Las primeras palabras de Jesús en el evangelio de Juan son una pregunta a los dos primeros discípulos que comienzan a seguirle: “¿Qué buscáis?”. Casi al final del evangelio, Jesús resucitado le hace de nuevo la pregunta a la Magdalena: “¿A quién buscas?”.
Somos permanentes buscadores del verdadero rostro de la humanidad, del propio rostro, y nos preguntamos acerca del significado último de la existencia, de qué y para qué está hecha la realidad. Partiendo de esta búsqueda, el evangelio de Juan se centra en una serie de encuentros y diálogos de diversos personajes con Jesús en los que se va revelando su identidad y el desafío de acogerle o rechazarle, es decir, de la fe en Él.
La descripción y desglose de estos encuentros narrados por San Juan Evangelista es algo que don César Franco, obispo de Segovia, quería escribir hace tiempo, y recientemente ha publicado bajo el título: El desafío de la fe. Encuentros con Jesús en el evangelio de Juan (Encuentro).
En mi experiencia de camino en la Fraternidad de Comunion y Liberación, he verificado que la fe es, en palabras de don Luigi Giussani, “el 'reconocimiento' amoroso de que Dios se ha convertido en un factor de la experiencia actual, una presencia excepcional.”
-¿Y qué es la fe para San Juan Evangelista, discípulo amado de Jesús, judío de Galilea, hijo de Zebedeo y hermano de Santiago el Mayor, con quien era pescador?
-Para Juan evangelista la fe es sinónimo de acoger a Jesús en la propia vida. Así aparece claramente en el prólogo del evangelio donde «creer en su nombre» está en paralelismo con «acogerlo». A lo largo del evangelio se hace patente que la fe es una adhesión vital a la persona de Cristo, que alcanza su máxima expresividad en la insistencia de «permanecer» en él como la vid y los sarmientos; más aún, como él permanece en el Padre siendo uno con él.
»Los encuentros con Jesús son una auto-manifestación de Jesús que pide la acogida por parte de los hombres. Imágenes como el agua, la luz, la verdad y la vida indican una relación existencial con Jesús que va más allá de la simple aceptación intelectual de su mensaje. Creer en Jesús es, en definitiva, acogerlo como el fundamento de la existencia. Sin él, el hombre permanecería en la oscuridad y, en último término, en la muerte. Por eso Juan escribe su evangelio para que, «creyendo, tengáis vida eterna».
-Se preguntaba Dostoievsky si «un hombre culto, un europeo de nuestros días, puede creer, creer verdaderamente, en la divinidad de Jesucristo, el Hijo de Dios»...
-Naturalmente que un hombre culto, un europeo de nuestros días, puede creer en la divinidad de Cristo. De hecho, son muchos quienes lo hacen. La fe en Cristo es mucho más razonable que la no-fe. Muchos pasajes del evangelio, en los que Jesús dialoga con la gente, son apologías de su persona. Jesús echa en cara a sus oponentes la incredulidad con el argumento lógico de las obras que hace, sus milagros, que el evangelista denomina «signos» porque apuntan a su identidad y misión. «Las obras que yo hago -dice Jesús- dan testimonio de mí». En este sentido debe entenderse el título del libro (El desafío de la fe), porque Jesús reta, desafía a sus contemporáneos a creer en él con argumentos sólidos: sus «signos» y su enseñanza que viene de Dios.
-Nos falta disponibilidad o voluntad de encuentro con el Acontecimiento cristiano. ¿Cómo nos ayuda San Juan en este empeño?
-Juan nos da las claves para descubrir el misterio que encierra la persona de Cristo y nos transmite su experiencia como testigo presencial de los acontecimientos que narra. Podemos decir que el evangelio de Juan tiene su propia «gramática» para entender el texto, y esa gramática no es otra que la del Verbo que dialoga con los hombres para conducirlos a la comprensión de su identidad.
»Se ha dicho que Juan es «maestro del diálogo», sin duda porque ha visto a Jesús dialogando con los hombres para abrirles la inteligencia a la verdad. Esta es la ayuda que presta el cuarto evangelio para llegar a creer en Jesús. Es preciso, por tanto, que el hombre se abra a dialogar con Jesús y comprender la verdad que propone. Pilato no quiso hacerlo, aún reconocimiento que Jesús era inocente y, más aún, era el Ecce Homo, expresión que nos habla de la verdadera condición humana realizada en Jesús.
-¿Se puede hablar hoy en día de una fe que se vive como costumbre o devoción, donde la fe se da por supuesta, más que como una opción libre y llena de razones?
-La dificultad para vivir hoy la fe reside fundamentalmente en la ruptura que el hombre ha hecho consigo mismo, es decir, con su interioridad. La crisis de la interioridad, típica de nuestra cultura moderna, dificulta que el hombre se encuentre consigo mismo y recapacite sobre el sentido de la vida y su destino. Este es el meollo, por ejemplo, de los encuentros de Jesús con Nicodemo y la Samaritana. Según un exegeta moderno, Jesús les desafía a superar el nivel de superficialidad en que viven, les invita a elevarse hacia el mundo superior del que él viene. Este es el desafío de la fe: entrar en el ámbito propio de Jesús, del mundo de Dios, que es la verdad que da consistencia a todo.
-¿Esta fe puede resistir ante los retos del presente como su abandono o una vivencia indiferente o desinteresada?
-Es evidente que nuestra cultura no favorece esta llamada a la interioridad espiritual, que, según Jesús, supone «nacer de lo alto», es decir, de Dios. No solo es necesario cultivar la fe si queremos superar los retos de nuestro tiempo. Es necesario también, cultivar la razón para que esta se abra a la fe y no considere la fe como algo incompatible con la razón.
-¿Qué desafíos de fe le plantea a usted Nuestro Señor, hoy y cada día?
-Considero que los desafíos que me lanza Cristo, como creyente en él, son los que dirige a todos los cristianos: me desafía, como ya he dicho, a permanecer en él, a fiarme de él, a identificarme plenamente con su modo de entender este mundo desde la perspectiva del Padre. Me desafía a verlo siempre a mi lado -como hace con la Magdalena-, a expresarle mi amor, como pide a Pedro junto al lago de Genesaret. Y me desafía a responder cada día a su llamada con el amor que él mismo me da con su amistad incondicional. La pregunta que dirige a Pedro -¿me amas?- la dirige cada día a los creyentes. Responder a esa pregunta es aceptar el desafío del amor que coincide con la fe verdadera.
-¿Cómo le ha ayudado San Juan a creer y madurar su experiencia de fe?
-El evangelio de Juan me ha ayudado a entender mejor mi relación con Cristo mirándome en los diversos encuentros que aparecen en el evangelio. En estos encuentros, según los estudiosos, el evangelista ha querido darnos ejemplos de los variados tipos de fe para que nos contrastemos con ellos y nos preguntemos sobre el dinamismo de nuestra fe. «Todos somos Tomás», dice un exegeta comentando la aparición al apóstol Tomás. Juan ha pensado en los lectores de todos los tiempos que serán interpelados por su evangelio con la pregunta que Jesús hace a Marta: «¿Crees esto?»
-¿Qué retos más urgentes de encuentro con Jesucristo lanza usted a la sociedad de hoy con este libro y su misión pastoral?
-Como digo en la introducción del libro y en sus últimas páginas, el reto más urgente que lanzo a la sociedad de hoy, como cristiano y obispo, es el de entrar en diálogo con Cristo, no sólo para conocerlo cada vez mejor, sino para transformarnos según su imagen a base de contemplar la belleza de su persona, esa belleza que, según Dostoievski, salvará al mundo.
»Esto no es mero esteticismo; es la belleza en cuanto esplendor de la verdad. No se trata de una verdad cualquiera, es la verdad que da consistencia a todo, la que se manifiesta en la carne misma de Jesús, que ha querido compartir con el hombre su propia vida. En realidad, es el reto que Dios plantea al hombre cuando envía a su Hijo: acogerlo y creer en él. Para ello tenemos que dejarnos conducir por Cristo al mundo del Padre. Esto no es fácil. Ya decía Simone Weil que «Dios y el hombre son como dos amantes que se equivocan sobre el lugar de la cita; el hombre espera a Dios en el tiempo, y Dios espera al hombre en la eternidad».
»Por eso tiene mucha razón el Papa Francisco cuando afirma que la Iglesia tiene hoy como prioridad en todos los ámbitos de su acción el anuncio de Cristo.