Estos días los cristianos celebran el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios, que vino al mundo para salvar a la humanidad entera y abrir las puertas del cielo. Pero Cristo nació en un momento concreto de la historia, en un lugar y cultura en la que fue educado, y también en el seno de una familia, hija de su tiempo y de la religión judía.
Es por ello que la Virgen María jugó un papel fundamental, como madre judía, en la transmisión de la fe a Jesús tal y como era común en la Galilea de la época. Fue con estas tradiciones e historias que a buen seguro que el pequeño Jesús escuchó de boca de su madre y también de San José, así como en la sinagoga, como “sujeto a ellos” (sus padres) “progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres”.
Conocer el ambiente en el que creció Jesús, las costumbres en las que fue educado y el contexto religioso con el que desarrollo ayuda sobremanera a comprender mejor al Mesías. Sobre ello reflexiona de manera magistral el sacerdote Francesco Giousè Voltaggio en el libro Espera, Adviento, Navidad del Mesías (BAC).
El padre Voltaggio es un gran experto en la materia. Es licenciado en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico de Roma y doctor en Ciencias Bíblicas y Arqueológicas por el Studium Biblicum Franciscanum de Jerusalén. Es además el rector del seminario internacional y misionero Redemptoris Mater de Galilea y lleva más de veinte años viviendo en Tierra Santa, lo que le ha permitido conocer no sólo la historia sino las costumbres del pueblo hebreo y de los primeros cristianos pisando los mismos caminos que recorrió Jesús.
A continuación ofrecemos un pequeño fragmento de su libro en el que este sacerdote romano habla de la Virgen María, como madre del mesías y transmisora de la fe de Jesús:
Transmisión de la fe al hijo
«Miriam de Nazaret, situada en la corriente de la tradición de la oración de las mujeres antes descrita, iba a orar a la sinagoga y al templo. Hoy se puede visitar la, así llamada, ‘sinagoga de Nazaret’ en la iglesia de los greco-católicos de esa ciudad. Aunque no estemos seguros de la autenticidad del lugar, la memoria relacionada con él es muy interesante, pues generaciones de cristianos –al menos desde la época de los cruzados- han localizado en ese sitio la sinagoga de Nazaret a la que María, José y Jesús fueron muchas veces.
María cuidó y educó a Jesús según las tradiciones de su pueblo / Fotograma de La Pasión de Cristo
Hoy tenemos la gracia de poder visitar algunos restos de sinagogas que con toda seguridad se remontan al siglo I d.C: Gamla, Jericó, Magdala y Masada. Aunque las mujeres no tenían la obligación de rezar en la sinagoga, tal como establece el Talmud, sabemos que iban por devoción. María, en la sinagoga, podía memorizar fácilmente las oraciones de las mujeres contenidas en la Biblia y escuchar la oración diaria del Shemá Israel. En la sinagoga, María escuchó el libro del profeta Isaías y sus ‘cantos del siervo’, que insisten en la misión de Israel y la del siervo de traer la luz al mundo. María escuchaba con Jesús los ‘cantos del siervo’, meditando que ella era la ‘sierva del Señor’. Hay, pues, toda una preparación que culmina en Jesucristo.
No se niega aquí el hecho de que Jesús aporte una novedad. Nuestro empeño es el de mostrar cómo María formaba parte de un pueblo vivo que escuchaba las Escrituras y que meditaba la traducción de la Biblia en arameo. En la sinagoga se proclamaba el Antiguo Testamento en hebreo, pero se hacía una traducción al arameo, especialmente en Galilea. En esta traducción se han introducido numerosas interpretaciones midrásicas que María ha conocido y que ha transmitido al niño Jesús.
Para citar sólo un ejemplo, Jesús conocía desde pequeño la historia de Isaac llevado al sacrificio por su padre Abrahán en el monte Moria, en Jerusalén. Un midrás que enriquece el relato bíblico y que se remonta a la época de Jesús, se centra sobre el Aqedá (‘atadura’) de Isaac. En ese midrás, transmitido oralmente en las familias y en las escuelas rabínicas, se hace hincapié no sólo en cómo Abrahán condujo a Isaac al sacrificio –según la narración de Gén. 22- sino también en cómo Isaac se ofreció libremente al sacrificio diciendo al Padre: ‘Abba, átame fuerte, no sea que me resista y no sea válido mi sacrificio’. Jesús habrá escuchado muchas veces esta tradición oral tanto en la sinagoga como en la familia y así, de este modo, se preparó a ‘entregarse libremente a su pasión’.
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Sin duda que María y José habrán explicado a su hijo la historia de su homónimo Josué. Yehoshuá (‘Josué’) y Yeshuá (‘Jesús’) son, en efecto, dos variantes del mismo nombre. El griego Iésous traduce los dos nombres. Josué, sucesor de Moisés, hizo pasar al pueblo por el Jordán y lo introdujo en la tierra prometida; es figura de lo que Jesús ha hecho con nosotros, haciéndonos pasar el Jordán e introduciéndonos en la verdadera ‘Tierra Santa’ que es el cielo. Esta es la novedad: el reino de los cielos no es una tierra material. La tierra prometida es sólo un signo del cielo. Por dicha razón, Jesús baja al Jordán como Josué. Este hace pasar a los sacerdotes con el arca de la alianza, se abre el Jordán y el pueblo puede entrar en la tierra prometida. Jesús, el ‘nuevo Josué’, entra en el Jordán y se abren los cielos.
Además, María iba al templo en ocasión de las fiestas judías de peregrinación. Por el evangelio de Lucas sabemos que José y María emprendieron a menudo la peregrinación a Jerusalén. Lucas narra que, en una de esas ocasiones, al volver en Caravana a Galilea, Jesús se quedó en el templo. El Evangelio testimonia también que las mujeres iban en peregrinación a Jerusalén, aunque sólo los hombres estaban obligados a ella. En la tradición judía los hombres están obligados a los preceptos positivos de la Torá, mientras que las mujeres sólo lo están a los negativos. Sin embargo, sabemos que las mujeres iban por devoción a las peregrinaciones, lo cual era todavía más meritorio para ellas, precisamente porque no estaba prescrito.
Fotograma de La Pasión de Cristo, en la que Jesús se muestra cariñoso con su madre antes de iniciar su vida pública
Luces del shabbat
Todavía hoy, toca a la mujer encender las luces del shabbat, las dos velas del sábado, dentro de la liturgia familiar doméstica que se celebra en la vigilia de este día santo. Cada sábado María preparaba estas velas en la mesa familiar y recitaba una bendición, similar probablemente a la que hoy recita la madre de familia: ‘bendito eres tú, Señor, que nos has pedido que encendiéramos las luces del shabbat’. Todavía hoy, según algunas tradiciones, las madres encienden tantas luces como hijos tienen. Se trata de una misión única: la mujer transmite la luz siendo madre.
¿Por qué este honor está reservado a la mujer? Como la primera mujer quitó la luz al mundo, ofreciendo a Adán el fruto letal, así le toca a la mujer devolver la luz del mesías al mundo.
Aún hoy, cada mujer judía tiene un sueño escondido: ser la madre del mesías. Todo esto se cumplió en María que dio a luz a la misma luz del mundo. El niño Jesús ha crecido viendo a su madre que encendía las luces del shabbat. A dicho ritual hace alusión también, con toda probabilidad, Lc 23,54: ‘era el día de la Preparación, y apuntaba el sábado’. Luego podemos creer con razón que el encendido de las velas del shabbat era un rito antiguo. Esta era una tarea de la mujer, ya que debía dar a luz los hijos, que son como luces para el mundo. El hijo por excelencia es el Mesías, hijo de la nueva Eva, que trajo su luz al mundo. Todos nosotros, en Cristo, podemos ser imagen de María, portadores de luz a este mundo.
Antes de esta liturgia de la luz, María, como toda mujer judía, ya había preparado la cena, y después del lucernario, toda la familia debía deleitarse con el amor de Dios que había creado este día para el reposo».