Desde hace unos años se intenta llevar al gran público, a través del cine, el célebre caso Mortara. Steven Spielberg anunció una película que nunca ha llegado a materializar, y en mayo pasado, en el festival de Cannes, se presentó Rapito [Secuestrado], un film del director comunista Marco Bellocchio.
Vuelve así a la actualidad Edgardo Mortara (1851-1940), el niño judío que fue sacerdote católico y murió en olor de santidad, y de cuya vida solo parece interesar un único capítulo: el primero, sobre su infancia; y con una única intención: atacar a la Iglesia.
Recordemos sucintamente los hechos.
Edgardo Mortara nació en 1851 en Bolonia (que entonces pertenecía a los Estados Pontificios) en el seno de una familia judía, donde era el noveno de los doce hijos de Salomone y Marianna. Cuando tenía poco más de un año, se puso gravemente enfermo y los médicos anunciaron que lo más probable era que muriese.
Ante esa previsión, la criada católica de los Mortara, Anna Morisi, le bautizó. Sorpresivamente, el pequeño salió adelante y ella, asustada ante las consecuencias de lo que había hecho, guardó silencio sobre su acción.
Cinco años después, un hermano de Edgardo se puso también muy malo. Anna no quiso hacer lo mismo y el niño falleció sin bautizar. Atribulada por ambos casos, desveló a un sacerdote lo sucedido y le autorizó para plantear las consultas que considerase pertinentes, que fueron elevándose hasta llegar al Papa.
La Iglesia entró en conversaciones con la familia para asegurar a Edgardo una educación católica en un internado en Bolonia. Ellos se negaron y, siendo imposible cualquier acuerdo, el 24 de junio de 1858 Pío IX decidió sacar al niño de su casa, llevarlo a Roma y formarlo allí como cristiano.
Había nacido, para su utilización por los enemigos de la Iglesia, el "caso Mortara". Con el tiempo, Edgardo quiso ser sacerdote y fue ordenado, pero eso no frenó la campaña denigratoria contra la Iglesia.
Sobre todo ello hablamos con Luca Costa, licenciado en Jurisprudencia por la universidad de Bolonia con una tesina sobre historia del Derecho medieval con aplicación al caso Mortara.
Aunque jurista de formación, Luca Costa lleva años en Francia consagrado a la enseñanza de la lengua y la cultura italianas.
-¿Qué papel jugó el caso Mortara en la propagada política del Risorgimento?
-Conocer el caso Mortara es fundamental para comprender el Risorgimento, el proceso de unificación de Italia en un solo estado. El Risorgimento no fue en modo alguno resultado de un movimiento popular espontáneo, fue una guerra de conquista querida por uno solo de los estados que antes de 1861 componían la península (el Reino de Cerdeña, con capital en Turín) contra todos los demás.
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»Esta guerra (sangrienta y terrible) fue apoyada por una operación de propaganda jamás vista antes en Italia, una propaganda fundada sobre bases ideológicas claras: Turín tenía derecho a dar forma a la nueva Italia porque estaba dotada de un gobierno liberal, constitucional y laicista. El Reino de Cerdeña era moderno, como ya lo eran los demás estados-nación de Europa, y moderna sería la nueva Italia unida.
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»El caso Mortara supuso un impulso, una aceleración, una palanca ideológica para la propaganda piamontesa. Los diarios del estado saboyano (todos de la órbita liberal) instrumentalizaron el caso Mortara para afirmar sin reservas que en los otros estados italianos, especialmente en los Estados de la Iglesia, sucedían cosas inauditas, indignas de la modernidad y de sus principios iluministas. Una propaganda que se reveló eficaz también en el exterior (Francia e Inglaterra in primis), donde Turín buscaba fondos para financiar su proyecto de hegemonía y donde eran influyentes las comunidades judías, obviamente sensibles a una experiencia como la de los Mortara.
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»Por lo que respecta a la configuración laica del nuevo estado italiano, diría que todo estaba ya decidido. El Reino de Cerdeña era ya más que laico, era extremadamente laicista en el momento del estallido del caso Mortara. El enfrentamiento entre Turín y Roma simplemente puso de manifiesto la oposición irresoluble entre dos visiones de la política y del derecho totalmente inconciliables.
-Es evidente que Edgardo no fue secuestrado, sino que Pío IX aplicó la ley. Pero ¿cuál era la justificación teológica y política de esa ley?
-El corazón, el núcleo central para intentar comprender el caso Mortara, qué sucedió y por qué, es precisamente eso: el comportamiento de Pío IX. Yo mismo me acerqué al caso Mortara movido por el mismo interrogante: ¿por qué Pío IX hizo que llevaran al niño a Roma? ¿Por qué asumir semejante riesgo en un momento tan delicado? ¿Por qué no ocultar el caso y fingir que no había pasado nada, pues poquísimas personas conocían que el pequeño Edgardo había sido bautizado? ¿Por qué darle a los enemigos de la Iglesia un pretexto, una excusa, para atacarla y destruirla?
-¿Y qué respuestas encontró para esos interrogantes?
-Descartemos enseguida las hipótesis más fantasiosas, aunque sean las que los medios, el cine (hoy) y una cierta historiografía (desde siempre) intentan imponer a los apasionados por la historia: no, Pío IX no era un terrible antisemita y no, Pío IX no era un viejo senil. Éstas son simplificaciones que no se compadecen con la comprobación de los hechos, banalidades solo válidas para quien está constantemente buscando un pretexto para odiar a la Iglesia. La realidad es mucho más compleja y, por fortuna, mucho más interesante.
»Pero la pregunta que me hacías toca un punto fundamental: el caso Mortara no tuvo lugar a partir de un acto arbitrario de Pío IX y nunca, durante todo su desarrollo, el Papa se salió del marco jurídico-legal del ordenamiento romano. Nunca. Todo se hizo, de principio a fin, respetando las leyes y los principios fundacionales del derecho del estado pontificio. Esto no debe olvidarse.
»Entremos ahora en el detalle de las leyes de los Estados de la Iglesia sobre las relaciones entre judíos y cristianos, leyes que están en el origen del caso Mortara y que hoy pueden parecer incluso absurdas a quien no posee las claves de lectura necesarias para comprender lo sucedido.
»La prohibición a los judíos de tener establemente en casa criadas de religión cristiana, la existencia del gueto, etc., nos parecen hoy imposiciones unilaterales establecidas contra los judíos. ¡Pero no era así! Las comunidades judías italianas eran ciertamente muy antiguas y prestigiosas, pero nunca fueron muy numerosas. Por este motivo, ya desde la Edad Media fueron precisamente los judíos quienes quisieron negociar con los diversos gobiernos de la península una serie de medidas para ‘separar’ de los cristianos a una comunidad que, de otra forma, se habría disuelto rápidamente en la masa mediante matrimonios, hijos y todo cuando sucede de forma espontánea en el seno de una sociedad abierta.
»La cuestión del servicio doméstico era, obviamente, sensible también en la perspectiva de los ‘bautizos clandestinos’; nadie era ingenuo entonces y la prudencia había llevado a ambas partes a evitar situaciones equívocas. ¡Los Mortara sabían perfectamente que acogiendo de forma estable a Anna Morisi, la joven católica que bautizó a Edgardo, violaban la ley! Una ley, es cierto, que ya no se aplicaba con mucho rigor en el siglo XIX, pero una ley que seguía vigente.
-¿A qué obligaba la ley en un caso como el que se planteó?
-Una vez comprobado el bautizo de Edgardo, entró en juego otra ley, y es aquí donde el caso Mortara se hace complejo para la modernidad, casi incomprensible (incluso para los mismos cristianos).
»En los estados de la Iglesia, un cristiano tenía el derecho a conocer el cristianismo. ¡El derecho! Nadie podía oponerse ni obstaculizar el disfrute de ese derecho, ni siquiera la familia. Naturalmente, para el ordenamiento canónico un bautizado, si estaba bautizado válidamente, era en todo y para todo un cristiano, independientemente de la religión de sus padres. Y un cristiano tenía, según la ley, el derecho de conocer a Cristo.
»Este es el punto que clavó a Pío IX a sus propias responsabilidades como cabeza de la Iglesia y jefe de un estado temporal. En cuanto cabeza de la Iglesia, ¿cómo habría podido separar a un cristiano de Cristo? Y en cuanto jefe de un estado temporal, ¿cómo habría podido no aplicar una ley sin cometer un acto indebido de arbitrariedad? Así como la conciencia de Anna Morisi le había dictado la urgencia de bautizar a un Edgardo Mortara a quien creía -legítimamente- a punto de morir, para confiarlo al amor divino, la conciencia de Pío IX le impuso no ocultar a Jesús a un niño a quien él, como rey y como Papa, tenía el deber de darle a conocer a Jesús.
-Todo esto choca con la mentalidad moderna...
-Hoy nos parece algo absurdo, pero sin precisar todo esto el caso Mortara es ininteligible. Hoy nos hemos acostumbrado a la idea de que el bautismo no es más que un rito, una fiesta con amigos y parientes, una excusa para comer un poco de chocolate y comprar una camisa nueva. En el mundo de Pío IX, Anna Morisi y Edgardo Mortara, el bautismo era todavía inequívocamente un sacramento: algo que se hace con Dios, junto a Dios, algo que funda una amistad indestructible con Jesucristo, un hecho central de la vida de todo hombre y de la cultura de toda una nación.
-¿Cómo fue la relación de Edgardo con sus padres durante su minoría de edad?
-No es fácil determinar la frecuencia de los encuentros entre los padres y el pequeño Edgardo durante sus primeros años en Roma. Sin embargo, podemos afirmar que nada impedía a los Mortara desplazarse a Roma siempre que lo deseasen y que nada les impedía, una vez en Roma, ver a su hijo. Ciertamente hubo visitas. ¿Eran visitas vigiladas? Inicialmente sí, con prudente discreción.
-¿Nunca se planteó que Edgardo volviese con su familia?
-En cuanto a un eventual regreso a casa del niño, las condiciones del gobierno pontificio eran claras: la familia no debía poner impedimentos a una educación cristiana. Condiciones que el padre de Edgardo, Salomón Mortara, nunca aceptó.
-¿Cambió la situación cuando los Estados Pontificios fueron invadidos?
-Con la vergonzosa e injustificable invasión de 1870, el Reino de Italia se apoderó de Roma y los Estados de la Iglesia fueron suprimidos. Desde ese momento, todos: la familia (sobre todo, el padre), la prensa, los políticos, la comunidad judía internacional, esperaban que Edgardo volviese a casa, libre finalmente del yugo clerical. Sin embargo, no volvió. ¿Por qué? Porque nadie tenía en cuenta un hecho decisivo: ¡Edgardo no solo era un ferviente cristiano y no pensaba ni por lo más remoto abandonar la Iglesia, sino que quería ser sacerdote! Con el paso de las semanas, la presión se hizo insostenible: la policía y los periodistas le seguían a todas partes, incluso se difundió el rumor de un inminente intento de secuestro. Edgardo vivió con enorme inquietud la evolución de los acontecimientos.
-O sea, que temió ser secuestrado -esta vez sí- por quienes decían que él estaba secuestrado...
-Y tomó entonces una decisión tan valiente como razonable: ¡dirigirse directamente a las (nuevas) autoridades saboyanas de Roma! En concreto, al general Alfonso La Marmora, designado por el rey de Italia (Víctor Manuel II) como lugarteniente de la futura capital del reino. El general le recibió, y con gran honestidad intelectual reconoció su derecho absoluto a vivir libre y tranquilo como cualquier ciudadano italiano. Entonces quedó claro para todos que Edgardo Mortara había decidido en libertad y en conciencia ser sacerdote y que su conversión era indiscutible. Y de golpe el caso Mortara se apagó, nadie siguió hablando de ello.
Edgardo Mortara junto a su madre y, probablemente, uno de sus hermanos.
-Entiendo que, ya como mayor de edad, mantuvo los contactos con los suyos...
-Edgardo Mortara mantuvo, también como adulto, relaciones cariñosas y afectuosas con su madre, figura constante de referencia en su vida. Precisamente la relación con su madre, Marianna, nos permite arrojar alguna luz sobre la personalidad de Edgardo y refutar las afirmaciones de los historiadores anticatólicos, que insisten sobre sus presuntas patologías o ambigüedades temperamentales.
-¿Logró la conversión de algún miembro de su familia?
-Al morir la madre de Edgardo, la prensa católica, incluso la más autorizada, publicó la noticia de su extraordinaria conversión final al cristianismo. ¡Pero no era cierto! Fue el mismo Edgardo quien lo desmintió rápidamente: su madre murió manteniéndose siempre fiel a la religión judía. A él no le interesaba difundir una cierta narrativa lacrimógena sobre su vida, le interesaba la verdad. Y ciertamente, Edgardo no hizo otra cosa que difundir el cristianismo, predicando en todas partes del mundo, en once idiomas y en innumerables países. Pero siempre diciendo la verdad, sin optar jamás por atajos ambiguos, no aprovechándose nunca de la notoriedad de su historia. Si esto no es una prueba de absoluta solidez moral e intelectual…
-Pero ¿no puede ser que padeciese algo parecido al síndrome de Estocolmo?
-Podemos decir que las fuentes atribuibles al propio Edgardo (especialmente sus memorias, escritas en castellano durante los años de su predicación española) nos dicen sustancialmente dos cosas: la separación de sus padres fue traumática –obviamente-, sin que, sin embargo, él tuviese nunca (ni de niño ni de adolescente, ni después) la impresión de haber sido secuestrado o de haber sufrido violencia alguna.
Vittorio Messori editó y comentó en 2005 las memorias inéditas de Edgardo Mortara, que se encontraban en el archivo en Roma de la Orden de los Canónigos Regulares del Santísimo Salvador Lateranense.
»Como ya hemos subrayado, Edgardo fue sacado de su casa y conducido a Roma, pero siempre mantuvo la relación con sus padres. Ellos le visitaban, no fue una ruptura completa. Por otro lado, observamos un niño que no fue ni secuestrado ni escondido en un zulo; al contrario, su relato trasluce un asombro deslumbrado ante la grandiosa belleza de Roma.
-¿Cómo había vivido hasta entonces?
-En Bolonia compartía un pequeño piso con sus padres, hermanos, etc. En el Vaticano fue acogido como una estrella, todos se ocupaban de él, todos le cubrían de atenciones, y conoció al Papa Pío IX en persona.
-¿Fue feliz allí?
-Para quien lee con un mínimo de honestidad intelectual las palabras de Edgardo Mortara no es difícil comprender su punto de vista sobre su propia historia, de haber vivido algo increíble: no trágico, sino único, extraordinario. No te sucede todos los días conocer a alguien plenamente satisfecho con su propia vida, y sin embargo, es lo que he percibido mientras estudiaba el caso Mortara: Edgardo estaba lleno de entusiasmo por su aventura en la tierra.
»Es imposible encontrar una sola palabra de Edgardo contra Pío IX. Pío IX será para él un ejemplo, un padre, un punto de referencia. Edgardo Mortara tuvo una vida excepcional, una vida plenamente cristiana que él amó profundamente, por la cual él siempre estuvo agradecido a Pío IX, porque Pío IX le había entregado el bien más precioso: la amistad con Jesucristo.
-¿No hubo sombra alguna?
-Ciertamente, los enemigos de la Iglesia han intentado siempre exagerar ciertos detalles de la vida de Edgardo: algún episodio de migraña (debido en realidad a la cantidad de estudios y de trabajo que podía soportar), una letra ligeramente abigarrada en algunos cuadernos de apuntes (que ningún grafólogo del mundo ni ningún psicólogo digno de tal nombre relacionaría con patología alguna)... Nada significativo, pero suficiente para quien de mala fe quiere atribuirle un grave síndrome de Estocolmo o similar. Ridículas insinuaciones fundadas sobre la nada más absoluta.
-¿Cómo transcurrió su vida sacerdotal?
-Conocido en todo el mundo como “el niño judío secuestrado por el Papa”, Edgardo Mortara vivió casi noventa años. Auténtico protagonista de la Europa entre los siglos XIX y XX, época de grandes revoluciones, él, sacerdote, enseñó, escribió, construyó, convirtió y predicó en italiano, alemán, francés, español, latino, vascuence, griego, inglés, hebreo… Viajó y trabajó en muchos países y solía decir de sí mismo: “Soy Pío María Edgardo Mortara, he enseñado en Italia y en el extranjero ciencias sagradas y profanas; pero, sobre todo, me he dedicado a la predicación en diversas lenguas”.
»Brillante en la conversación, hombre de profunda cultura, sobre su actividad en sedes de toda Europa decía: “Pero ¿cómo que misionero? ¡Lo que soy es un simple dromedario!”
»Su vida sacerdotal fue incansable e inagotable: viajes, escritos, predicaciones… Edgardo no paraba nunca. ¿Por qué todo este fervor? Muy sencillo: quería compartir con los demás, con todos, lo más importante que él tenía, a Jesús.
»Lo vivía como una responsabilidad, con entusiasmo. Dado que él había recibido el preciosísimo don del cristianismo, sentía que no debía ahorrar ningún esfuerzo para difundir el Evangelio por todas partes.
-¿Es posible que sea beatificado?
- No hay dudas de que un esfuerzo en esa dirección sería más que oportuno. Pero en una época donde dominan la corrección política y el temor a herir ciertas sensibilidades, temo que tendremos que esperar aún bastante. Mientras tanto, podemos y debemos rezar por Edgardo Mortara. Yo lo hago.