El 9 de agosto de 1945, Japón sufrió uno de los más sanguinarios ataques realizados por el bloque aliado para obtener la victoria. Con el lanzamiento de la bomba atómica en Nagasaki, cerca de 70.000 personas murieron en el acto tan solo tres días después de una tragedia similar en Hiroshima. La floreciente comunidad de fieles católicos fue una de las más afectadas. En 1945, antes de la bomba, había unos12.000 católicos en la comunidad de Urakami (Nagasaki), pero en tan solo unos segundos se vio reducida a poco más de 3.000.
Lo que en otro tiempo fue una apacible y tranquila ciudad se convirtió automáticamente en un páramo de fuego, cenizas y cadáveres. Takashi Nagai, radiólogo converso al catolicismo, estaba en el hospital cuando recibió el impacto, al que sobrevivió. No fue el caso de su mujer Midori, de la que solo quedaron sus huesos asociados a un rosario que probablemente rezaba en el momento de la explosión.
En cuestión de minutos, su vida, su familia, su hogar e investigaciones se habían transformado en polvo. Pero Nagai sabía que el escenario que contemplaba distaba de ser lo que parecía un auténtico infierno. En él permaneció la esperanza. Una virtud que comenzó a cultivar años atrás, cuando abrazó la fe, en una conversión que recoge Lo que no muere nunca, primera autobiografía de Nagai publicada recientemente por Encuentro, escrita en tercera persona.
Educado en una familia de profundas raíces sintoístas, el joven Nagai vivió en la práctica una adolescencia y juventud de "ateísmo convencido", motivado en parte por la mentalidad racionalista que desarrolló durante sus estudios de Medicina en la universidad.
Una fe que nació en Navidad a través de "una intuición"
No conocería la fe cristiana hasta que con 24 años fue intuyó que "el espíritu del hombre continua viviendo después de la muerte" según sus propias palabras tras el fallecimiento de su madre. Aquel episodio le motivó a investigar sobre la fe, especialmente en los escritos de Pascal. Pero no fue hasta la víspera de la Navidad de 1931 cuando conoció por primera vez la fe de forma encarnada en el hogar donde se hospedaba en Urakami y su familia de acogida, los Moriyama.
Aquel día recibió toda una catequesis en respuesta a sus preguntas que comenzaron a instruirle en la fe, pero su conversión tumbativa sucedió horas después, cuando acudió a su primera misa invitado por la familia.
Puedes conseguir aquí "Lo que no muere nunca" (Encuentro).
Segundos después de que los 5.000 fieles presentes entonasen el Gloria in excelsis Deo, Nagai "escuchó una voz que procedía de quién sabe de dónde y que lo llamaba", relata él mismo en tercera persona. La voz decía: "Elevad la mirada a los cielos, la salvación de Dios está cerca". A ella le siguió una repentina pero firme "intuición": "En la Iglesia está el cuerpo vivo del Omnipotente".
En la misma noche, Nagai obtuvo una primera aproximación intelectual y la intuición espiritual de la fe, pero antes de que amaneciese encontraría también su apoyo personal cuando Midori, la hija de sus huéspedes, comenzó a retorcerse por los agudos dolores de una apendicitis. Aquella noche le salvó la vida.
De observar "los mandamientos del diablo" a la gracia
Junto a ella dio sus primeros pasos en la fe, aprendió los mandamientos y la doctrina cristiana y se arrepintió profundamente de su vida pasada al ser consciente de que "si existiesen los mandamientos del diablo, habría tenido que afirmar que los había observado diligentemente". En pocos meses, él recibió los sacramentos de iniciación y se casó con la joven hija de los Moriyama, con quien tuvo dos hijos.
Si en su bautismo sintió "una felicidad infinita" y que "el Espíritu Santo regeneraba completamente su alma", en su matrimonio percibió como se encerraba "toda la eternidad". Tuvieron cuatro hijos, un niño y tres niñas, de las que dos fallecieron antes de los dos años.
A la izquierda, Takashi Pablo Nagai y Midori el día de su boda en agosto de 1934, dos meses después de bautizarse. A la derecha, en 1936 junto a su hijo Makoto, el primero de cuatro. De sus otras tres hijas, dos de ellas, Ikuko y Sasano, murieron de niñas.
Le siguió la confirmación. En tercera persona, plasmó como entonces "se convirtió en un verdadero soldado espiritual con Cristo dispuesto a combatir contra Satanás".
Lo hizo como mejor sabía, sanando los cuerpos y ayudando a las almas convencido de que "la ayuda es autentica cuando sirve para que alguien recupere su dignidad". A tal efecto entró a formar parte de la Sociedad de San Vicente de Paúl, desde la que visitaba y consolaba a los enfermos ganándose el afecto de la comunidad como cristiano y como médico, evangelizando conforme progresaba año tras año en su formación.
Un matrimonio enfrentando la enfermedad desde la fe
Nagai llevó a cabo esta misión de forma totalmente abnegada, lo que entrañaba serios riesgos para su salud. Como radiólogo, solo podía tolerar 0,2 roentgen -unidad de medida de radiación- al día, pero al tratar entre 50 y 100 pacientes al día superó con creces esa cantidad.
Preparando su matrimonio, Nagai advirtió del riesgo que corría a Midori, pero su respuesta no dejó lugar a dudas: "Para mí será un honor compartir su viaje con él, me lleve donde me lleve y ocurra lo que ocurra en el camino".
Por eso cuando le diagnosticaron leucemia mieloide crónica en 1945 no cogió desprevenido al matrimonio. La posibilidad de que se la diagnosticasen "siempre le rondó la cabeza", pero sabía que en ese caso y momento, "no había modo de esquivar la muerte". La respuesta de Midori, aunque afectada, fue tan resignada como lo fue en su matrimonio: "Si se vive para la gloria de Dios, tanto nuestra vida como nuestra muerte tendrán valor. Tú has dado todo lo que tenías por un trabajo importantísimo, y lo has hecho por Su Gloria".
"¡Qué paz! ¿Dónde está la guerra?"
Sin embargo, los tres años que le dieron pasaron a ser una eternidad el fatídico 9 de agosto de 1945.
Midori y Nagai se encontraban separados, ella estaba en su casa, a un kilómetro de la universidad donde el enseñaba a los estudiantes y atendía a no pocos pacientes.
"El cielo estaba limpio", la calma era inusual y en la universidad el día comenzó como cualquier otro cuando Nagai pensó: "¡Qué paz! ¿Dónde está la guerra?".
En ese instante recibió la cruda respuesta de algo parecido al infierno. "Un resplandor de un azul pálido interrumpió su vista, una fuerza descomunal entró por la ventana y lo lanzó tres metros más allá, con cortes en todas partes y herido en el lado derecho del cuerpo", escribió.
Cuando logró mirar por la ventana, no vio nada. Ya no había árboles, no se escuchaba sonido alguno salvo el crepitar de las llamas y ningún pájaro volaba. El cielo estaba oscuro, cubierto por anormales nubes blancas y allí donde dirigiese la mirada veía cuerpos inmóviles sobre un suelo compuesto de ceniza. "Barrios, fábricas, escuelas, iglesias, bosques, campos, muros de piedra... todo lo que existía había desaparecido", recuerda.
"Aferrarse a lo que no muere nunca"
En plena extenuación atendiendo heridos, pensó en su mujer. Pero cuando llegó a su casa, las sospechas de Nagai se mostraron en toda su crudeza. Lo que horas antes era su hogar ahora eran escombros y de su mujer no quedaba nada salvo los huesos, aún calientes, entre los que había un rosario.
Nagai enterró lo que quedaba de su esposa en las tumbas de sus dos hijas fallecidas, pensando en que "las almas de aquellas dos niñas en el paraíso saltaban junto al alma de su madre que acababa de ser llevada al cielo".
Desde entonces, la "alegría más grande" de Nagai consistió en pensar en el día, no muy lejano, que los efectos de la leucemia le llevarían junto a su familia. Sin familia, con su patria aplastada, sus amigos muertos y sus investigaciones pulverizadas, el radiólogo "tenía que aferrarse a lo que no muere nunca".
Dedicó sus últimos años a reconstruir la catedral de Nagasaki, sanando a quien podía y ayudando a todo aquel que se lo pidiese con cualquier tipo de consejo, con una leucemia agravada por la radiación llegando a tener 310.000 leucocitos en sangre. En olor de santidad y tras haber sido visitado por el mismo emperador Hirohito, el radiólogo converso falleció el 1 de mayo de 1951 con 43 años, habiendo recibido los sacramentos, rodeado de amigos, un sacerdote, y con un rosario del Papa Pío XII en sus manos. 20.000 personas asistieron a su funeral frente a la catedral, celebrado el 3 de mayo.
Nagai, postrado en cama antes de morir por la leucemia.