Tras la Agenda 2030 se esconde un intento de cambio civilizatorio, un nuevo orden mundial que cambie las convicciones de las personas, todo ello disfrazado de causas que en apariencia son positivas, como el cuidado de la naturaleza o la lucha contra la pobreza.
Sin embargo, el filósofo Higinio Marín, profesor de la Antropología Filosófica en la Universidad CEU Cardenal Herrera, explica en esta entrevista con Javier Lozano en la Revista Misión la verdadera naturaleza de una agenda promovida por las élites globalistas, pero que tiene un marcado carácter estatalista y relativista:
-¿Cuáles son las patas en la que se sustenta la Agenda 2030?
-Naciones Unidas y sus estados integrantes. Se suele pasar por alto que pertenece a una institución globalista, pero que implementa sus políticas mediante los estados. Esto da al conjunto de la Agenda 2030 un carácter marcadamente estatalista donde la familia es considerada un entorno de discriminación y desigualdad.
-¿Qué peligros esconde?
-Está más en lo implícito de lo que se dice que en lo explícito. Hay puntos que son acordes a la perspectiva cristiana. Pero en la Agenda 2030 la familia y la religión aparecen como aspectos conflictivos. Son presentados como agentes de discriminación. Luego hay cuestiones evidentemente inasumibles desde la doctrina católica como la llamada salud sexual y reproductiva. Asumir la Agenda 2030 con carácter general y luciendo su logo es prestarse a la confusión y al equívoco.
-¿Qué aspectos considera más graves?
-Se entienden los derechos sexuales como algo que el Estado debe garantizar y va contra los que piensen de manera discrepante, como los padres o las entidades religiosas. Se promueve el aborto y el uso masivo de anticonceptivos. Hay otro aspecto muy grave: la llamada igualdad de géneros. Asume la terminología de la ideología de género, con todos los caracteres de la corrección política contemporánea: laicista y estatalista.
-¿Se trata entonces de una nueva religión, con su simbolismo y sus “mandamientos”?
-Efectivamente, hay una aspiración de configurar una ética global, un “sentido común” global. El sentido común es el campo que cada tradición ha ido perfilando de lo que tiene sentido decir o no decir, sentir o no sentir. En la Agenda 2030 hay una aspiración a un globalismo ético que conforme un nuevo momento civilizatorio.
-¿Cree que pretende también acabar con lo que queda de la civilización judeocristiana?
-Hay una intención de establecer un nuevo orden mundial que deje fuera a muchas instituciones, en particular a las que tienen un cuño cristiano. Y ese neutralismo globalista surge como una reacción hostil a la raigambre cristiana de nuestra tradición, que se ha puesto de manifiesto en casi todos los niveles de las instituciones globales. La religión y la familia les plantean problemas, no soluciones. Por ejemplo, tener hijos, la responsabilidad esponsal o la generosidad en el matrimonio no forman parte de este nuevo sentido común. Al igual que el hecho de que la educación pertenezca a los padres. Quien afirme hoy que los hijos pertenecen a los padres está al borde del delirio y pronto del delito.
El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, es un entusiasta promotor de la Agenda 2030.
-Estas élites globalistas siempre hablan de neutralidad y tolerancia…
-Pero es una neutralidad hostil contra los no neutrales. Se impone un modo de vivir que es el del Estado, que genera un relativismo que convierte la tolerancia en el valor moral por excelencia. A mí me parece que hay que ser intolerante con las cosas malas, pero ellos aplican esta intolerancia -contra los que piensan que la tolerancia no es el principal valor. Son liberticidas y generan relativismo. Creen que se puede y se debe elegir todo: se puede elegir tostadora, al mismo nivel que elegir el sexo. Yo no necesito poder elegir mi sexo para ser libre. Esto distorsiona la realidad humana porque elimina la dimensión personal de la libertad.
-¿Estamos adormecidos los católicos?
-No podemos tener un punto de vista domesticado. Necesitamos formarnos o, en su defecto, informarnos bien. Es urgente que aumentemos el nivel de formación e información para que podamos vivir una verdadera vida cristiana. Lo que ocurre es que de manera involuntaria nos mimetizamos en asuntos que son poco coherentes e incongruentes…
-Pero la Agenda 2030 está siendo acogida también en el seno de la Iglesia…
-Las instituciones cristianas que asumen la Agenda 2030 aducen que es para no quedarse fuera del foro público o no automarginarse. Quieren concurrir en términos de igualdad. Puede que lo hagan para que ese estatalismo y ese neutralismo generador de relativismo moral no les plantee problemas. Pero eso es, cuando menos, una necedad.
-¿Y esto por qué ocurre?
-Quizás porque no somos cor unum, un mismo corazón. Es parte de la dificultad de nuestro tiempo. Por eso uno tiene que discriminar incluso entre los propios: atenerse a una cierta opinión bien formada y saber discriminar qué fuentes de información y formación toma como fiables. No todas lo son.
-¿Hacia dónde cree que nos dirigimos?
-A lo que tenemos a la vista, pero intensificado en un plazo breve. Nuestras sociedades se están polarizando de una manera irreconducible. Hay dos versiones de Occidente cada vez más antagónicas que nos conducen a un umbral de ruptura. Estamos llegando al punto de que las distintas visiones del mundo tenemos tan poco en común que apenas podemos hablar lenguajes comunes. Cualquier intérprete de la cultura contemporánea ve ahí un problema de consistencia estructural y que potencialmente puede suponer la ruina.
-¿Ve algo de esperanza?
Si uno levanta un poco la mirada puede ver también que estamos viviendo una renovación. Hay un resurgimiento de familias cristianas, se puede ver en algunos lugares de Francia y de España. En todo lo demás podemos estar peor, pero ahí noto un reverdecer, una red con la que los sujetos son capaces de mantenerse en una vida de fe en un entorno contrario y hostil. Soy más optimista con respecto al cristianismo que con la cultura occidental.
-¿Quiere decir que esta fuerte hostilidad está también sacando a flote lo mejor de los cristianos?
-Es lo que está ocurriendo. La imagen de un matrimonio con tres o más hijos ofrece una visión alegre y amable de la vida. Ahí está el resurgir. El matrimonio cristiano de personas jóvenes que viven con generosidad es la forma contemporánea más directamente visible de la alegría de la vida cristiana. La alegría es el certificador social de que alguien posee un bien. Y esos padres que van por la calle con más hijos de los que el sentido común moderno dicta tienen un inmenso poder transformador.
-Por último, ¿qué otras cosas podemos hacer los cristianos para contribuir a la auténtica prosperidad?
-Tenemos que aprender a asociarnos, a crear círculos culturales y medios de comunicación con la idea de ofrecer información, visiones críticas, formación y espacios de socialización. Los cristianos españoles hemos dado poca importancia a la cultura y eso es un abandono de la tradición cristiana; es de una torpeza necia. Que los padres crean que la fe es un asunto de práctica y culto, que lo es, pero que no requiere formación e información hoy día es una gran irresponsabilidad.