Juan Manuel de Prada es uno de los escritores y articulistas que con mayor acierto describe la deriva de Occidente y la situación que vive el hombre en el presente. Y lo hace desde una visión cristiana que va innata en su vida y en su obra.
En una entrevista en profundidad con la revista Razón y Fe que edita la Universidad Pontificia de Comillas, De Prada profundiza en unos principios que marcan su visión de la actualidad.
A quien siga habitualmente a Juan Manuel de Prada, Premio Religión en Libertad en 2018 por su “Audacia ante el Mundo”, no se le escapará la admiración que profesa por Chesterton.
En su opinión, el escritor católico converso inglés enseña muchas y muy variadas cosas: “en primer lugar, que la defensa de algo tan bello como la fe católica debe hacerse también con sentido de la belleza. ¡El estilo chestertoniano, tan paradójico y serpentino, es una gozada! Hoy en día, suele considerarse que las galas del estilo son superfluas, pero lo cierto es que el auténtico escritor se revela a través de su estilo; y el estilo mazorral revela al escritor inepto. Pero esa forma majestuosa y poseída por el genio típicamente chestertoniana se pone al servicio de un fondo lleno de hermosuras intelectuales”.
De este modo, De Prada señala en esta entrevista que “Chesterton es el escritor que te cuenta el catecismo como si fuera un cuento de hadas, el hombre que se posa sobre los dogmas como la mariposa se posa sobre la flor, añadiendo belleza a la Belleza. ¡Y cuánta chispeante inteligencia hay en sus miradas sobre la realidad! La escritura de Chesterton es luz de primavera entrando en una casa lóbrega: resucita el alma”.
Su vocación como escritor
Preguntado acerca de su vida como escritor, Juan Manuel confiesa que la literatura es su “vocación” utilizando este término “en un sentido plenamente religioso”. “Dios me dio un don, que yo acepté sin reservas; y considero que toda mi vida debo entregarla a ese don que Dios me regaló generosamente. Y la manera de responder a ese don es entregarme a él, aunque me cause sufrimiento, aunque sea una locura hacerlo. Pues la degradación propia de nuestra época hace que la literatura, como en general todo arte verdadero (y no pacotilla moderna) se quede sin sitio. Pero ¿acaso el escritor, si lo es de veras, no debe ser alguien sin sitio? Hay que ir a la periferia, al extrarradio; hay que ser un “excéntrico” para ser verdadero creador. La literatura es mi forma de ser y estar en el mundo. No sirvo para otra cosa, no podría hacer otra cosa. Si me la arrebatasen, sería como si me capasen, como si me lobotomizaran. Doy muchas gracias a Dios por haberme dado esa vocación y por no retirármela. Aunque, desde luego, sé bien que cuando Dios concede un don también concede un látigo; y ese látigo –nos recordaba Truman Capote– es para autoflagelarse”, explica.
Sus escritos en muchos casos desconciertan a unos y a otros porque a Juan Manuel de Prada es difícil encasillarle en las etiquetas que suelen utilizarse. Pero él mismo se define así: “soy una persona católica, creo en los dogmas que proclama la Iglesia y he tenido una experiencia personal de la Redención. Además, me considero parte de una tradición cultural que el cristianismo refunda y reverdece; una tradición que me parece valiosa e imperecedera. Mi pensamiento, en línea generales, se adhiere al pensamiento tradicional católico; pero no creo ser una persona ‘ideológica’. De hecho, a medida que me he ido haciendo más católico he dejado de ser ideológico; cada vez más, los postulados de ‘izquierdas’ y ‘derechas’ me parecen mayores bazofias. A fin de cuentas, las ideologías son herejías del cristianismo, que rompen en mil pedazos la visión abarcadora de las realidades sobrenaturales y naturales que tiene el cristianismo, para quedarse con tales o cuales añicos. Pero esos añicos, desgajados del cuerpo que les daba sentido, me parecen por completo insatisfactorios, amén de destructivos del alma.
Sin embargo, a Juan Manuel de Prada le molesta la etiqueta de “escritor católico”. Según explica, “no decimos de Lope de Vega o de Miguel de Cervantes, ni siquiera de Valle Inclán o Unamuno que eran ‘escritores católicos’, por la sencilla razón de que serlo ha sido en España durante muchos siglos lo más normal del mundo. Hoy, cuando se dice ‘escritor católico’ se quiere, en el fondo, caracterizar al escritor como un friqui o un desfasado. Y esto es radicalmente falso: yo me considero escritor de mi tiempo, con las inquietudes propias de mi tiempo, iluminadas a la luz de una tradición que considero más vigente que nunca. Tan vigente y subversiva del falso orden establecido que por ello mismo ha sido expulsada a los arrabales”.
Ante la crisis que vive el mundo que queda patente en la deriva moral, política y económica de Occidente, De Prada considera que la solución la aporta “nítidamente” el “pensamiento social cristiano”.
Así lo argumenta: “La autoridad política tiene que volver a ser árbitro y no lacayo de los intereses económicos. Hay que volver a estimular las economías locales y nacionales, y tender hacia una propiedad cada vez más repartida, que es exactamente lo que pretenden evitar las fuerzas plutocráticas transnacionales. Si tú, en lugar de hacer billonario a Amazon, consigues crear un tejido de pequeños propietarios, vas a conseguir que la riqueza se reparta más. Y, a la vez, vas a robustecer los vínculos comunitarios: el prójimo volverá a tener rostro. Y crearemos sociedades mucho más arraigadas, con familias más unidas, a la vez que el problema de la inmigración se reduciría drásticamente. Por eso digo que los gobernantes son lacayos de la plutocracia: al aceptar su designio de concentración de la riqueza y la propiedad en muy pocas manos, arrasan las economías nacionales y locales, los vínculos humanos, el arraigo de los seres humanos, que además ya no quieren tener hijos (Chesterton sabía que antinatalismo y capitalismo son haz y envés de un mismo problema). Provocan una terrible demolición antropológica”.