Rocca cambia el mundo es una buena opción para ver con niños (a partir de 8 años) estos días en los cines españoles. Hay reseñas que detallan que la guionista Hilly Martinek se inspiró en cómo sería en nuestros días Pippi Calzaslargas, la niña descontrolada de Astrid Lindgren, creada en los años 50. Eso es equívoco y puede asustar a los espectadores que no soportan a la Calzaslargas. Por suerte, la realidad es que Rocca y la película se parecen más bien a Heidi.
Como Heidi: conquistar al abuelo, conquistar a la ciudad
Recordemos la historia de Heidi: es una niña muy inocente, y también muy alegre, que primero necesita conquistar el corazón de su abuelo, aislado en su montaña, y ya en una segunda fase adaptarse al mundo de la ciudad, a la disciplina de la señorita Rottenmeier y a la apagada y ensimismada Clara, niña de ciudad. A todos transforma con su inocencia luminosa y su alegría esperanzada.
Rocca es igual que Heidi, pero no viene de las montañas, sino de la Ciudad de las Estrellas, en Kazajstán. Tiene 11 años y aún no entra en las perplejidades de la adolescencia. Para enfado de la ministra Celaá, no ha estudiado en un colegio, sino que ha estado en casa con su padre viudo, astronauta alemán, y sus compañeros científicos. Es una homeschooler y una autodidacta que habla ruso, pilota aviones y usa su tablet para contactar con papá en la Estación Espacial Internacional, no para juegos ni tonterías de Instagram.
Rocca parece inmune a la adicción al móvil y las pantallas, igual que Momo era inmune a las seducciones de los Hombres que Fuman.
Cuidar la Creación y poner nombres... lo que Dios nos encargó
Rocca es muy física, le encanta organizar aventuras en el parque, el río, con monopatín o bicicleta y hacer cosas con las manos, decorando a su alrededor, transformando su entorno. Cuidar una ardilla herida y ponerle nombre forma parte de ese impulso propio del Adán y Eva en el Edén: cuidar la Creación y ponerle nombres.
Insistamos en que usa la tecnología para conectar con su familia, no para aislarse de ella: eso es ya casi un superpoder. Se ríe de Instagram como Tom Bombadil del Anillo Único. Más adelante sí usará Internet -con la ayuda de un amigo, es decir, no como francotiradora- para difundir unos vídeos virales que animen a todos a ser mejores y acercarse a las personas sin techo.
Rocca no es invulnerable, pero se deja ayudar
Rocca tiene heridas, como todo el mundo, pero no deja que la tumben. Su madre murió al darla a luz, su padre la quiere pero está en el espacio, su abuela la acoge a regañadientes, ve en ella a su hija muerta y le duele. No es invulnerable, pero se levanta y se deja ayudar.
Como outsider casi angelical, por primera vez va al colegio y se salta mil reglas (¡reglas de colegio alemán!) sin malicia ninguna. Igual que la señorita Rottermeier insistía en llamar Adelaida a Heidi, aquí también el director lee su nombre largo y oficial de una lista (Rocca es un acrónimo).
Pronto ella detecta la adicción a los móviles de todos los niños, que además los usan para insultar, aislar y hacer el vacío a los "apestados" de la clase. Ella no sólo romperá esa dinámica en los niños, sino que también ayudará a muchos mayores.
Rocca propone la confesión de pecados... y así cambiar
Lo más asombroso de la película se da cuando Rocca reinventa la confesión. "Vamos a jugar un juego, yo diré actividades, y quien las haya realizado, que entre al círculo que he dibujado con tiza". ¿Quién ha entristecido a otro a propósito? ¿Quién ha mentido a los que quiere? En definitiva, ¿quién ha pecado?
Es necesario nombrar el mal que hemos realizado, muy concreto, y reconocerlo. No son meros sentimientos: hay confesión, contrición y propósito de enmienda. Es un milagro en una cultura que busca desesperadamente sanaciones pero no quiere cambio de vida ni reconocimiento del mal. Puede ser útil para los catequistas que explican la confesión a los niños.
Da rostro y voz a los invisibles
Rocca no sólo visibiliza el pecado, con comprensión y sin traumatizar a nadie. También visibiliza a los invisibles, a los sin techo. Primero habla con ellos, descubre su nombre. Cuesta mucho más descubrir su historia, porque muchos han caído en las calles después de haberse roto sus hogares y familias. Una vez más, la familia y su sanación es la clave para reconstruir. Pero hay un paso que sólo el herido puede dar: Rocca inspira, pero cada uno debe decidir salir de su agujero de conmiseración.
En cuanto al ritmo y la trama, empieza un poco confusa y tanto los padres como los niños espectadores pueden sentirse algo desconcertados al principio. Más adelante, la niña se queda sola en la casa de la abuela, sin adultos, y aparecen, amenazadores, los servicios sociales. Ahí la acción y el conflicto toman cuerpo y ritmo y se pueden enganchar todos, niños y adultos, preguntándose cómo se resolverá la cosa.
¿Hasta qué punto puede Rocca cambiar el mundo? Puede mucho, si aprendemos de ella y la acompañamos en su entusiasmo quijotesco. Como en don Quijote, la locura del bien que descoloca es la única sabiduría.