Ya está en las librerías Visigodos. La verdadera historia de la primera España, de José Javier Esparza (La Esfera de los Libros), una pieza más de la vasta presentación que el escritor y periodista valenciano está llevando a cabo de periodos de la historia de España absolutamente decisivos para su configuración como sujeto histórico: desde su trilogía sobre la Reconquista su última aportación sobre los Tercios de Flandes.
En esta ocasión traza un relato documentado y apasionante sobre los godos desde sus orígenes escandinavos con sus distintos asentamientos en el continente, hasta llegar a aquellos que se establecieron en la Península Ibérica y cuya labor de gobierno sobre la población local -primero por encima de ella, luego en una fusión creciente- dio lugar a la primera unidad política europea propiamente dicha: España. Ateniéndose a las fuentes, es decir, dejando de lado numerosas ideas erróneas que nacen de los prejuicios contra la Edad Media, de la aversión al cristianismo o de la corrección política, Esparza nos recuerda que los visigodos fueron el pueblo bárbaro más culto, que tuvieron a su mando algunos reyes de gran talento y que formaron en España una simbiosis con la Iglesia a través de los Concilios de Toledo que, con sus luces y sus sombras, ha configurado nuestra historia. Una minoría dirigente arriana sobre una población católica (hasta la conversión de Recaredo) que, como él mismo señala, fue una distinción más política que religiosa.
José Javier Esparza, durante una reciente entrevista en La Contra TV.
-¿Quién, cómo y por qué decide que esa diferenciación debe terminar?
-Leovigildo, seguramente. Y sin duda por razones políticas, porque ya no era posible seguir considerándose tributarios de Roma y al mismo tiempo construir un reino singular. Pero para eso era preciso que la mayoría de la población hispanorromana, católica, aceptara el dominio político de la minoría hispanogoda, arriana. Ahí comienza todo. Leovigildo intenta la fusión, primero, en torno al arrianismo. Será un fracaso. Sólo quedaba hacerlo en torno al catolicismo. Y lo hará su hijo Recaredo.
Recaredo, hijo de Leovigildo y hermano del mártir San Hermenegildo se convirtió al catolicismo en 587, y oficializó la conversión del reino dos años después, en 589, durante el III Concilio de Toledo. El cuadro de Antonio Muñoz Degrain (1888), que se conserva en el Senado español, visualiza así el momento de la abjuración del arrianismo por parte de Recaredo en la basílica de Santa Leocadia, en Toledo. Lo hace ante su esposa, la reina Badda, y, a la izquierda del cuadro, San Leandro, arzobispo de Sevilla.
-Lo que nace del impulso político de Leovigildo y de la conversión de Recaredo, ¿es ya "España" como realidad?
-Ellos lo llamaron España (Hispania) y lo concibieron como una realidad política independiente y singular. Sí, creo que cabalmente eso se puede considerar ya la primera España. Y San Isidoro era muy consciente de ello, según se desprende de sus propios textos.
-¿Cuál fue el papel de los Concilios de Toledo en la configuración del reino?
-Los concilios vinieron a ser la constitución, por así decirlo: el lugar donde se marcaban las líneas tanto políticas como religiosas sobre las que se tenía que construir el Estado. Fueron decisivos en todos los órdenes.
-¿Por qué fueron tan persistentes las persecuciones contra los judíos?
-La persecución de los judíos era algo que venía de tiempos del bajo imperio romano. El reino godo de Toledo hizo del cristianismo la columna vertebral del Estado. Al hacerlo, exacerbó la persecución porque consideraba que no cabía ya otra comunidad distinta de la cristiana. Las medidas contra los judíos para forzar su conversión fueron algo casi ritual en todos y cada uno de los sucesivos reinados desde Sisebuto.
-¿Se aplicaban en la realidad?
-Lo sorprendente es que consta que había comunidades judías observantes hasta principios del siglo VIII, luego no debieron de ser demasiado efectivas.
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-Antes mencionó a Sisebuto, un rey del que hace un retrato sorprendente...
-Sisebuto es un personaje excepcional, gran jefe de guerra y al mismo tiempo un hombre extraordinariamente culto, que conocía la obra de Aristóteles y la literatura latina. Su carta a Isidoro de Sevilla sobre los eclipses de sol, donde da por hecho que los planetas son esferas que giran en el espacio, es enormemente reveladora. Y además, en efecto, dictó medidas draconianas contra los judíos para obligarles a convertirse al cristianismo.
Estatua de Sisebuto (612-621) en el Paseo de Sisebuto de Toledo (foto: Norogaca). Escribió una carta en verso y en latín a San Isidoro de Sevilla, tras leer su Liber Rotarum, explicándole por qué cree que los cuerpos celeste son esféricos (también la Tierra: "Nada del tópico de la 'Tierra plana' medieval", explica Esparza, que reproduce esta célebre Epístola de Sisebuto), ofreciendo una teoría de los eclipses en función del cruce entre sus órbitas y asegurando que las estrella tienen luz propia, no reflejada del Sol.
-¿No es eso muy distintos a lo que dicen los tópicos sobre la Alta Edad Media?
-Mucho. Nos han vendido la imagen de un mundo oscuro y bestial, hundido en la incultura. Eso nunca fue así, y la España visigoda es quizás el mejor ejemplo.
-¿Fueron "nuestros pecados" (los pecados de nuestros padres visigodos) los causantes de la invasión musulmana, según consideran algunas crónicas?
-El pecado del reino visigodo de Toledo fue el mismo que descompuso al reino de los francos en la Galia o al de los ostrogodos en Italia: el crecimiento excesivo del poder privado, el de los nobles terratenientes, frente al poder público de la corona. Pero fueron la terrible peste del año 693 y las hambrunas subsiguientes lo que llevó al reino a una situación de debilidad extrema. Sobre eso, añádase una guerra civil entre las facciones que se disputaban el trono. Los musulmanes llegaron llamados por una de las facciones. Constataron esa extrema debilidad y la aprovecharon en su propio beneficio.
-¿Qué efecto tuvo la invasión musulmana sobre la conservación de patrimonio artístico y documental visigodo?
-Letal, sin ninguna duda. El depósito de la cultura, en la época, eran las iglesias, y centenares de ellas ardieron con su contenido. Las propias crónicas árabes lo cuentan. Si ya la situación era sumamente grave tras la gran crisis de 693-710, la invasión y su corolario de destrucción hicieron que la memoria cultural visigoda pereciera. Nos quedaron los códigos, algunas iglesias y pocas cosas más. Por eso tan sugestivo, hoy, tratar de recuperar la memoria perdida de aquella primera España.
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