Pablo Martín Prieto, profesor de Historia Medieval en la Universidad Complutense de Madrid, acaba de publicar Las Cruzadas (Digital Reasons), una aproximación completa a ese acontecimiento histórico que intenta evitar sensacionalismos y juicios realizados desde perspectivas que lo deforman.
-Un tema tan polémico como sugerente...
-Mi propósito ha sido que el lector encuentre una síntesis ajustada de los principales acontecimientos entretejidos en la historia de lo que fue aquel fenómeno, contada con claridad y sencillez, y también pienso que el lector podrá hallar en este libro elementos de análisis y reflexión acerca de las cuestiones interpretativas de todo orden que un tema tan interesante inevitablemente suscita. Por otra parte, intentando escapar a dos peligros esenciales, el “presentismo” (empeñarse en enjuiciar hechos del pasado de acuerdo con la mentalidad del presente) y el sensacionalismo, he procurado que el lector no llegue a encontrar en este libro ni lo que podríamos llamar una “leyenda negra”, ni tampoco una “leyenda rosa” de las cruzadas.
-¿En qué consistió aquel peregrinaje armado de europeos fuera de Europa, con el visto bueno del Papa del momento?
-Es difícil evocar en breves trazos lo que supuso aquel fenómeno, que en muchos aspectos se presenta como nuevo, sin precedentes, al menos por la combinación de los elementos que entraña. Un esfuerzo de unidad de la Cristiandad latina u occidental, promovido al más alto nivel por el Papado; una movilización social a distintos niveles que parecía tocar algo muy profundo de los anhelos y la religiosidad de su tiempo; un impulso de solidaridad y ayuda hacia los cristianos orientales tras el que latía la ocasión de un reencuentro en el camino de la unidad; para tantos, una ocasión única de compensar culpas pasadas con la participación en una empresa que la Iglesia declaraba como meritoria; para otros, también una esperanza de premio o recompensa no solamente espirituales. La complejidad de todo lo que las cruzadas supusieron a lo largo del tiempo y en relación con la diversidad de actores involucrados en las mismas permite adentrarse en un recorrido fascinante y rico en perspectivas, que en el libro he querido reflejar.
-El tema de las cruzadas se trata con frecuencia en el cine, pero muchas veces de forma poco rigurosa.
-Es cierto que el cine se ha ocupado bastante de las cruzadas, lo que no es de extrañar porque existe en este tema, indudablemente, todo un aspecto de aventura y exotismo a cuyo atractivo la industria del espectáculo no podría permanecer indiferente. Digo “industria del espectáculo”, o del entretenimiento, porque además de en el cine, las cruzadas constituyen el trasfondo, la ambientación o el “decorado” de series de televisión, novelas populares, historietas, videojuegos o incluso juegos de mesa y de rol, y al parecer con éxito.
» Desgraciadamente, a menudo sucede que por desconocimiento o por sensacionalismo estos productos de entretenimiento carecen efectivamente de rigor histórico, abundan en tópicos y anacronismos o ayudan a difundir nociones desorientadas sobre lo que las cruzadas fueron en realidad, tal como puede establecerse por la investigación histórica.
-Se juzgan moralmente hechos pasados con la mentalidad actual. ¿En qué modo esto es adecuado o inadecuado?
-Incluso el historiador más cuidadosamente partidario de la objetividad se expone en alguna medida a razonar y concebir hechos del pasado influido por sus puntos de vista personales, producto en buena medida de su formación y de las ideas corrientes de su propia época. Seguramente por esta razón se ha podido decir alguna vez que, en el fondo, “toda historia es historia contemporánea”. Pero lo cierto es que, cuando se concibe y enjuicia el pasado de acuerdo con categorías del presente, se incurre inevitablemente en un anacronismo, lo que limita seriamente la posibilidad de llegar a comprender los hechos tal como se vivieron en el pasado. Personalmente, estimo que la verdadera misión del historiador no consiste tanto en juzgar, como en tratar de entender el pasado y ayudar con su labor a hacérselo más inteligible a otros.
-Las actuaciones deleznables e injustas que realizaron aquellos peregrinos- soldados ¿eran mayoritarias o minoritarias?
-Sería esconder una parte de la realidad histórica ocultar que en las cruzadas, como en otras guerras antes y después, se dieron comportamientos lamentables desde todo punto de vista moral, inspirados por bajas pasiones (soberbia, crueldad, codicia). Sin embargo, pasando del elemento de los comportamientos individuales a la posibilidad más general de describir y comprender los usos y formas de hacer la guerra en la época, con sus características precisas y convencionalismos, no es tan sencillo apreciar en qué medida las cruzadas pudieron distinguirse de otras guerras de su tiempo. Tal vez lo más prudente sea citar a este respecto el parecer del historiador Nikolas Jaspert cuando afirma que “las cruzadas no hicieron más violento al mundo cristiano e islámico de lo que ya era antes, fue ese mundo violento el que alumbró las cruzadas”.
-Se ha denunciado en distintas obras que lo que buscaron aquellos cristianos armados era enriquecerse con los saqueos o buscar una ruta comercial más directa a Asia. ¿Qué considera al respecto?
-En la guerra medieval, el botín representaba un incentivo material para los combatientes, pero también un “seguro” y una forma de resarcirles de los gastos que afrontaban para hacerla. Indudablemente, para muchos de los participantes en las cruzadas la perspectiva de prosperar o marchar a establecerse en otros horizontes tuvo un papel importante entre sus motivaciones, pero sería pasar por alto algo esencial del fenómeno reducir a motivaciones de orden material el atractivo que aquella aventura tuvo para multitudes enteras.
» Por lo demás, poner en marcha, financiar y sostener el esfuerzo de las cruzadas no fue en su tiempo lo que se podría llamar una empresa rentable, sino algo realmente muy costoso. El acceso de los comerciantes occidentales a los tráficos y mercancías del Oriente, como la seda, las especias y otros productos muy apreciados, ya se realizaba antes de las cruzadas a través de intermediarios, de manera que no fue necesario emprenderlas para entablar o continuar esos contactos comerciales.
-¿Por qué teólogos y filósofos de la época calificaron aquellas campañas como "guerra justa"?
-En el marco del Derecho romano, el concepto de guerra justa era puramente ritual y técnico, pues se reducía a verificar si en relación con una confrontación bélica dada se cumplían una serie de formalidades requeridas. Serán los Padres de la Iglesia, con San Agustín al frente, los primeros encargados de repensar y redefinir ese concepto de guerra justa en términos morales, dentro del cristianismo, estableciendo toda una serie de cautelas o condiciones estrictas para que una guerra pudiera entenderse legitimada, y aun ello en el caso de que fuera inevitable o de último recurso para defenderse de una agresión o reparar una grave injusticia.
» A lo largo de la Edad Media, en la esfera del Derecho canónico se desarrollarán esas doctrinas sobre la guerra justa, y la experiencia de las cruzadas ayudará a definirlas con mayor precisión. Entendidas como guerras emprendidas para recuperar los Santos Lugares de manos de sus ocupantes musulmanes, que previamente las habían arrebatado a los cristianos, y para ayudar a las comunidades cristianas orientales, las cruzadas fueron autorizadas y bendecidas por la Iglesia como ejemplo de guerras justas. Ello, naturalmente, sin perjuicio de que durante su desarrollo los combatientes pudieran desarrollar ocasionalmente comportamientos que el Derecho de la Iglesia condenaba como inaceptables en todo caso.