Europa está en una crisis de identidad, pues ataca la fe que la conformó y cuestiona todo aquello que hizo del continente una cultura hegemónica. El historiador y analista Florentino Portero analiza en una entrevista con Javier Lozano para la Revista Misión la salud del viejo continente, donde los ciudadanos rechazan las raíces de las que provienen pero sin encontrar para ello una alternativa real.
En 1982, en Santiago de Compostela, san Juan Pablo II dejó una cita célebre: “Te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces”. ¿A qué Europa se refería?
Se refería a la Europa que surgió tras el hundimiento del Imperio romano y en la que destacó la figura de san Benito de Nursia. Sus monasterios fueron el punto de convergencia máxima entre la cultura judeocristiana, que es una cultura asiática, y la cultura grecolatina, específicamente europea. Ese encuentro entre razón, ciencia y fe dio paso a lo que llamamos Europa: una cultura. Ha sido la cultura hegemónica, la del pensamiento, la de la belleza… Ninguna otra cultura tiene ni por aproximación un nivel semejante en música, en pintura o en escultura.
¿Por ejemplo?
No hay nada semejante a Brahms o a Bach en otras culturas. Mientras hemos creído en nosotros mismos hemos sido la cultura hegemónica. Pero Europa ha entrado en una crisis de identidad muy fuerte a partir de los años 70 del siglo pasado y hoy somos el resto de una cultura, un entorno poscristiano que se debate en busca de una identidad. Se rechazó la obra de Benito de Nursia y de los grandes padres de la cultura europea sin ofrecer una alternativa.
¿Cómo lograron los monjes benedictinos vertebrar la cultura europea?
Al hundirse el Imperio romano se da un fenómeno de dispersión. Desaparecen las grandes urbes, que eran las que tenían las bibliotecas y los centros de formación. Los discípulos de san Benito recogieron el conocimiento para establecer bibliotecas en sus monasterios, y a la vez fueron copistas. De esa manera lograron expandir el conocimiento por todo el continente a través de sus monasterios. A partir del siglo XII y XIII, cuando las ciudades resurgen, nacen órdenes como los dominicos, o más adelante los jesuitas, que llevarán esta responsabilidad en las universidades.
¿Qué ha ocurrido con esa Europa?
Lo que vemos ahora es la crisis de la identidad europea, una crisis de la modernidad. Las corrientes relativistas cuestionaron esa fusión que se hizo en la etapa final del Imperio romano, a partir del trabajo de los benedictinos. Hoy cuestionamos lo más característico de Europa, que es evidentemente sus raíces cristianas.
¿Qué provoca ese rechazo?
Genera una desazón que lleva a la expresión máxima de la decadencia: hemos dejado de reproducirnos porque no estamos interesados en nuestra propia cultura.
Entonces, ¿Europa ya no es cristiana?
Es poscristiana. Cristo y el cristianismo ya no son la columna, pero están ahí porque son la herencia. Existe una realidad voluntarista de unas generaciones que quieren vivir en un entorno distinto, pero que no encuentran cómo asentar esa nueva cultura sobre unos pilares medianamente sólidos. Al cristianismo no le hereda una cultura alternativa, le hereda un vacío.
Usted cita recurrentemente el mal del relativismo. ¿A qué se refiere?
El relativismo es una reacción europea contra la propia identidad europea. Durante siglos hemos hallado un equilibrio entre fe y razón. En el momento en el que se renuncia a lo trascendente, el ser humano se vuelve escéptico sobre el sentido último de la vida. Sin sentido de trascendencia, el hombre se limita a sobrevivir. No tenemos una agenda vital sobre cómo queremos afrontar el mundo. Sólo queremos gestionar el presente, y a una sociedad adanista o narcisista sólo le queda el bienestar y el placer, en cualquiera de sus formas.
¿Este es el signo de la decadencia?
Desde luego. El territorio europeo está en clara decadencia, también en términos económicos. Generamos menos riqueza, menos innovación… Occidente pesa cada vez menos en el planeta.
Hablando de la UE, ¿qué une en realidad a un español con un holandés?
El legado cultural. Hemos vivido una historia común, tenemos unos valores de referencia comunes. Aunque odiamos ese legado, ese odio nos une. Tenemos más afinidad entre nosotros que con un keniano o un coreano.
¿Se echan de menos líderes como Schumann, De Gasperi o Adenauer?
La política es un mercado que está regido por la ley de la oferta y la demanda. La sociedad europea hoy no demanda ese tipo de líderes. Demanda técnicos que les aseguren bienestar. Ahora no hay menos cabezas que en otra época, lo que ocurre es que están en su casa, en la universidad, en un monasterio… No es un problema de liderazgo, es de ciudadanía.
¿A qué se refiere?
Hemos vivido dos guerras mundiales que han agotado Europa. Para resolver esto hemos creado el estado de bienestar, que es un amable néctar que te produce una simpática tranquilidad, pero que en el fondo te invita a olvidarte de los grandes problemas. Hemos tenido el espejismo de unas cuantas décadas de progreso económico, pero en el camino Europa se ha dejado sus valores, su conciencia y su voluntad de ser.
¿Existe una desconexión entre las élites europeas y los ciudadanos?
Las élites nos ayudan a pensar y plantean los problemas de manera inteligente. Esos no están en Bruselas. Allí hay gente muy capacitada técnicamente, pero sin una visión, son gestores. Hoy el problema es que la sociedad vive de espaldas al pensamiento.
¿Hacia dónde se dirige Europa?
En el plano cultural sencillamente va a avanzar hacia más relativismo. En el plazo de 30 años creo que los propios europeos se cansarán del relativismo porque es estéril, no resuelve nada, y por lo tanto habrá una vuelta a la vieja Europa, a los viejos debates.
¿Volverá a tener Europa la fuerza cultural de antes?
La historia siempre va hacia adelante. Afrontaremos tiempos nuevos. Pero los jóvenes un día dirán: “El legado que me han dejado mis padres es basura. Tenemos que volver a los abuelos o a los bisabuelos”. Y volverán a escuchar a Bach, a Beethoven y a Brahms, a leer a los grandes y se dejarán de todo este narcisismo atontado que vivimos hoy.
¿Qué fortalezas tenemos para recuperar este legado?
Hemos sido capaces de desarrollar la cultura más potente del mundo y el modelo de Estado más justo, igualitario y libre del planeta, y tenemos que estar muy orgullosos de haber construido todo eso. Somos los descendientes de Cervantes, de Schubert y de Bach, y eso evidentemente nos da un potencial enorme. Se trata ahora de salir del ensueño idiota en el que nos encontramos y reencontrarnos con el fundamento de nuestra historia.
¿Y en todo esto el cristianismo qué debería aportar?
Pensar que Europa puede existir sin el cristianismo es no entender el origen de Europa. Europa es una obra político-religiosa y todos estos valores son profundamente religiosos. Cristianismo y ciencia han ido de la mano; la Iglesia ha tirado de la ciencia en momentos muy importantes. Por lo tanto, una Europa definitivamente poscristiana o ajena al cristianismo sería un entorno geográfico, pero no su cultura.