomía, y se sigue legislando sobre el qué, el cómo y el cuándo enseñar, como si los docentes y los centros no fueran de fiar.
De la crisis económica saldremos antes o después, con la ayuda del exterior e incluso a pesar nuestro. De la educativa sólo dependemos de nosotros mismos. Por eso, hay motivos para la esperanza, pero ahora, creo, un poco menos.