La basílica del Sacré-Coeur, conocida también como el Montmartre, debido al emblemático monte en la que está construida, ha sido tradicionalmente el segundo monumento más visitado de París, pero es literalmente el corazón espiritual de la capital de Francia. Y lo lleva siendo de manera ininterrumpida desde el 1 de agosto de 1885 cuando comenzó en este templo dedicado al Corazón de Jesús una Adoración Perpetua que nunca ha dejado de producirse.
Ni durante la II Guerra Mundial, ni durante los bombardeos de 1944, pero tampoco durante esta pandemia de coronavirus, donde las 14 monjas que viven en la basílica se han turnado, ante la imposibilidad de que fueran otros adoradores, para no dejar ni un segundo solo a Cristo Eucaristía.
De este modo, el Sacré-Coeur ha podido seguir siendo el faro imperturbable de oración en Francia. Día y noche desde el 1 de agosto de 1885, el Cuerpo de Cristo en el Santísimo Sacramento ha sido expuesto y adorado dentro de la basílica (a excepción del Viernes Santo), sin importar las condiciones externas, incluso las más extremas. Esto es particularmente importante puesto que la historia de Francia no ha estado exenta de momentos turbulentos desde entonces, incluso para la Iglesia Católica, que también se enfrenta a una ola de secularización sin precedentes en todos los niveles de la sociedad.
En declaraciones al National Catholic Register, la hermana Cécile-Marie, religiosa de las benedictinas del Sacré-Coeur de Montmartre asegura que “la adoración no se ha detenido ni un minuto, incluso durante las dos guerras mundiales”. Añade que “incluso durante el bombardeo de 1944, cuando algunos fragmentos cayeron junto a la basílica, los adoradores nunca se fueron”.
La cuarentena provocada por el coronavirus ha sido otra prueba de fuego para este santuario francés, pues ha impedido durante semanas que los adoradores pudieran cumplir sus turnos. Y eran bastantes.
Esta situación sin precedentes obligó a las 14 monjas de la comunidad a reorganizar su vida diaria para seguir honrando la especial tradición del santuario, que permaneció cerrado a público durante más de dos meses, hasta el 31 de mayo. “Para nosotras era obvio que mientras estuviéramos de pie teníamos que actuar y adaptarnos rápidamente a esta nueva situación”, continuó la hermana Cécile-Marie.
Cada monja tuvo que realizar adoración una hora dos veces al día para garantizar la presencia las 24 horas al día, los 7 días a la semana, incluso durante las comidas. "Nunca dejamos al Señor solo, y una no puede irse antes de que llegue la siguiente hermana”, explica.
Pero gracias a esta situación las religiosas han podido centrarse más en la oración y así reconectarse con la esencia misma de su regla de vida.
Sin embargo, confesó, el cierre también creó una sensación de vacío totalmente inusual dentro de la iglesia, generalmente abarrotada de peregrinos y visitantes. En su opinión, lo más difícil de manejar cuando la basílica se vació repentinamente fue la visión de todas las velas apagándose lentamente.
“Fue una visión muy triste, pero, milagrosamente, inmediatamente comenzamos a recibir solicitudes con intenciones de oración de la gente por correo electrónico; así que, eventualmente, siempre había al menos una o dos velas encendidas, y cuando estaban a punto de apagarse, de repente recibíamos otra solicitud, que era muy reconfortante”.
Además, la comunidad benedictina se unió rápidamente en oración a una multitud de adoradores que oraron con ellos de forma remota, a través de internet. “Fue una experiencia hermosa: estábamos solas en la basílica, pero sentimos que siempre estábamos conectadas con los adoradores que estaban en comunión espiritual desde donde ellos estaban”, recordó la hermana Cécile-Marie. “No podíamos ayudar a la gente vistiendo batas blancas, pero luchamos contra la epidemia a nuestra manera: a través de la oración”.
Un lugar de reparación
La construcción de la basílica ni siquiera había concluido cuando se inició la adoración perpetua. El contexto histórico en el que nació el proyecto de construcción fue particularmente sensible y doloroso para la nación francesa. De hecho, la derrota francesa en la guerra franco-prusiana tras el asedio de París en 1871 dejó un fuerte sentimiento de desesperanza entre la población y a menudo se asociaba en la mente colectiva con un debilitamiento de la fe como consecuencia de la Revolución Francesa.
Fue entonces, como un acto de reparación diseñado para infundir esperanza en el corazón de la nación, que dos laicos, Alexandre Legentil y Hubert Rohault de Fleury , iniciaron y desarrollaron el ambicioso proyecto de construir una iglesia dedicada al Sagrado Corazón de Jesús, con la apoyo de una gran red de amistades.
Y el lugar elegido por el entonces arzobispo de París, Joseph-Hippolyte Guibert , para la construcción no fue al azar: fue en Montmartre, que literalmente significa "Monte de los Mártires", donde los primeros cristianos de París, incluido San Denis , fueron asesinados por odio a la fe en el siglo III.
“La fundadora de nuestra comunidad, la Madre Adèle Garnier, se enteró del proyecto y poco después recibió un llamada divino para establecer la adoración perpetua en esta nueva iglesia dedicada al Sagrado Corazón de Jesús, y presentó esta idea al arzobispo de París”, comenta la la hermana Cécile-Marie.
Monseñor Aupetit, arzobispo de París, bendijo la ciudad con el Santísimo durante la cuarentena provocada por el coronavirus.
La propia Santa Teresa de Lisieux fue una de las primeras en contribuir a la basílica, lo que solo podía augurar un futuro glorioso para el sitio. Durante una visita a París de camino a Roma con su familia y un grupo de peregrinos, el 6 de noviembre de 1887, la joven Teresa asistió a misa en el Sacré-Cœur y decidió ofrecer su brazalete de oro para la custodia de la basílica.
No fue hasta 1919 que el edificio fue finalmente consagrado por el arzobispo Guibert, cinco años después de la finalización de la obra, ya que los estragos de la Gran Guerra lo obligaron a posponer la ceremonia. Un siglo después, coincidiendo el primer jubileo de la basílica con la pandemia del COVID-19, el arzobispo de París Michel Aupetit eligió este lugar emblemático para realizar una extraordinaria ceremonia de bendición de la capital francesa con el Santísimo Sacramento, el Jueves Santo, para buscar la protección de Dios para la ciudad y sus habitantes.
“Sagrado Corazón de Jesús… desde esta basílica, día y noche, tu misericordia brilla en esta ciudad, Francia y en el mundo, en el sacramento de la Eucaristía”, dijo el arzobispo Aupetit en su oración elevada desde el pórtico de la basílica. “Asiste a todos los que están sufriendo las consecuencias de la pandemia y apoya a quienes, de tantas formas, se ponen al servicio de sus hermanos y hermanas. Da salud a los enfermos, fuerza al personal médico, consuelo a las familias y salvación a todos los que han fallecido”.