La voz de Rafael Nieto (Madrid, 1975) es bien conocida en las ondas españolas. Ha dedicado casi toda su vida profesional a la radio, primero en Radio España y luego, durante más de veinte años, en Radio Inter. Doctor en Periodismo por la Universidad CEU San Pablo, es autor de varios libros, el último de los cuales, Autopsia al periodismo (SND Editores), es un análisis riguroso del impacto las malas prácticas de los medios de comunicación sobre la progresiva degradación moral de los paradigmas culturales y sociopolíticos característicos de nuestro tiempo.
Nieto es un hombre de profunda fe católica, que dedica esta obra, síntesis también de su experiencia de más de dos décadas pegado a la actualidad, a la Virgen María: "Y ojalá que
también sus frutos, que espero sean buenos para la sociedad", añade.
-¿Puede hablarse de un periodismo católico, como adjetivo?
-En este caso, creo que lo de menos son las palabras, el lenguaje, y lo que más me importa es la realidad de las cosas. Es decir, me da igual que se le llame “periodismo católico” o “católicos en el periodismo”, que cada uno lo llame como prefiera. A mí lo que me importa es que quien se dedique a esta profesión, y tenga a Cristo en su corazón (como primer motor de su vida), busque, defienda y promueva la verdad siempre, aunque eso conlleve a veces soportar presiones, sufrimientos, e incluso la persecución. No hay secretos. Quien tiene a Cristo en su vida, y lo hace presente en cada minuto de su existencia, eso tendrá su reflejo en todo lo que haga, incluido por supuesto el ejercicio profesional del periodismo.
-¿Cuáles deberían ser las señas de identidad o principios rectores del periodista católico?
-El periodista católico debería ser alguien que se preocupe, por igual, de la calidad técnica de sus informaciones y de su dimensión ética. Es decir, un buen periodista (católico o no) tendría que huir del “objetivismo” con el que nos machacan en las facultades desde el primer día de clase, para hacer un trabajo comprometido con la verdad y con los demás. Ante una víctima de un atentado terrorista, ante una persona que sufre injustamente, ante una desgracia colectiva, ¿hay que ser “objetivos”? La respuesta es no. Me repugnan las imágenes de agresivos reporteros de guerra filmando cómo se desangra un soldado herido, sin hacer otra cosa que “trabajar”, sin darse cuenta de que al otro lado de su objetivo hay un ser humano que necesita ayuda. Cuando el periodismo se olvida de las personas, cuando las ignora en su dignidad, las mira como simples objetos que terminan siendo parte de una noticia.
-En su libro menciona que el periodismo amoral es capaz de quebrantar los pilares de la sociedad. ¿Cómo se plasma esa afirmación en el día de hoy?
-Un mal periodismo tiene consecuencias terribles a nivel social, aunque no sean fáciles de observar a los ojos del mundo relativista. Periodismo amoral es el que cree que la verdad no existe, o que en caso de existir vale tanto como la mentira. Es amoral el periodismo relativista, que cree que el bien y el mal son intercambiables. Es amoral el periodismo sin normas morales, pagado por el poder, al servicio de interés particulares y no del conjunto de la sociedad. Es amoral, en suma, el periodismo que renuncia a contribuir al bien común a través de su servicio a los demás; y ese servicio se concreta y resume en la búsqueda y la defensa de la verdad.
-El sacerdote Teodoro Cuesta documentó en 'De la muerte a la vida', su diario de la persecución republicana en España, que quedaban "arrestos de valentía a algunos periódicos que nunca entendieron de equilibrios y condescendencias". ¿Queda hoy algo de esa valentía en el periodismo católico?
-Creo que queda algo de esa valentía rebelde, de esa forma radical de defender la Verdad que emana del Evangelio, aunque no lo atribuiría en exclusiva a lo que podemos entender como “periodismo católico”. Es decir, creo que puede haber ejemplos (y de hecho, los hay) de un periodismo decente, honrado, íntegro, convencido de su importante función social, sin que necesariamente lleve una etiqueta determinada. Y eso tiene una explicación cristiana: todos, por ser hijos de Dios, llevamos dentro la semilla del Bien. Todos podemos convertirnos en cualquier momento. Y además, todos estamos dotados de razón, y como vemos desde Santo Tomás, la razón es el mejor aliado de la Fe, y no su contrario (como pretenden inculcar desde el mundo agnóstico o ateo).
-Como doctor en periodismo del siglo XX, ¿qué cree que tienen que enseñarnos los comunicadores del siglo pasado?
-No soy muy de etiquetar tampoco como malas o buenas las cosas porque hayan ocurrido en un tiempo determinado. No creo que los comunicadores del siglo pasado, per se, tengan que ser mejores que los de hoy. Aunque, obviamente, sí digo que el periodismo como profesión ha sufrido un proceso de envilecimiento, de pérdida de la brújula moral, y que ese proceso tiene que ver indudablemente con la deriva relativista y positivista que viene padeciendo Occidente desde la Revolución Francesa hasta hoy.
»Como le decía, no podemos meter a todos los periodistas, escritores o comunicadores en el mismo saco por el hecho de pertenecer a una misma época; Chesterton o Belloc, por poner dos ejemplos, tienen poco que ver con la mayoría de los autores de su tiempo. El problema, más que la época, es la respuesta a la pregunta: ¿yo para qué estoy en el periodismo? Si la respuesta es “para hacerme rico” o “para ganar poder e influencia”, entonces no eres periodista.
Rafael Nieto, casi un cuarto de siglo al hilo de la actualidad en la radio española.
-¿Cuáles deben ser las estrategias u objetivos positivos del periodismo católico hoy? A veces podría parecer que con "devolver las bolas" de lo transgénero, el aborto, la crisis en la familia o en la Iglesia, el posthumanismo o el laicismo ya no queda tiempo para más.
-Esa es una labor importante, porque si no la hiciese el periodismo católico probablemente no lo haría nadie, pero coincido en que no debe ser lo único. Por ejemplo, yo echo de menos que la prensa que conoce la Verdad (que es Cristo) le hable más a sus lectores sobre Él, pero no de un modo infantil, no de una manera meramente testimonial, sino para aumentar la formación cristiana de sus lectores. A veces se entiende que esa labor es exclusiva de los sacerdotes, de la Iglesia, pero yo creo que los periódicos, las radios, las televisiones, las plataformas de internet… todo aquel que tenga claro el mensaje salvador y redentor de Jesús, debe darlo a conocer, debe proponerlo a la sociedad, tocando temas muy importantes que finalmente van a influir también en el análisis de la realidad de hoy.
-¿Cómo abordar desde los medios problemas globales y dramáticos, como el divorcio o el aborto, cuando una buena parte de la población pueden ser sus víctimas?
-Uno de los puntos que trato en este libro se titula “Contra el divorcio”. Creo sinceramente que no podemos escondernos, ni tampoco esconder a los demás la verdad de las cosas. Eso no significa que haya que maltratar, ni mucho menos humillar, a las personas que llevan encima una herida producida por una desgracia, como puede ser un divorcio o un aborto. Pero las cosas están bien o mal, no porque lo digamos nosotros, sino porque nos lo dijo Dios hecho hombre. Recordemos que a Jesús lo intentaron lapidar y lanzar por precipicios varias veces, antes de su Pasión y Muerte, precisamente por decir cosas que iban contra la costumbre general, o contra las leyes derivadas del Antiguo Testamento.
-En ese tipo de cuestiones, ¿cree que la línea editorial de los medios católicos debe aspirar un programa "de máximos" o apostar por la política del “paso a paso”?
-Lo que Vd. llama “política del paso a paso” no dejaría de ser una forma de ocultación de la verdad de las cosas a los lectores. Seamos claros: que la sociedad de hoy acepte esas realidades con normalidad no significa que nosotros (periodistas católicos) tengamos que ser dóciles a esas aberraciones, o tímidos en su denuncia. En esto, tengo que recordar necesariamente a Joseph Ratzinger, que tanto en su etapa de obispo, luego cardenal y posteriormente Papa Benedicto XVI, supo ser rotundo en la crítica de las aberraciones morales y, a la vez, hablar con la ternura y caridad necesarias para no hacer daño injustamente a quienes sufren por causa de ellas. Esa altura moral e intelectual no es fácil de alcanzar…, todos no podemos ser Ratzinger. Pero sí podemos seguir su ejemplo de claridad y coherencia, pero a la vez de caridad cristiana.
-¿Cuáles son las principales estrategias lingüísticas del actual periodismo para combatir la Verdad?
-Bueno, más que estrategias lingüísticas, habría que hablar de estrategias de comunicación, o de línea editorial. Los media mayoritarios del sistema acostumbran a intentar ridiculizar a los católicos, por ejemplo, así como la propia Fe Católica. Ya no se trata de una persecución, ni de una agresión (aunque a veces, también las pueda haber), sino de un intento de excluirnos de la sociedad. Es como decir: “Vosotros, los creyentes, a vuestras iglesias..., pero fuera de ellas, no tenéis nada que aportar. Sobráis”.
»Es un poco lo que el Papa Francisco llama la “cultura del descarte”, que él suele usar para referirse a la exclusión de los ancianos en la vida pública; esto es lo mismo, pero con una estrategia perfectamente diseñada desde los propios consejos de administraciones de esas empresas periodísticas. Convirtiendo a Cristo en un guiñapo y a los católicos en una banda de descerebrados, es más fácil ridiculizar la verdad; en lo que no han pensado es en algo importante, y es que la verdad es imposible ocultarla del todo, porque siempre, siempre, tarde o temprano, termina apareciendo.
-¿Queda esperanza para la Verdad en el ámbito de la comunicación?
-Sí, hay esperanza. A pesar del título un poco fúnebre, en las páginas interiores dejo abierta la posibilidad de una regeneración del oficio periodístico, que naturalmente sólo es posible desde la premisa que le vengo reiterando: la primera Verdad es Cristo, y de ella emanan todas las demás. Lograremos resucitar esta profesión en la medida en que nos mantengamos arraigados y firmes en la Fe, a pesar de que los tiempos no nos sean propicios.