Pandemias, guerras, desastres naturales y, puede que en un futuro no muy lejano, también nucleares. Pareciera que el mundo del año 2023 camina hacia lo que coloquialmente se ha llamado "el apocalipsis".
Sin embargo, ¿qué quiso decir Jesús en las diferentes manifestaciones apocalípticas que realizó a lo largo de su vida? (desde las que aparecen en el Evangelio de San Juan... hasta las del capítulo 13 de San Marcos).
El fraile dominico francés Adrien Candiard, residente en El Cairo (Egipto), acaba de publicar en la editorial Encuentro una pequeña obra titulada Unas palabras antes del Apocalipsis, (puedes adquirirlo en este enlace).
Un trabajo de 94 páginas que pone luz sobre el libro de la Biblia, en algún tiempo, más temido y, ahora, como Candiard defiende, más ignorado o pasado por alto de todos: el Apocalipsis.
Un género literario como este, creado para tiempos de crisis... ¿no es precisamente ahora cuándo debe ser más leído y, sobre todo, entendido?, se pregunta el dominico.
Manipularlo hasta esconderlo
Año 70 después de Jesucristo, las legiones romanas destruyen el templo de Jerusalén. Esa "gran tribulación de Judea" profetizada por Jesús, ¿no sería justamente esta destrucción?, se preguntaban algunos cristianos de la época. ¿El fin del mundo ha llegado? Año 1348, la peste negra asola Europa. ¿No será, esta sí, la gran señal?, se decían otros. Pero, aquello tampoco trajo aparejado el fin del mundo.
Sin embargo, esas ansias apocalípticas de la población fueron decayendo con el tiempo. "Nos hemos vuelto reticentes a ver Dios como la causa única de los acontecimientos del mundo". "Las epidemias, las catástrofes naturales... ya no se explican desde la acción de Dios". "Por el contrario, se ha producido una inversión".
"Dios, en vez de ocupar el sillón del juez terrible, ha empezado a sentarse en el banquillo de los acusados". "¿Cómo puede ser bueno Dios si permite semejante sufrimiento?". "De pedirle perdón para que aplacase su furia, ahora se le pide cuentas". "Se ha ido pasando de los exvotos a la Virgen, a excluir a Dios de toda explicación científica". ¿Qué papel tendría, entonces, el Apocalipsis en esta tesitura? "Es mejor directamente esconderlo".
Para ello, por un lado, "se dice que el Apocalipsis es algo meramente histórico, una simple meditación de los primeros cristianos sobre la traumática destrucción del templo". Teoría que hace aguas, ya que, si se lee completa la narración de Jesús, "la destrucción del templo en el relato queda como algo testimonial". El texto va mucho más allá. "No se trata de una reflexión a posteriori sobre la acción de los romanos en Jerusalén". "Eso sería convertir la Palabra de Dios en una realidad muerta, en un simple testigo del pasado".
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Pero existe otra estrategia para desactivar el Apocalipsis, que "consiste en espiritualizar el discurso de Jesús". Las imágenes tan brutales que describe el libro de San Juan "no serían otra cosa que una forma de describir la vida interior de cada uno, con sus dificultades concretas". El anuncio del retorno de Cristo al final de los tiempos "obedecería más bien a la metáfora de la muerte individual". Resulta por tanto tentador "presentar el cristianismo como un deísmo puramente espiritual". Sin embargo, Jesús "anunció un retorno que afecta a toda la creación".
En este sentido, "el riesgo en el que se incurre cuando se priva a la Palabra de Dios de todo alcance real sobre la marcha del mundo es el de la insignificancia". "La fe no puede ser un lujo para tiempos de calma". "Si los Evangelios no nos tienen nada que decir en situaciones dramáticas, como las que hoy se viven, entonces carecen de todo interés". "¿Qué espacio se le quiere conceder a esta Palabra de Dios cuando las cosas se pongan serias?".
El anuncio: una revelación
¿Pero, en qué consiste el Apocalipsis? Jesús proporciona "algunos elementos para descodificar el fin de los tiempos". Sin embargo, "todos aquellos que los han interpretado hasta ahora, han fracasado". La pregunta por tanto sería, ¿solo una generación podrá contemplar el Apocalipsis? El autor entiende que no, ya que Jesús anuncia que "los acontecimientos tendrán lugar en vida de la gente de su generación", es decir, de todas las generaciones. Eso sí, "no se sabe ni el día ni la hora".
Para Candiard: "El fin, el Apocalipsis, ya está aquí como principio que actúa en el corazón de nuestra historia. El fin está presente a lo largo de toda la historia como el objetivo hacia el que esta tiende".
Por eso, en la versión griega de los Evangelios, "Jesús no utiliza la palabra eschaton, que remite al fin de los tiempos, sino la palabra telos, que es 'término', pero también 'objetivo', 'finalidad'". "El fin del que habla Jesús no es el momento en que todo se detendrá, sino, al contrario, una consumación hacia la que tiende toda la historia de la humanidad". Apocalipsis quiere decir revelación. "No consiste por tanto en encriptarlo sino, al contrario, en suprimir todos los obstáculos que dificultan su comprensión".
Cristo no nos invita "a detectar el conflicto bueno, el seísmo bueno, el exacto falso profeta que Él había podido anunciar". Sino que "nos invita a comprender la significación de estos elementos trágicos que forman la trama de nuestra historia". "Jesús revela en todas las generaciones lo que verdaderamente está en juego". Porque, "no son los acontecimientos los que nos permiten leer y comprender nuestro texto, sino, al contrario, es este discurso apocalíptico el que nos permite comprender lo que pasa en nuestro mundo".
Y, ¿no sería esta revelación de Jesús lo que fuera construyendo una sociedad más justa, más pacífica, menos catastrófica? Jesús "no promete nada de eso, al contrario, la predicación irá aparejada de persecución, violencia, se dividirán familias, habrá hambrunas"... Entonces, ¿vale la pena anunciar una Buena Nueva que produce semejantes frutos? "Es este anuncio precisamente el que actúa como una revelación, como un apocalipsis, de lo que pasa en el corazón de cada uno". "El amor nos obliga a elegir entre la gratitud o el rechazo, y no siempre podemos dejar ser amados". Porque, "el pecado original no nos deja aceptar ese amor".
Con el amor de Dios ocurre algo parecido. La evangelización no es la expansión de un club. "El amor de Dios por mí o por el mundo es estremecedor". "Puede llenarme de alegría, pero también de confusión, del malestar que se siente ante un regalo, de la vergüenza por no haberlo merecido". "Nuestra vida espiritual no es otra cosa que la paciente acogida de este amor que se invita un día a entrar en nuestra existencia". "El encuentro con Dios provoca en el intervalo de unos instantes el arrepentimiento del buen ladrón y la indiferencia asesina de Pilato".
"Cuando el amor más puro es recibido, florece en alegría y en gratitud; cuando no es aceptado, es propiamente insoportable, y entonces intentamos deshacernos de él por todos los medios". Por eso, "la vida en Cristo desemboca necesariamente en una crisis dramática, apocalíptica: el amor de Dios, ofrecido gratuitamente a los hombres, conduce necesariamente a la cruz". "Jesús no anuncia la destrucción del mundo sino su propia muerte y resurrección, la gran tribulación que es el amor ofrecido y rechazado".
"La cruz es el paradigma de todos estos rechazos del amor que no cesan de desfigurar el mundo". "Nuestra vida es trágica porque está atravesada por estos rechazos a dejarnos amar". "Nuestra historia se desarrolla siempre a la sombra de la cruz, y sería ingenuo pensar que esto terminará gracias a sistemas políticos mejor pensados". "La conversión no es la adopción de una identidad cristiana sino la acogida del amor de Dios ofrecido en Jesús".
Salvar y revelar... ¡sin miedo!
Pero, ¿cómo se manifiesta, entonces, el mal que anuncia esta revelación? Jesús expulsa a los espíritus impuros de un hombre y estos le piden que los envíe a una piara de cerdos. Él acepta, y la piara, con los espíritus dentro, se despeña por un terraplén. ¿Por qué cedió al pedido? "Las acciones de Jesús persiguen siempre dos objetivos: salvar y revelar". Al liberar al poseído, salva; al acceder a la petición de los demonios, revela". "Cristo nos hace ver a dónde conduce el mal. Aplicado a esta piara de cerdos, revela su objetivo último: el suicido en masa".
Sin embargo, esta revelación no es suficiente para ellos, y los vecinos reclaman que Jesús se vaya. Regresan los odios, las fricciones apocalípticas. "Liberar a posesos, desenmascarar el pecado, es algo muy hermoso, pero es algo que sacude el bienestar establecido y perjudica a la producción local de salchichón". "Hay comodidades sórdidas que nos parecen demasiado mal dispuestas para recibir en ellas a Dios". Pero, "esta revelación es necesaria porque parece difícil renunciar al mal en tanto no se haya percibido su naturaleza profundamente destructora".
Porque, "el mal no es simplemente algo prohibido, sino que es sobre todo destructor". El pecado es "un rechazo a dejarse amar, que crece como violencia contra uno mismo o contra los otros". "Si el pecado no condujera más que a un desagradable sentimiento de culpabilidad, el de no haber estado a la altura de nuestro ideal de perfección, el daño no sería tan grande". Y, "si alguien ha podido creer que el efecto destructor del pecado se limitaba al pecador y a sus allegados, ahora estamos descubriendo que puede conducirnos juntos hacia vertiginosos abismos".
"Si Jesús recurre a un discurso apocalíptico, de revelación, no lo hace para aterrorizarnos, sino para hacernos comprender lo que está en juego ante nuestros ojos: el despliegue del mal y de sus consecuencias destructoras". Dicho con otras palabras, "el fin de los tiempos en marcha, no como un acontecimiento inquietante cuya proximidad se espera, sino como una realidad presente en la historia desde su inicio, verdadera trama subyacente de los acontecimientos del mundo".
Lo sorprendente es que "en medio del discurso apocalíptico, justamente cuando estaba anunciando guerras hambrunas y terremotos, Jesús se atreve a decir a sus discípulos: 'No os alarméis'". "¿Cómo se puede decir: "¡No tengas miedo!", cuando el miedo es, después de todo, una reacción innata?". Porque, "lo más frecuente es que el miedo sea, directa o indirectamente, un miedo a la muerte". "La muerte y el miedo van juntos, el miedo nos remite a nuestra propia muerte". Cuando el miedo advierte de un peligro, te hace estar incómodo, pero mirando siempre de frente al peligro. Sin embargo, "también se puede intentar huir de ese malestar del miedo y volvernos vulnerables".
En este punto, Jesús va todavía más lejos. "Si podemos no alarmarnos en un marco aterrador es porque estas amenazas no son amenazas últimas". "Jesús no se deja aterrorizar por la muerte, puede enfrentarse a ella y vencerla". "Sabe que la muerte no es el mayor de los males, sabe que hay algo mejor que intentar evitarla a todo precio, la muerte ha perdido poder sobre Él". Pero, tampoco se la toma a la ligera. "Se enfrenta a ella con gravedad en su pasión, pero también con confianza, porque el amor de Dios es más fuerte que la muerte".
En el Apocalipsis, Cristo recuerda por tanto que "nuestra esperanza no se limita a la salvaguarda de este mundo perecedero. Nos promete que va a hacer nacer otro nuevo". "Jesús describe nuestras convulsiones como 'el comienzo de los dolores de parto'". "Por medio de esta imagen nos enseña que nuestras desgracias no son el fin de la historia". El discurso apocalíptico "es una revelación, no solo de los mecanismos del mal que actúan en la historia humana, sino también y, sobre todo, del sentido hacia el que se orienta la historia: el nacimiento de los hijos y de las hijas de Dios, nuestra adopción divina".
La historia "no avanza siguiendo un progreso lento pero regular, mejorando continuamente; al contrario, procede mediante crisis sucesivas". Ahora bien, "estas crisis la conducen a la victoria final del proyecto de Dios. La verdadera revelación del discurso apocalíptico es la de nuestro verdadero fin, nuestra meta, nuestra razón de ser: el amor de Dios que nos diviniza".