La escritora estadounidense Flannery O'Connor (sureña de Georgia, 1925-1964) es una de las cumbres de la literatura católica en el siglo XX en cualquier idioma, y asimismo muy reconocida en su país. Crítica bibliográfica, ensayista, maestra del relato corto y autora de dos importantes novelas (Sangre sabia y Los violentos lo arrebatan), introducía en sus escritos el pecado y la gracia en una forma original y en ocasiones brutal, lo que la convierte en uno de los personajes más atractivos de la cultura cristiana moderna.
En 2015, el servicio postal estadounidense emitió un sello conmemorativo de Flannery O'Connor destacando que sus obras muestran "el poder de la iluminación y la gracia en los que parecen ser los peores momentos". En el sello aparece rodeada de plumas de pavo real, "un símbolo que suele asociarse con la autora".
El escritor, periodista y editor Chilton Williamson Jr ha consagrado un reciente artículo en Crisis Magazine a reflejar cómo veía ella misma su condición de escritora católica:
La mente católica de Flannery O'Connor
En mi estudio tengo un jarrón de plata con cuatro plumas de pavo real y varias de papagayos. Las primeras pertenecían a pavos reales residentes en Andalusia, una granja cerca de Milledgeville (Georgia). Las segundas, a mis propios papagayos de Patagonia. La granja había sido propiedad de Regina O'Connor y su hija, Flannery. Ambas eran muy amigas de Mary Barbara Tate [editora de The Flannery O'Connor Bulletin y gran impulsora de su obra] y de su hijo, el crítico J.O. Tate, un amigo y compañero mío de hace mucho tiempo.
Una tarde de hace muchos años, mientras estaba en su casa como invitado, me llevaron a esta granja. No recuerdo dónde conseguí esas plumas, supongo que las cogí de la hierba que crecía alrededor del corral. De vuelta en Milledgeville, las envolví con cuidado en un pañuelo de papel, las metí en mi maleta de mano y las custodié durante las dos mil millas que duró el vuelo hasta Salt Lake City. Jim tenía una relación más cercana con la señorita O'Connor de la que tenía yo, puesto que la había visto en su ataúd el día de su funeral, en el verano de 1964, cuando él tenía dieciséis años. Por mi parte, debo conformarme con las plumas y todo lo que aprendí de ella como escritora y, más importante, como católica.
Fue mi hermana quien me introdujo a Flannery O'Connor y a su trabajo, dado que vivió la mayor parte de su vida adulta en pequeñas granjas, y tenía un gran conocimiento del equivalente en Nueva Inglaterra del ambiente y los caracteres rurales que O'Connor tan bien conocía. Yo ya había leído uno de sus libros de relatos cuando se publicó, en 1979, El hábito de ser. Cartas de Flannery O'Connor.
Fue el año en que me mudé de Nueva York a una pequeña ciudad del suroeste de Wyoming. Por mucho que admire sus relatos (y, cuando las leí más tarde, sus dos novelas), fue a través de sus cartas cuando la señorita O'Connor se convirtió, para mí, en la presencia artística, intelectual y personal que ha sido en mi vida desde entonces. Fueron sus cartas las que hicieron de mí un católico, en el sentido de que aprendí de ella cómo pensar como un católico; o más bien, como piensa un católico. Tanto es así que, de hecho, a lo largo de los años he llegado a considerar a Flannery O'Connor una especie de catequista, a pesar de que ella protestaba diciendo que no era teóloga.
Están traducidos al español los Cuentos completos de Flannery O'Connor y una edición conjunta de sus dos novelas, Sangre sabia y Los violentos lo arrebatan.
Ella protestaba, pero la verdad es que atrajo la confusión sobre su persona por el entusiasmo ferviente con el que corregía la ignorancia y los malentendidos que muchos de sus amigos por correspondencia tenían sobre la fe católica. Con frecuencia esto era debido a la dificultad de ellos para captar sus aspiraciones y logros como escritora de ficción. Les costaba percibir que el tema de fondo de su trabajo no tenía nada que ver con la "sutileza" literaria, una cualidad que la señorita O'Connor desaprobaba firmemente. "La sutileza es la maldición del hombre", escribió, "en Dios no la encontramos". Cuando se le preguntaba por qué empleaba tan a menudo la imagen del sol -por ejemplo, el sol cayendo como una "hostia empapada en sangre" detrás del horizonte-, respondía: "Porque es obvio". Y explicaba así por qué prefería escribir, no sobre los creyentes católicos, sino sobre los protestantes: "Porque expresan su fe de modos dramáticos distintos, que para mí son fáciles de captar. No puedo escribir sobre nada que sea sutil".
Explica mejor este tema en una carta al novelista John Hawkes: "Hazel [Motes, el protagonista de su novela Sangre sabia] se salva gracias a la virtud de tener sangre sabia... La sangre sabia tiene que ser el medio para la gracia para esta gente, puesto que no tienen sacramentos. La religión del Sur es una religión que cada uno se hace a su medida; algo que, como católica, encuentro doloroso, cómico y triste. Es una religión llena de orgullo inconsciente, que les hace aterrizar en todo tipo de predicaciones ridículas. No tienen nada que corrija sus herejías prácticas, por lo que las resuelven de manera dramática".
En 1979, John Huston dirigió e interpretó Sangre sabia (El profeta del diablo), basada en la obra de 1952 de Flannery O'Connor. Brad Dourif es el protagonista de la película, en el papel de Hazel Motes, un predicador que decide fundar una Iglesia sin Cristo.
Toda la obra de la señorita O'Connor rechaza lo que ella consideraba era una idea popular, a saber: que para ver claramente no hay que creer en nada, ya sea como artista o como ser humano. Decía que escribía como una cristiana ortodoxa cuya sólida fe en todos los dogmas católicos aumentaba su visión, en lugar de limitarla. "Para el escritor de ficción, no creer en nada significa no ver nada", explicó. "No escribo para enviar un mensaje... este no es el propósito del novelista; el mensaje que encuentro en la vida que veo es un mensaje moral".
O'Connor sí que creía que había una base moral en la "poesía" (literatura); era, sostenía, "dar un nombre apropiado a las cosas de Dios. Con ello digo casi lo mismo que decía [Joseph] Conrad cuando dijo que su objetivo como artista era hacer la mayor justicia posible al universo visible", que para ella era un reflejo del universo invisible. Para conseguirlo, O'Connor creía que "el sentido moral del escritor de ficción debe coincidir con su sentido dramático". Hablando de la "silenciosa acogida por parte de los católicos" de su obra, afirmaba que "escribo como lo hago porque soy católica, y sólo por eso. Creo que si no fuera católica, no tendría razón para escribir, para ver; no tendría razón, nunca, para sentirme horrorizada por nada, o incluso para disfrutar de nada".
A Flannery O'Connor le gustaba decir que los novelistas suelen escribir "o sobre frikis o sobre gente común". La razón por la que, en su obra, predominan los frikis se explica con su decisión de escribir, especialmente, sobre los protestantes del Sur [de Estados Unidos]. La razón por la que estas personas pertenecen mayoritariamente a las zonas rurales pobres del Sur se atribuye sin duda en parte -más allá del hecho de su gran familiaridad con ellos-, a las posibilidades artísticas que la gente pobre, la vida simple y las formas de vida básicas, cercanas a la verdad de la experiencia humana, han proporcionado a artistas, escritores y pintores. Sin embargo, en el caso de O'Connor hay también una explicación teológica: "Todo el mundo, en lo que a mí concierne, es El Pobre".
Algunas de las obras de Flannery O'Connor publicadas por Ediciones Encuentro.
Para muchos lectores, sus personajes, limitados social e intelectualmente, son sórdidos y deprimentes, y sus historias, como ella misma decía, "brutales y sarcásticas". O'Connor lo admitía, pero sólo hasta un cierto punto. "Las historias son duras, pero lo son porque nada es más duro o menos sentimental que el realismo cristiano. Creo que hay muchas bestias resistentes que se están arrastrando ahora hacia Belén para nacer, y he informado del progreso de algunas de ellas; y cuando veo que estas historias se describen como historias de horror, me divierte, porque el crítico ha captado el horror equivocado".
En algún lugar de Misterio y maneras, una colección de ensayos y conferencias, escribe algo así como que para el sordo gritamos, y para el ciego pintamos cuadros llamativos y deslumbrantes. Flannery O'Connor pensaba que la gente moderna era sorda y ciega a Dios, a lo que es sagrado y a la santidad, y seguía su propio consejo en sus historias y novelas para, así, llegar a ellos. Sin embargo, también pensaba que ver a Cristo como Dios y como hombre no es "probablemente" más difícil hoy de lo que lo era antes, incluso si hay más razones para dudar del hecho.
"Para ti", le escribió a "A.", su amigo y constante correspondiente a lo largo de su vida adulta, "puede ser una cuestión de no ser capaz de aceptar lo que llamas una suspensión de las leyes, de la carne y de la física; pero, para mí, cuando sé lo que son las leyes de la carne y de la realidad física, sé lo que Dios es. Las conocemos como las vemos, no como Dios las ve. Para mí, el nacimiento virginal, la Encarnación y la resurrección son las verdaderas leyes de la carne y la física. La muerte, la decadencia y la destrucción son la suspensión de dichas leyes".
Mientras que la literatura católica apenas quiere escritores que hayan dramatizado realmente en su obra las verdades de su fe, no puedo pensar en ningún otro escritor de ficción que haya revelado de manera más clara y directa la estructura de la mente católica y la imaginación católica que Flannery O'Connor. Creo firmemente que un día puede ser canonizada. Mientras tanto, sigue siendo para mí lo que ha sido durante estos últimos cuarenta años: mi santa particular y privada.
Traducido por Elena Faccia Serrano.