Paula Saenz Soto prefiere que la conozcan como Paula en el Bosque, y es una de las artistas de arte sacro más importantes de Costa Rica. Autora del mosaico de Nuestra Señora de los Ángeles en los Jardines Vaticanos, sus obras descansan en diferentes países del mundo, todas ellas sin firmar, porque, como reconoce, "el autor de estas 'oraciones pintadas' solo puede ser Dios".
Diseñadora publicitaria, con una larga experiencia en un importante periódico de su país, Paula atravesó unos años en los que la fe no era lo más importante de su vida. Un problema personal, y las oraciones incansables de su madre, la llevaron a volver a la Iglesia y, no solo eso, también a formarse más en aquello que creía, hasta dejarlo todo para cumplir una bella misión.
La artista centroamericana atiende a Religión en Libertad para hablar de la importancia del arte sacro en la vida de los creyentes, de sus encargos más importantes y del papel que ha tenido la Virgen María durante toda su vida.
-¿Quién es Paula Saenz Soto? ¿cómo recuerda su vida de fe durante la infancia?
-Mi familia era de rezar el Rosario todos los días, sin embargo, yo no tanto. Lo que más recuerdo de pequeña era que nos reuníamos y rezábamos juntos el Rosario. Siempre tuve esa semillita sembrada, de Nuestra Señora, de ir a misa... pero la conversión le llega a cada uno en momentos distintos.
-¿Y cómo aterriza en el arte y, más concretamente, en el arte sacro?
-No estaba en mis planes, fue por un milagro que pasó en mi vida. A partir de aquello pensé que para poder enamorarme de Jesús primero tenía que conocerlo. Uno no puede decir 'ya me enamoré', 'ya creo', 'ya tengo la fe'... si no lo conoce.
»Me puse a estudiar, a leer, y me llegó ese amor de querer ofrecer lo único que tenía. Muchos me decían que cómo me iba a dedicar a esto si ya nadie creía, que me iba a morir de hambre. Yo siempre pensé que sería Él el que tendría la última palabra, y así ha sido. Él ha marcado el camino de esta misión.
-¿Puede contar más sobre aquel milagro en tu vida?
-Mi marido y yo no podíamos tener hijos. Pasamos muchos tratamientos, fueron ocho años de calvario. Me enfadaba mucho con Dios, le decía que habiendo gente que abortaba niños, y a mí, que sí que los quería, no me los daba.
»Hasta que un día desistí, y decidí no volver al médico. Y, entonces, es cuando Dios dijo: voy a esperar a que dejes de hacer tantas cosas para manifestar que esto es obra mía. Dios me dio este gran milagro que fue mi hijo, que ahora tiene 19 años.
-¿Y cómo supo que fue gracias a Dios?
-Gracias a mi madre. Ella siempre tuvo fe, y sin yo saberlo, ella rezaba todo el tiempo. Era la comunión de los santos, que rezan unos por los otros. Mi madre me hablaba de Dios y yo me enfadaba, le decía que igual tener un hijo no estaba en los planes de Dios.
-Hablemos de su arte, ¿qué influencia tiene y qué estilos sigue?
-Empecé haciendo pinturas para niños, para mi hijo cuando era pequeño. La Medalla Milagrosa fue lo primero que hice, la llevé al colegio y a la gente le gustó mucho.
»A mí me encanta la iconografía bizantina y la pintura colonial, mi estilo es una mezcla. En realidad no sigo los cánones establecidos por la iconografía bizantina, llevo una forma de pintar que nace de mí.
»A mis imágenes siempre intento ponerles un rostro dulce, me concentro mucho en la mirada, esto también es algo en lo que me rebelo frente a lo bizantino. Cuando ellos escriben un icono, lo último que hacen es la mirada: primero se hace todo y al final la mirada. Pero yo no puedo, tengo que hacerlo al revés, necesito primero escribir esos ojos y luego ya todo lo demás.
»Lo que hacemos los pintores de arte sacro es escribir oraciones. Estuve con los carmelitas descalzos en una ocasión y se me abrió el cielo. Me hicieron la bendición de mis manos y me dijeron que yo no iba a pintar, sino a escribir. El icono es un lugar santo, que diría San Juan Damasceno.
-¿Cree que la Iglesia se puede reconciliar con el arte moderno?
-Hay ciertos aspectos que se pueden reconsiderar, pero creo que el arte actual se ha ido deformando demasiado. Hasta tal punto de que ponen unas piedras sin rostro y dicen que es la Sagrada Familia.
»Me gusta mucho la guía de Benedicto sobre la belleza, la via pulchritudinis. La belleza suprema, que es Dios, es la que nos tiene que guiar. Aunque el Espíritu Santo renueva el arte y la Iglesia, hay que tener ciertos límites. He llegado a ver una Sagrada Familia en Estados Unidos negra que no tenían rostros, porque decían que no podían tener género. Los artistas podemos deformar y desviar a las personas.
-¿Piensa que la Iglesia debe regresar a la vanguardia del arte?
-Pienso que la Iglesia debe estar delante, no puede aceptar cualquier corriente que salga sin ofrecer antes una visión. Últimamente en la Iglesia se ha ido muy por libre, no digo que haya que copiar el arte bizantino, pero tenemos que poner de nuestra parte como artistas.
»Hay que utilizar los dones aplicando los rasgos de nuestra propia vivencia. En mis iconos estoy yo, pero siempre de la mano del Magisterio. No puedo inventarme, por ejemplo, una advocación que no existe.
-¿Qué importancia tiene la belleza y el arte para los cristianos?
-Es muy bonito. Dios nos dio los cinco sentidos a nosotros, que somos tan pequeños, porque sabe que los necesitamos. Él se vale de ellos para transmitirnos su mensaje.
»Ha ocurrido con muchos santos. Dios se les ha querido manifestar a través de una obra de arte. Por ejemplo, Santa Faustina Kowalska y el icono de la Divina Misericordia. Fue Jesús mismo el que pidió esa imagen. Él sabe que necesitamos a veces algo más tangible, aunque, por supuesto, eso no va sustituir nunca la fe, más bien esa belleza la fortalece.
»Está también, por ejemplo, la conversión de Santa Teresa con La Santa Faz. Ha habido muchas conversiones con solo contemplar una obra de arte, y eso lo he visto yo en mi taller. Cuando vienen y contemplan un icono de la virgen, algunos lloran porque en ese momento necesitaban esa mirada.
-¿En qué santos se inspira para realizar sus obras?
-En San Charbel, el famoso santo libanés; en el Padre Pío, con el que tuve una historia muy linda, y en muchos otros. Pude ir a San Giovanni Rotondo, me pagaron el viaje y no entendía muy bien qué hacía allí. Yo no era su hija espiritual, sin embargo, a veces, son los santos los que entran en nuestra vida y nos buscan.
»Cuando estaba en la misa solemne, me sentaron en primera fila, y vi entrar la cruz gracias a la cual San Pío recibió los estigmas. Ahí comprendí que daba igual el nombre del artista que la hubiera hecho, que lo importante es que Dios se vale de esas obras para llegar a las personas. Dios le dio los estigmas frente a ese crucifijo, cuando él lo estaba contemplando.
»Por eso nosotros no firmamos las obras. Cuando me dicen que debería firmar digo que no, porque no es obra mía, es obra del Espíritu Santo. Si firmamos algo, es por detrás. Y es muy bonito, porque Dios mismo te va corrigiendo mientras pintas. A veces pasas meses haciendo tu voluntad en una obra y luego tienes que dejarla hasta que Él diga cómo continuar.
»Me pasó con un icono de San José, me empeñé en poner una rosa en representación de la Virgen, pero aquello era solo mi plan, y no el del Espíritu. Muchas veces sientes desasosiego hasta que por fin lo descubres.
-¿Cómo fue llevar a la patrona de Costa Rica hasta los Jardines Vaticanos?
-Fue en plena pandemia, me llamaron y debía hacer un boceto muy rápido. Nuestra Señora de Los Ángeles está hecha de jade y de granito, que son piedras imposibles de unir, el reto era inmenso. No sabía cómo iba a escribir un icono con teselas de vidrio que fueran verdes. Fue un reto muy grande pero muy hermoso.
»Para mí es algo muy grande. Siempre digo que soy una pequeña artista con un taller muy chiquitito en Costa Rica. Esto es un ejemplo de que Dios puede escoger a cualquiera, no hay que ser un artista famoso.
»Le pedí a la Virgen durante dos años que mi arte pudiera trascender, quería poder evangelizar por medio de él. Yo no pretendía llegar al Vaticano, al centro del arte católico del mundo, a lo que más puede aspirar un artista de arte sacro.
»El año pasado regresé a Roma y cuando llegué a donde estaba me puse de rodillas. Era como cuando vas a ver a tu madre y le dices que estabas deseando volver a verla. No le pedí nada, solo le di las gracias por estar ahí. Le di un beso, una rosa y hicimos un vídeo en vivo para toda Costa Rica.
»Desde que se dio la noticia en mi país, todo el mundo se movilizó para financiarla. Es una imagen que se hizo gracias a donaciones populares. La gente me escribe y me pregunta si pueden ir a verla, pero está en un sitio con ciertas restricciones. La primera romería que se hizo en la historia en el Vaticano fue ante el mosaico de la Virgen de los Ángeles.
-¿Qué recuerda de su encuentro con el Papa?
-Lo he visto en dos ocasiones. La primera vez le llevé un lienzo grande que se va a entronizar aquí en Costa Rica muy pronto, no me imaginaba que me lo bendijera. La segunda, le llevé un burrito, que tiene toda una teología detrás. Es un símbolo que nos advierte de que los aplausos no son para nosotros sino para Aquel al que llevamos. Le dije que era un portarretrato mío y se moría de risa.
-¿Qué trabajos ha realizado y en qué proyectos se encuentra actualmente?
-Hice un mosaico para la Catedral Metropolitana de San José (Costa Rica). En Fátima (Portugal) hay un relicario que hice para los pastorcitos Jacinta y Francisco. Hay obras mías en países latinoamericanos, en parroquias, en hogares...
»Ahora estoy trabajando en un viacrucis para una parroquia de Costa Rica, estoy haciendo también La Santa Faz, y en octubre haré una exposición en Roma.
-¿Cómo podría resumir la labor que realiza en el mundo del arte?
-El rostro de la Virgen María es una carta de amor de Dios para todos nosotros. Eso resume todo. Dios, a través de los iconos, nos revela la belleza y Ella es la mujer más bella, y su rostro es una carta de amor para nosotros.
Aquí puedes ver un vídeo de la artista en los Jardines Vaticanos.
-¿Cree que la belleza salvará al mundo?
-Sí, salvará al mundo. Me encanta esa frase, porque necesitamos la belleza en las pequeñas cosas cotidianas. No solo en las obras de arte, sino en la naturaleza y en tantas otras en las que Dios siempre se manifiesta.