"Venid a descansar un poco" (Mc 6,31). Son palabras que Jesús dirige a sus apóstoles, agotados. ¿No se pueden aplicar a nuestro siglo, hiperactivo y cansado? ¡Redescubramos la virtud del reposo cristiano!, pide el padre Maximilien Le Fébure du Bus, canónigo regular en la abadía de Lagrasse (Francia), en un artículo en el número 346 (abril de 2022) de La Nef:
Elogio del reposo cristiano
¿El reposo contra el trabajo? Clemenceau [primer ministro durante la Tercera República Francesa] despreciaba el descanso; en un discurso a la Cámara de los Diputados en 1883, dijo: "Para los pueblos libres no existe el reposo; el reposo es una idea monárquica". Tal descrédito es característico de los herederos del Siglo de las Luces. Para ellos, el descanso y el ocio son ofensas al progreso humano: hay que trabajar cada vez más, esa es la condición moderna. Por el contrario, los griegos, los romanos y los medievales veían en el reposo una realización de la persona, que daba acceso a la contemplación. Sin minimizar el trabajo -¿acaso Dios no lo bendijo en el Edén?-, pues para ellos era una acción necesaria, lo consideraban inferior y orientado al reposo.
En la histórica abadía de Lagrasse vive hoy una comunidad de 39 monjes de la Orden de los Canónigos Regulares, que se rigen por la Regla de San Agustín.
Nos corresponde a nosotros encontrar, hoy en día, el verdadero descanso elogiado por los antiguos. Puede ser algo contracorriente, pero es necesario en una época en la que proliferan los accidentes vasculares cerebrales y el agotamiento. Joseph Ratzinger confiesa con sencillez: "A menudo es un acto de auténtica humildad y honestidad constructiva saber detenernos, reconocer nuestros límites, darnos un tiempo para respirar y descansar".
¿Por qué descansar?
Si el Papa emérito invita al descanso, es ante todo por respeto a nuestra frágil humanidad. Con sentido común, San Francisco de Sales aconseja poner a dormir nuestro dinero: "Comer poco, trabajar mucho, tener muchas preocupaciones mentales y negarle el sueño al cuerpo es querer tirar mucho de un caballo flaco al que no das de comer" (carta del 14 de septiembre de 1619 a la madre Angélique Arnaud).
Al igual que el sueño, el reposo es una actividad como otra cualquiera y no una pausa entre dos tareas. Tiene su dignidad real. Se anticipa y se elige. Una siesta o pintar, leer o escuchar música, caminar o rezar... el reposo me humaniza y me hace crecer. En lugar de ser un paréntesis en mi vida, la corona y la lleva a cumplimiento.
'Elogio espiritual del descanso' es el título del reciente libro del padre Maximilien sobre esta cuestión.
Demos un paso adelante: lejos de ser ocioso, el reposo verdadero conduce a la interioridad. En el silencio de la naturaleza o de un lugar acogedor, salgo de la "periferia de mi ser" (hermosa expresión del padre Henri Caffarel) y aprendo a conocerme y a conocer a Dios. Uno de los Pensamientos de Blaise Pascal no duda en afirmar: "Toda la infelicidad de los hombres procede de una sola cosa, que es no saber descansar en una habitación" [nº 139]. Cogerse un tiempo para uno mismo no es egoísta, ni perezoso si se vive bajo la mirada de Dios: necesito este reposo o este momento de relajación para amar mejor al Señor, a mis hermanos y a mí mismo. Jesús descansa, ¿por qué yo no?
El descanso del Señor
Sí, Cristo descansa. Se duerme en la barca; se para en Betania; se sienta en el pozo de Jacob. Jesús descansa por Él mismo. Descansa por mí. Admiremos pues el descanso del Señor e imitémosle. ¿Cómo? Siguiéndolo con confianza. ¿Acaso no dijo: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas" (Mt 11, 28-29)?
Descansar en Dios
El verdadero descanso abre a la amistad con Dios, en el camino de la contemplación. Este reposo cristiano está en la lógica del sabbath. Al decretarlo, Dios recuerda su propio descanso del séptimo día. San Agustín observa en la Homilía sobre Juan IV, 13, 24: "Quiso santificar ese día en el que descansó de todas las obras que había llevado a cabo, como si, incluso para él que no se cansa con el trabajo, el reposo tuviera más valor que la acción".
Al estar el descanso inscrito en el Decálogo, queda afirmada su primacía sobre el trabajo. Con la resurrección de Cristo, se traduce seguidamente en la santificación del domingo: "Ese día, así como el sábado judío, se ofrece como día de la sanación de las relaciones del ser humano con Dios, consigo mismo, con los demás y con el mundo. El domingo es el día de la Resurrección, el 'primer día' de la nueva creación, cuya primicia es la humanidad resucitada del Señor, garantía de la transfiguración final de toda la realidad creada. Además, ese día anuncia 'el descanso eterno del hombre en Dios'" (Francisco, Laudato Si', 237).
El padre Maximilien durante un retiro a seglares en la abadía de Lagrasse.
Cada descanso dominical es una antecámara del descanso eterno. ¿Lo vivimos así? ¿Hacemos del domingo una jornada realmente religiosa y festiva, contemplativa y gratuita? Sí, es necesario valorar el domingo como primer día de la semana: la Eucaristía que recibimos es el "pan de vida" que necesitamos para vivir nuestra vida cotidiana familiar y profesional. Cada día, la oración silenciosa y el rezo prolongan estos encuentros privilegiados con el Señor. Fortalecido por este descanso en Dios, preparo mi encuentro con la eternidad tan deseada. San Agustín inicia sus Confesiones con esta famosa oración: "Porque nos hiciste para ti, y nuestro corazón está inquieto mientras no descanse en ti" (I, 1, 1).
Descansemos: ¡es un mandamiento del Señor!
Traducido por Verbum Caro.