Más de diez mil españoles perecieron hace ahora cien años en el Rif, en el llamado Desastre de Annual, la mayor derrota del Ejército español desde Cuba y Filipinas, a manos de las tribus rebeldes dirigidas por Abd El Krim. Junto con errores y negligencias, hubo también algunos gestas heroicas. Una de ellas es la del sargento Francisco Basallo, que se distinguió por su labor humanitaria entre los 500 españoles que fueron hechos prisioneros. Lo cuenta su propio nieto, el periodista Alfonso Basallo, en el libro El prisionero de Annual (Planeta).
Basallo organizó un equipo de sanitarios que, sin medios ni conocimientos médicos, se dedicó a atender a los numerosos heridos, tanto moros como cristianos; así como a los enfermos de tifus, despreciando el miedo al contagio. Tras ser liberados, año y medio más tarde, Francisco Basallo fue recibido en España como un héroe.
Francisco Basallo Becerra (1892-1985) relató a su nieto Alfonso numerosas circunstancias de sus campañas en el norte de África, información fundamental para la redacción de este libro, completada con una exhaustiva investigación documental por parte de su autor.
Cristiana sepultura para más de 600 cadáveres
Pero tanto él como otros personajes del Desastre no fueron únicamente héroes sino que también dieron un testimonio cristiano. Francisco Basallo no solo atendió a los vivos, sino que también se preocupó de los difuntos. Tras los combates de Annual, Igueriben o Sidi Dris, quedaron pudriéndose al sol cientos de cadáveres. Los rifeños los saquearon, quitándoles la ropa o registrando las bocas para llevarse las piezas de oro.
Alfonso Basallo, doctor en Comunicación, periodista de larga experiencia y escritor, es autor, entre otros, de los bestseller Pijama para dos y Manzana para dos, ambos con su esposa Teresa Díez, y del libro de crítica cinematográfica Julián Marías, crítico de cine, sobre esa peculiar faceta del célebre filósofo.
El sargento organizó un equipo de enterradores entre los prisioneros y recorrieron toda esa zona dando cristiana sepultura a más de 600 cadáveres. Regaron las colinas rojas del Rif de lágrimas y padrenuestros, y lograron identificar a algunos cadáveres y enviar a España efectos personales a las familias que ignoraban la suerte de sus deudos, haciendo así una obra de misericordia.
Pater Campoy: murieron con la absolución puesta
La fe estaba presente en las situaciones más difíciles de aquellas aciagas semanas del Desastre. El prisionero de Annual se hace eco, por ejemplo, de la actuación de un joven capellán, José María Campoy Irigoyen. Era un mocetón de veintisiete años, natural de Jaca (Huesca) ordenado sacerdote cuatro años antes. Pertenecía al Regimiento de Caballería de Alcántara, y estuvo con sus compañeros, los demás jinetes, en las cargas que efectuaron para cubrir la retirada del Ejército. Fueron unas cargas heroicas, en las que el Regimiento perdió tantos hombres que casi dejó de existir. Pero el pater Campoy cumplió con su deber, codo a codo con sus compañeros, viendo morir a muchos, atendiendo espiritualmente a los que lo necesitaban. Junto con los pocos que sobrevivieron logró llegar al fuerte de Monte Arruit, donde se encerraron tres mil españoles llegados de distintas posiciones y resistieron el asedio rifeño durante casi dos semanas de fuego y sangre. Llevaban varios días sin esperanza de salir con vida, cuando el pater Campoy propuso a uno de los jefes dar la absolución general a los combatientes.
José María Campoy Irigoyen, con el uniforme de capellán castrense y graduación de comandante, esperando el embarque para Melilla. Foto: Fototeca de Huesca, colección A. Allué, Mis cosas de Jaca.
“Mi teniente coronel, las cosas están mal y pueden ponerse peor. No cesa de morir gente y cualquiera puede dejar este mundo sin estar preparado” dijo Campoy. “¿Y usted qué sugiere?” preguntó el teniente coronel. Y Campoy le respondió “Una absolución general. Confesar a cada uno es cosa imposible, pero como aconseja nuestra Santa Madre Iglesia, basta que los penitentes se arrepientan sinceramente de sus pecados, y que tengan la intención de confesarlos individualmente en caso de sobrevivir, para que puedan recibir la absolución”.
El teniente coronel aceptó; y Campoy dio la absolución general a todos los defensores de Monte Arruit.
El joven pater caería abatido por las balas rifeñas, una vez que Monte Arruit capituló, porque los moros no respetaron el pacto de rendición. Sus restos mortales descansan en el cementerio de Melilla.
El prisionero de Annual sitúa al lector con gran verismo en el teatro de operaciones de la gran catástrofe militar española del siglo XX.
En el libro de Alfonso Basallo aparecen otros rasgos que reflejan la fe de los españoles. Los jefes y oficiales prisioneros se reunían para leer la misa en un misal, ya que carecían de capellán que la pudiera celebrar. Y la mayoría de los soldados, campesinos con escasa formación -algunos de ellos analfabetos- expresaban su fe sencilla rezando el rosario a diario.
El arcángel San Rafael y los escudos humanos
El sargento Francisco Basallo, que en su adolescencia fue congregante mariano, invocaba en los momentos de peligro al arcángel San Rafael, patrono de Córdoba, su ciudad natal. Singularmente en dos ocasiones a lo largo del cautiverio: cuando fue capturado por los rifeños después de una evasión frustrada, en la que un grupo de nueve españoles intentaron llegar por barca al Peñón de Alhucemas. Estaba convencido de que los moros lo fusilarían por aquel intento de evasión; sin embargo quien acabó ante el pelotón no fue él, sino el moro que les había ayudado a escapar.
La segunda ocasión fue cuando los rifeños pusieron a los prisioneros delante de las casas de Axdir para servir de escudos humanos ante las baterías del Peñón de Alhucemas. Los obuses dieron de lleno a alguna de las casas, pero milagrosamente, no alcanzaron a ninguno de los prisioneros. Aunque servir durante varios días de espantapájaros ante los cañones fue una verdadera tortura psicológica.
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