Además de las figuras luminosas de los sacerdotes reales y existentes, hay otros que, a pesar de la ficción literaria, han hablado al corazón de los lectores. Entre ellos, el cura-investigador nacido de la pluma de G.K. Chesterton y el impetuoso párroco de la Bassa, protagonista (con su amigo-adversario Peppone) de los relatos de Giovanni Guareschi.

Giovanni Fighera los ha relacionado en un reciente artículo en La Nuova Bussola Quotidiana:

La grandeza del sacerdote, del padre Brown a don Camilo

La historia del sacerdote francés Juan María Vianney [el Santo Cura de Ars] ha inspirado a muchos escritores. Entre ellos, Gilbert Keith Chesterton (1874-1936), una de las mentes más agudas del siglo pasado, también conocido como el filósofo sonriente.

El escritor inglés demostró una gran capacidad para hacerse amigo de quienes encontraba, sabiendo escuchar con respeto la posición de los demás, pero sin dejar nunca de apreciar, no su propia grandeza, sino la grandeza de la verdad. En él estaba la conciencia de que el mal ajeno no es otra cosa que el mal que todos podemos hacer.

La posibilidad de la redención

De su pluma nació el personaje de un pequeño sacerdote de Essex, de apariencia sencilla e insignificante, con un rostro casi inexpresivo, dotado, en realidad, de una viva inteligencia, que esconde un gran secreto que le permite descubrir al culpable de los crímenes que se producen en el pueblo: "No trato de mirar al hombre desde fuera, trato de penetrar en el interior del asesino [...]. De hecho, mucho más que eso, ¿no cree? Estoy dentro de un hombre. Siempre estoy dentro de él y muevo los brazos y las piernas, pero espero estar dentro de un asesino, espero hasta pensar lo mismo que él y luchar con las mismas pasiones que él, [...] hasta ver el mundo con sus sombríos ojos inyectados en sangre".

El detective-sacerdote creado por G.K. Chesterton hace una interesante consideración sobre la diferencia entre orar arrodillado y humillado ante el altar y orar creyéndose en la cumbre. El corte corresponde a los últimos minutos del capítulo 'El martillo de Dios', de la serie televisiva británica de 1974 sobre el padre Brown, interpretado por Kenneth More.

Conocer el mal de los demás es también comprender el propio mal, ese mal del que todos somos capaces. El padre Brown está convencido de que ningún hombre puede considerarse bueno a menos que conozca su propio mal o aquel en el que podría caer. Ninguno de nosotros está pues tan lejos de los delincuentes, que no son "monos en una jungla a miles de kilómetros de distancia".

Ese sacerdote que investiga siguiendo rastros y pistas, utilizando la razón, cree firmemente que existe la posibilidad de redención para todos. Su objetivo no es encontrar al culpable para llevarlo a la cárcel, sino para inducirlo a la conversión. Para cada uno existe siempre la posibilidad de la salvación: "Hay detrás de cada uno de nosotros un abismo de luz, más cegador e insondable que cualquier abismo de tinieblas; es el abismo de la actualidad, de la existencia, del hecho de que las cosas existen realmente y que a nosotros mismos nos parece increíble y a veces somos casi incrédulos de que seamos reales. Es el hecho fundamental del ser, por oposición al no-ser" (Chesterton).

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¿Qué piensa de los milagros un investigador como él? "Lo más increíble de los milagros es que ocurren de verdad" (de La Cruz Azul). Mientras otros investigadores recurren a menudo a una ciencia aséptica que hace alarde de una disciplina cada vez más especializada y desapegada, el padre Brown utiliza un método infinitamente más poderoso y perspicaz: partir de lo humano. Fueron muchos los escritores que admiraron a Chesterton, desde C.S. Lewis y J.R.R. Tolkien hasta Italo Calvino y Guareschi.  

Las cosas buenas del mundo cuando Cristo está en ellas

A mil quinientos kilómetros de distancia, Giovannino Guareschi (1908-1968) contaba historias vivas con el mismo cristianismo encarnado del que fue testigo Chesterton.  Están ambientadas en un trozo de tierra bañado por el río Po, en un lapso de tiempo posterior a la Segunda Guerra Mundial, entre gente corriente, partidos políticos, una iglesia y tres personajes fundamentales: el cura don Camilo, que discute constantemente, pero sin odio, con el alcalde comunista Peppone, con el que llega finalmente a un acuerdo sobre las cosas esenciales; y el crucifijo que habla con el cura.

Con 'Don Camilo' (1952), de Julien Duvivier, comenzó la serie de películas interpretadas por Fernandel como el párroco y Gino Cervi como Peppone. A partir del minuto 1:49 empieza la película y enseguida el primer diálogo del sacerdote con el Cristo de su iglesia.

Si se tiene un punto de referencia al que mirar y se tiene en cuenta el bien propio y el de los demás, incluso en los propios intereses partidistas, entonces se puede volver a empezar, incluso y sobre todo desde la propia maldad y cotidianidad. Hay, sin embargo, una conciencia subyacente a este modo de mirar y concebir la realidad, la conciencia de que entre dos personas, aunque sean enemigas y adversarias, hay siempre y en todo caso una tercera persona: Cristo.

Las historias que cuenta Guareschi son corrientes, pero en medio de estas historias corrientes pueden ocurrir cosas que no ocurren en ningún otro sitio. En ese trozo de tierra entre el río y la montaña, Guareschi explica que "hay un aire especial que es bueno para los vivos y para los muertos". ¿Cuál es el secreto de la carga entusiasta que transmite la lectura de las historias de Brescello? La certeza de un destino bueno para todos nosotros que anima a Guareschi e impregna la verdadera historia que cuenta.

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En un diálogo con el crucifijo, don Camilo se muestra pesimista y decepcionado por la marcha de los acontecimientos históricos y por la maldad que demuestran los hombres. El crucifijo le pregunta en tono de reproche: "Entonces, ¿habrá sido inútil mi sacrificio? ¿Habrá fracasado mi misión entre los hombres porque la maldad de los hombres es más fuerte que la bondad de Dios?". El sacerdote responde que no está desanimado, pero que en los tiempos actuales es realmente difícil comunicar y dar testimonio de la fe, porque hoy "la gente solo cree en lo que ve y toca. Pero hay cosas fundamentales que no se pueden ver ni tocar: el amor, la bondad, la piedad, la honradez, la modestia, la esperanza. Y la fe. Cosas sin las cuales no se puede vivir".

Los comunistas quieren acudir a la procesión del Cristo con sus banderas. Don Camilo se niega, y Peppone decide boicotear el acto. Unos acobardados fieles dejan solo al párroco, quien, crucifijo en mano, se dispone a afrontar él solo el boicot. Cuando el párroco le pide al alcalde que se descubra, éste lo hace: "No por usted, sino por Él". Guareschi en estado puro.

El hombre se dirige hacia la autodestrucción, argumenta el cura, está aniquilando lo que ha generado a lo largo de muchos milenios y está volviendo a ser "el bruto de las cavernas. Las cavernas serán altos rascacielos llenos de máquinas maravillosas, pero el espíritu del hombre será el del bruto de las cavernas". Don Camilo le pregunta al crucifijo qué se puede hacer en esta situación. Con una sonrisa, Cristo responde que, cuando el agua abandona el lecho del río y sumerge la tierra, la semilla debe salvarse.

Una vez que el agua haya vuelto al lecho del río y el sol haya secado la tierra, el agricultor aún podrá arrojarla "sobre la tierra, que será aún más fértil por el limo del río, y la semilla dará fruto, y las espigas hinchadas y doradas darán a los hombres pan, vida y esperanza. Hay que salvar la semilla: la fe. [...] Debemos ayudar a los que aún poseen la fe y mantenerla intacta".

Traducido por Verbum Caro.