El mayor regalo, la última película de Juan Manuel Cotelo ya está en los cines. Centrada en el perdón cuenta las historias de varias personas con historias terribles que han perdonado o han sido perdonadas. 

El tema interesa al público en una sociedad en la que parece que el perdón no está de moda. En La Contra de La Vanguardia, el director de cine valenciano explica cómo surgió esta película, y para ello se remonta a su propia vida de fe. Sólo así puede explicarse esta última producción:

"Me daban envidia, tenían una fe que era el motor de su vida"

- Hora de comer. Cierro la puerta de mi despacho, suena el teléfono y me digo: “No lo cojo”.

- Pero lo coge.

- Un desconocido me pide que vaya a grabar una conferencia. Le explico que somos una productora de televisión. Insiste: “Si vienes, te compro un bocata”.

- Simpático el tipo.

- Sí, me hizo reír y fui. Planto la cámara en un salón de actos vacío y con una catedrática hablando de Rumanía.

- Y maldice la hora.

- Sí, pero la señora dice algo que me impacta: “La diferencia entre la Europa del Este y Occidente es el valor del sufrimiento. Ustedes llaman sufrimiento a un dolor de muelas, a una ruptura…, y se hunden. Nosotros llamamos sufrimiento a estar veinte años en un campo de concentración, a vivir con cartilla de racionamiento…, y ante todo eso nos crecemos.

- ¿Se fue a Rumanía?

- Sí, para hacer un documental, pero acabé rodando mi primera película, El sudor de los ruiseñores (1998), sobre un violinista que conocí y que quería triunfar en Europa, otra versión del sueño americano. La extrema generosidad de aquella gente me transformó, comprobé de primera mano el valor del sufrimiento.

- A partir de ahí nos habló de la bondad.

- Sin buscarlo conocí en un año a diez personas que me hablaron de su conversión. Todos habían dado un vuelco a su vida y se dedicaban a los demás. Me daban envidia, tenían una fe que era el motor de su vida.

- ¿Usted era agnóstico?

- Creyente. (En la versión original aparecía que era ateo, aunque se trata de un malentendido durante la entrevista, ndr). Para colmo un amigo muy pesado me persigue durante meses con esta frase: “Tienes que conocer a este cura”. Para librarme de él, voy a grabar la conferencia del cura. No presté atención. Recuerdo que el cura, Pablo Domínguez Prieto, me preguntó: “¿Y esto cuándo se verá?” y le conteste: “No se verá nunca, lo he grabado para quedar bien con un amigo”.

- Vaya.

- “Si algún día en tu vida te puedo ayudar en algo, pídemelo” me dice, y no era una frase de cortesía. Poco después leo en el periódico que se ha matado al descender la cima del Moncayo.

- ¿Escuchó la conferencia entonces?

- Sí, maravillosa, y ruedo La última cima, en la que la gente a la que ayudó hablan de él. Me enamoré de ese hombre después de muerto.

- La película fue todo un éxito.

- Dobló la media de espectadores de Sexo en Nueva York, que se estrenó el mismo día y se vio en 18 países. ¡Sorpresa!, la bondad interesa. Recibí infinidad de mensajes de gente a la que la película la había transformado: “Salí del cine y me fui a ver a mi padre, con el que no me hablaba desde hacía 16 años. Gracias”

- Increíble.

- Decidí que quería seguir haciendo un cine que ayudara a la gente. Mis películas son tan simples como poner la cámara delante de alguien que tiene algo bonito que contar.

- ¿Cómo tropezó con el perdón?

- Tras una proyección en Bogotá se me acercó un grandullón y me dijo: “Mis jefes quieren hablar con usted”, se trataba del top ten de los asesinos, Ramón Isaza, con más de 10.000 asesinatos imputados, Chatarro, ex jefe paramilitar, con 300 y Diego Vecino, con más 2700. Todos en la ­cárcel.

- ¿Qué querían?

Pedir perdón a través de mí, detener el círculo de violencia. Les acompañé a los encuentros con los familiares de sus víctimas.

- ¿Lloró?

- Todo el rato. Imagine a una mujer abrazando al asesino de su hijo: “Pasa. Esta es tu casa. Yo soy tu madre”. Pero la historia más increíble es la del intermediario, la del propio grandullón, hijo de Cecilita, a la que su marido, jefe de la policía colombiana, le dio tal paliza que la dejó tetrapléjica y la dio por muerta. El grandullón, con 14 años, la escondió.

...

La mujer adoptó a diez niños y no contenta con eso decidió ir a buscar a los malos. Cuando estaba ante esos hombres armados, les decía: “Tengo una buena noticia: eres perdonado y amado incondicionalmente por Dios. Pide perdón”. Durante 29 años recibió burlas y amenazas.

- ¿El grandullón la apoyaba?

- No, decía que estaba loca y se largó a EE.UU., donde triunfó, pero al cabo de 15 años volvió dispuesto a ayudarla y ella lo llevó a restaurar una capillita donde se hacían interrogatorios.

- Peligroso.

- Apareció Isaza con sus hombres y él le habló del perdón de Dios. En un día se entregaron 890 hombres con la condición de tener con ellos a un sacerdote y poder salir de la cárcel para pedir perdón a sus víctimas cara a cara.

- Bonita historia.

No acaba ahí. Cuando empezaron a haber bajas en la guerrilla le dieron tal paliza que estuvo seis años hospitalizado. Cuando salió siguió promoviendo el perdón. Hace una semana asesinaron a su hija de 15 años, y ahí sigue. “La vida no es Disney”, me dijo.

He visto esa transformación radical al servicio de los demás una y otra vez, y son los más felices. Es un cambio de chip. En Ruanda, donde murieron 800.000 personas, recuperaron el método ancestral de hablar unos con otros, y agresor y víctima acaban caminando juntos. Todos podemos cambiar.

Cotelo también ha hablado de su película y el perdón en La Contra TV (3 m 40 s)