El 13 de mayo de 1799, seis religiosos de la antigua abadía de la provincia de Frosinone fueron asesinados cuando intentaban salvar la Eucaristía. El 17 de abril de 2021 fueron beatificados como mártires.
Rino Cammilleri recuerda esta masacre napoleónica en su rúbrica Il Kattolico del número de junio de Il Timone:
Los monjes de Casamari
El 13 de mayo, María se apareció a los tres pastores en Cova da Iria. Todos conocemos la popular historia de Fátima. Pero hoy no vamos a hablar de ese 13 de mayo. No hablaremos de 1917, sino de 1799. No de alegría, sino de luto. Pues bien, empecemos.
En las afueras de Veroli, pequeña ciudad de la provincia de Frosinone [Lacio, Italia], hay una abadía muy antigua, antes benedictina, que hacia el año 1150 pasó a los cistercienses: la abadía de Casamari. Aquí, en 1799, seis monjes, que intentaban salvar la Eucaristía, fueron masacrados por los napoleónicos. Esta es su historia.
La abadía de Casamari, cien kilómetros al sureste de Roma, donde viven actualmente dieciséis monjes cistercienses. Foto: Abadía de Casamari.
Los soldados franceses llegaron alrededor de las ocho de la tarde, justo después de la Completas. Buscaban un botín. Los monjes escaparon, excepto seis. Sabían que los merodeadores buscaban objetos de valor, pero los únicos que había en la abadía eran los vasos sagrados que contenían las hostias. Puesto que no tenían intención de separarse de ellos a costa de sus vidas, la vida perdieron. Todos fueron masacrados a golpe de sable, bayoneta y fusil.
El primero en morir fue el prior, Simeon-Marie Cardon, francés de Cambrai y antes monje en París, que había huido de su patria para escapar del Terror jacobino. Pero los degolladores le alcanzaron en Italia. Cuando se presentaron en la abadía, les acogió amablemente, dándoles incluso de comer. Esperaba que se marcharan, pero cuando se dio cuenta de sus intenciones, intentó esconderse en el jardín mientras sus hermanos escapaban.
Hay que impedir la profanación
Dio media vuelta cuando se dio cuenta de que los impíos profanarían las hostias. Lo despacharon con las espadas. El maestro de novicios era un bohemio de Praga, Jan Zavrel, antiguo dominico. Aquella trágica noche del 13 de mayo, en lugar de huir, se quedó a recoger las partículas que los franceses, que sólo estaban interesados en la píxide, habían arrojado al suelo y pisoteado. Se dio cuenta de que habían hecho lo mismo en la capilla de la enfermería y también allí se puso a recoger las hostias esparcidas por el suelo. Le ayudaron dos hermanos de orden, pero esta operación resultó ser fatal para ellos: fueron descubiertos y atacados; murieron a sablazos.
Una escena del martirio de los monjes de Casamari.
Uno de ellos era Albertin-Marie Maisonade, también francés, de Burdeos. Tras recoger las hostias del suelo, había decidido arrodillarse en adoración para reparar el sacrilegio: tenía más miedo de Dios que de los franceses.
Pasaba por allí el milanés Zosimo Maria Barnat, que debía coger quién sabe qué, a petición del prior. En lugar de eso, recibió una bala. No murió inmediatamente. Consiguió escapar, esconderse; entregó su alma a las puertas del monasterio.
El borgoñón Modeste-Marie Burgen también había escapado de la Francia de los cortadores de cabezas católicas. Localizado en el pasillo, perseguido y alcanzado, fue fusilado y rematado con el sable.
La historia de Maturin-Marie Pitri, hijo de uno de los jardineros del rey de Francia, es paradójica. Era oblato benedictino en Fontainebleau cuando, una vez guillotinado el rey Luis XVI, fue reclutado a la fuerza por la nueva República Una e Indivisible y enviado a invadir Italia bajo las órdenes del general Bonaparte. Se encontraba en Veroli cuando, junto con otros soldados, fue ingresado en el hospital local con una grave neumonía. En efecto, los jacobinos habían matado de hambre al reino más poderoso del mundo y contaban desesperadamente con el saqueo de otros. Los reclutas franceses a menudo ni siquiera tenían zapatos, de ahí su avidez por saquearlo todo, hasta las cosas más pequeñas. Y si marchas en invierno con suelas de cartón, una neumonía es lo menos que te puede ocurrir.
Una recuperación milagrosa
Como los antibióticos aún no habían sido inventados, el médico ya había empezado a extender la sábana sobre la cara de Pitri cuando éste, reconociendo el hábito del padre Cardon, que pasaba por allí, lo llamó e hizo voto de hacerse cisterciense si sobrevivía. Se recuperó milagrosamente y fue debidamente escondido para evitar que lo encontraran los comisarios políticos (otra invención jacobina, pronto imitada por los totalitarismos posteriores) que seguían a las tropas. ¿Mejor morir de neumonía o mártir? Mejor lo segundo. La noche del 13 de mayo, él también fue fusilado mientras caminaba por el pasillo. Se arrastró sangrando hasta su celda y allí entregó su alma.
Lo bueno es que los franceses estaban en retirada. El Ejército de la Santa Fe organizado por el cardenal Fabrizio Ruffo les había presionado desde Calabria y Apulia. La ruta marítima estaba guarnecida por la flota del almirante Nelson y en Lombardía los austriacos se lo estaban poniendo difícil, así que los franceses decidieron evacuar Nápoles.
Una escena de la miniserie pro-revolucionaria de la RAI 'Luisa SanFelice' (2004), que recoge el momento en el que el cardenal Ruffo (interpretado por el actor español Carmelo Gómez) propone al Rey Fernando I de las Dos Sicilias (IV de Nápoles y III de Sicilia, hijo del rey español Carlos III) la constitución del Ejército de la Santa Fe (Sanfedista), que liberó Nápoles de los revolucionarios jacobinos. La serie presenta en otro momento a Ruffo diciendo misa, aunque nunca fue ordenado sacerdote, solo recibió las órdenes menores y el diaconado para acceder a la púrpura.
Allí, tras haber degradado a San Genaro, que se había atrevido a licuar su sangre delante del general Championnet, los soldados y el rango de generalísimo habían sido transferidos por los lazzari a San Antonio de Padua. La colaboracionista República Partenopea había caído fácilmente. Así que los franceses ascendían por la península por tierra hacia los Estados Pontificios, que estaban ocupados por ellos (el Papa Pío VI había sido deportado a Francia, donde murió a finales de agosto).
Algunos de los franceses, habiendo abandonado la ruta costera, habían tomado rutas interiores y, de paso, habían saqueado, devastado y profanado lo profanable, incluida la conocida Montecassino. Aquino, Roccasecca y Arce corrieron la misma suerte.
Licencia para matar
En Isola del Liri se dedicaron también a la masacre de más de quinientos ciudadanos que habían intentado oponerse a sus saqueos. Esta masacre tuvo lugar el día anterior a la de Casamari, el 12 de mayo, fiesta de Pentecostés. Los nombres de los asesinados ese día están debidamente registrados en los archivos de la iglesia local de San Lorenzo. Puesto que, por si quedaba alguna duda, el saqueo había sido explícitamente autorizado por el propio Napoleón, los soldados, una vez avistada la abadía de Casamari, no dudaron en dirigirse hacia allí. ¿Acaso los vikingos no habían comenzado sus hazañas por la abadía de Lindisfarne? ¿Qué presa es más golosa que un monasterio? Comida, objetos de valor y ninguna defensa. Y licencia para matar.
"¡De la furia de los hombres del norte líbranos, oh Señor!" Así rezaba la antigua jaculatoria medieval y así tuvieron que replicar aquellos desafortunados antepasados nuestros, cuando la guillotina inauguró los tiempos modernos en 1789. Sólo que los viejos hombres del Norte no querían nada más que el botín. Los nuevos querían (y quieren) también el alma.
Traducción de Verbum Caro.