El 8 de septiembre la Iglesia celebra la Natividad de la Virgen María, introducida en el año litúrgico en el año 695 por el Papa San Sergio I.
"¡Oh feliz pareja, Joaquín y Ana, a vosotros está obligada toda la creación!", proclamaba en aquellos años San Juan Damasceno (675-749), en una célebre homilía que consagró a este acontecimiento de la historia: "Por vuestro medio, en efecto, la creación ofreció al Creador el mejor de todos los dones, o sea, aquella augusta Madre, la única que fue digna del Creador. ¡Oh felices entrañas de Joaquín, de las que provino una descendencia absolutamente sin mancha! ¡Oh seno glorioso de Ana, en el que poco a poco fue creciendo y desarrollándose una niña completamente pura, y, después que estuvo formada, fue dada a luz!".
"Tenemos razones muy válidas para honrar el nacimiento de la Madre de Dios", añadía el obispo sirio, "por medio de la cual todo el género humano ha sido restaurado y la tristeza de la primera madre, Eva, se ha transformado en gozo... ¡Aclamad al Señor, tierra entera, cantad, exultad, tocad instrumentos!".
La representación iconográfica de la escena ha sido muy extensa y variada a lo largo de siglos de arte cristiano. La teólogo y marióloga Françoise Breynaert destaca seis obras con las que las distintas épocas han intentado trasladar a los fieles la esencia de un momento respecto del cual las Sagradas Escrituras nada explican, y por tanto queda en sus detalles a la imaginación del pintor..
El Maestro de la Vida de la Virgen, como se conoce al autor anónimo que entre 1463 y 1490 retrató diversas escenas de la vida de María, presenta una escena alegre y familiar donde la cama matrimonial es "una discreta evocación de la vida conyugal de Ana", para diferenciarla así de la virginidad perpetua de su hija.
"A diferencia de la concepción de Jesús, que es verdadero Dios y verdadero hombre", explica Breynaert, "la concepción de María, simple criatura, fue totalmente inmaculada, pero sin ser virginal". Santa Ana está aún en el lecho y le tienden a María, mientras otras mujeres disponen las cosas para el baño de la recién nacida y de su madre.
Domenico Ghirlandaio (1448-1494) sitúa el momento en el ambiente de la Florencia principesca de su época, donde Santa Ana se dispone a asistir al baño de la Virgen, quien se chupa el dedo.
El cuadro, que se conserva en la capilla Tornabuoni en Santa María Novella, en Florencia, presenta un auténtico escenario donde las figuras cobran vida y representan personajes de la época.
Domenico Beccafumi (1486-1551) representa el mismo momento del baño, con Santa Ana contemplando desde el lecho cómo una de las mujeres que han asistido al parto introduce delicadamente el dedo en el agua para probarla.
Como una reacción ante estas consideraciones, consideradas "demasiado prosaicas", Albrecht Altdorfer (1480-1538) sitúa el momento en una iglesia "inmensa y luminosa, como símbolo de María".
Santa Ana está en la cama, San Joaquín viene de trabajar "meditabundo y concentrado" y con un pan bajo el brazo, y quien sostiene a la Virgen es una joven maravillada ante ella. Para completar la sobrenaturalidad, un coro de ángeles saluda y embellece la composición.
Simon Vouet (1590-1649) devuelve la cotidianeidad y la rutina a la Natividad en el cuadro que orna la iglesia de San Francisco a Ripa, en Roma.
Santa Ana, al fondo, apenas puede mirar las primeras atenciones que recibe su pequeña.
Por último, Joseph-Benoît Suvée (1743-1807) devolverá el componente sobrenatural con los ángeles que contemplan a la Virgen mientras Santa Ana continúa en la cama. El cuadro puede contemplarse en la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, en París.