Entre 1793 y 1794, el Terror de la Revolución Francesa se ensañó particularmente sobre un territorio: La Vendée, departamento noroccidental en la región de los Países del Loira. El exterminio decretado por las autoridades de París contra la población, masivamente católica y monárquica, está muy bien documentado, aunque la historiografía oficialista lo silenció durante casi doscientos años.
Tanto, que ni Julio Verne, quien escribió una novela sobre ello, El conde de Chanteleine, se libró del ostracismo. Solo la sacrificada labor de algunos historiadores a riesgo de sus carreras, como Reynald Secher, consiguió rescatar la verdad de entre los escombros de la propaganda.
¿Fue un genocidio, el primero de la era moderna, lo que tuvo lugar en el espacio de unos meses en la Francia revolucionaria? Es lo que sostiene el jurista y diplomático Jacques Villemain, experto en derecho penal internacional, en su reciente libro Génocide en Vendée (1793-1794). Sobre ello le entrevista Victoire De Jaeghere en La Nef, que consagra un dossier al tema en su número de noviembre:
-En 2017, usted publicó Vendée 1793-1794. ¿Crimen de guerra? ¿Crimen contra la humanidad? ¿Genocidio? Un estudio jurídico que demuestra que estos tres tipos de crímenes fueron cometidos en la Vendée por las tropas de la Convención. ¿Por qué escribir un nuevo libro sobre este tema hoy?
-Tras establecer la naturaleza jurídica del crimen, hay que explicarlo. ¿Cómo una Revolución francesa comprometida en 1789 con el tema de la proclamación de los derechos del hombre y del ciudadano pudo cometer, al cabo de cuatro años y en nombre de esos mismos ideales, esos crímenes masivos? La continuación del libro está dedicada a las razones que hacen que en Francia no miremos a ese pasado a la cara. Cuando Reynald Secher publicó en 1986 su tesis sobre el "genocidio franco-francés" ¡fue un escándalo! Me esfuerzo en coger su relevo, pero a través de una demostración jurídica. Por último, demuestro cómo podríamos reconocer ese genocidio sin, a pesar de eso, caer en el "arrepentimiento", el "derribo de estatuas" y el odio y menosprecio por nuestra historia nacional.
-Usted insiste sobre el carácter jurídico de la noción de genocidio, diferenciándolo de un análisis histórico o social. ¿Qué importancia tiene el carácter jurídico de la noción de genocidio en una investigación como esta?
-El punto de partida es que la noción de genocidio es una noción exclusivamente jurídica. Fue concebida con el único objetivo de la represión penal de un crimen que, hasta la Shoah [genocidio judío durante la Segunda Guerra Mundial], no tenía nombre, pero cuyo concepto estaba reconocido por la tradición internacional, ese "derecho de los pueblos" invocado expresamente como base para la convención de la ONU de 1948, que lo definió. Historiadores y especialistas de las ciencias sociales dedicados a negar la tesis del genocidio lo ignoran ostensible y voluntariamente.
-¿Existe, por tanto, una definición concreta y universalmente reconocida de genocidio que permitiría aclarar el debate?
-Sí. La redactó la convención de la ONU "para la prevención y la represión del crimen de genocidio" (1948), tal como fue interpretada en los años 90 por la jurisprudencia de los tribunales instituidos por la ONU misma para juzgar a quienes cometieron los crímenes en la ex Yugoslavia (Srebrenica), en Ruanda y, también, con su participación [de la ONU], en Camboya (el genocidio llevado a cabo por el Khmer rojo) y, por ultimo, por el Tribunal Penal Internacional. Es la base de mi análisis.
-¿Qué diferencia hay entre genocidio y crimen contra la humanidad?
-Tomamos conciencia de ello en Nuremberg. Ciertamente, los nazis habían exterminado en masa a rusos, polacos y ucranianos, pero lo hicieron para liberar un "espacio vital" para el futuro Reich, que habría conservado al resto de estos pueblos como "siervos" para su beneficio. Los judíos, en cambio, eran un objetivo general y absoluto y, "como tal", su sola existencia era intolerable: ni uno solo debía sobrevivir. Es la razón por la que, en cuanto el tribunal de Nuremberg cerró sus puertas, la ONU inició los trabajos de redacción de lo que se convirtió en la convención de 1948, que hizo del "genocidio" un crimen distinto a los otros "crímenes contra la humanidad", porque la intención criminal no es la misma.
-Los textos de la Convención, de los representantes en misión, del Comité de Salvación Pública, así como de los [Estados] generales que usted cita, hielan la sangre por el cinismo de su voluntad exterminadora. ¿Cómo explica que la voluntad de un crimen como ese fuera posible y lo compartieran un número tan elevado de personas?
-Cinismo y/o ceguera. La sublevación vandeana planteó a los revolucionarios esta pregunta insoportable: ¿cómo una parte importante del pueblo puede levantarse contra la otra? ¡Ellos proclamaban que actuaban en nombre del pueblo y por su felicidad! Con todo, el 10 de agosto de 1792 no fue más que el golpe de Estado de una pequeña minoría y la Convención fue elegida en un clima de terror (con el 90% de abstención). La sublevación vandeana puso en evidencia su impostura, que ellos no querían ni podían reconocer o comprender.
La canción El escapulario evoca la memoria católica del pueblo vandeano en su lucha por el Reinado Social de Cristo.
»Barère, del Comité de Salvación Pública, evocará "la inexplicable Vendée" ante la Convención, pero el discurso revolucionario acabó concluyendo que los vandeanos eran unos estúpidos, unos degenerados debido a siglos de dominación clerical y nobiliaria. "Es por principio de humanidad que limpio la tierra de estos monstruos", dijo Carrier en Nantes. "Monstruos" significaba para ellos, literalmente, "anormales". No había más elección que erradicar a esta infrahumanidad por el bien de la verdadera Humanidad, la del futuro.
Los convencionales [partidarios de la Convención] hablaban de los vandeanos como los nazis hablarán de los judíos: "raza maldita", "raza execrable", "hay que exterminarlos a todos, hasta el último", etc., son términos recurrentes en su retórica. La lógica del genocidio estaba implantada.
-¿Por qué califica usted la guerra de la Vendée como "guerra religiosa"?
-En 1789, los futuros "vandeanos" acogieron bastante bien la Revolución. Sin embargo, tanto su cultura religiosa como su vida social estaba estructurada por el catolicismo. Vivían en pequeñas parroquias aisladas en sus bosques alrededor de sus "buenos curas", que eran muy cercanos porque habían salido de la población, por lo que vieron cómo su mundo se derrumbaba cuando todos estos sacerdotes, que rechazaron la Constitución civil del clero, fueron perseguidos.
»Cuando, además, se les exigió que lucharan en las fronteras para defender este nuevo orden que les perjudicaba (marzo de 1793), estallaron. La "República" tenía valor de verdadera "religión política" o "religión secular". Michelet no ha inventado nada cuando habla de la Revolución como de una nueva Iglesia o un nuevo Evangelio. Mona Ozouf evoca la búsqueda, por parte de los revolucionarios, de una "transferencia de la sacralidad" para fundar el nuevo régimen sobre una nueva legitimidad, como la del rey estaba fundada sobre la coronación en Reims. Pero para ello era necesario "transferir la fe". La causa profunda de esta guerra es religiosa, pero religiosa para ambos bandos.
-¿Cuáles son los principales obstáculos al reconocimiento del genocidio vandeano?
-Lo que se cuestiona es la fe revolucionaria, esa idea según la cual la violencia, "comadrona de la historia" (Marx), es el medio necesario y, por ende, legítimo, del progreso político y social. Los estudios revolucionarios en la Universidad francesa han sido organizados bajo la Tercera República [1870-1940] para celebrar la Revolución como mito fundador del régimen.
»A continuación nos persuadimos que 1917 sería el nuevo 1793, o la continuación del movimiento social lanzado entonces por los sans-culottes, pero esta vez sin Termidor. El ala variable de la izquierda, ya comunista, se ocupó de dirigir el sector universitario: a partir de 1937, todos los titulares de la cátedra de Historia de la Revolución francesa en la Sorbona, que marca el tono sobre este tema, han sido miembros de la Sociedad de Estudios Robespierristas, y casi siempre comunistas de partido o "compañeros de ruta".
»Disponen de poderosos respaldos políticos. Actualmente es, sobre todo, Jean-Luc. Mélenchon, que se autodenomina robespierrista, pero ayer eran François Mitterrand o Lionel Jospin que, por mantener una imagen de "izquierda" mermada por la política económica que defendían, la apoyaban. Sigue siendo una realidad muy evidente hoy en día.
-¿Por qué el reconocimiento oficial de este genocidio le parece tan importante? ¿Cuál sería su interés?
-Es un pasado que no ha pasado. La Vendée no ha olvidado. Philippe de Villiers no habría podido fundar su Puy-du-Fou con tantos voluntarios. El genocidio vandeano es el punto álgido de un trauma que ha podrido durante mucho tiempo las relaciones entre la Iglesia y la República. Sin embargo, no había necesidad de vivir en esta hostilidad. La forma republicana del régimen no ha supuesto, ni lo supuso en esa época, ningún problema a la Iglesia allí donde no estuviera acompañada de un sentimiento anticristiano (como es el caso de Estados Unidos), y en algunos casos incluso la ha acompañado (Irlanda, Polonia).
»A causa de este trauma, hemos inventado un concepto de "laicidad" que, de hecho, es antirreligioso, que solo existe en nuestro país hasta el punto que este término es intraducible en otros idiomas. Reconocer el origen del problema es indispensable si queremos superarlo. El reconocimiento del genocidio vandeano, que no es en absoluto imputable a "la República", sino a un grupo terrorista que se había adueñado del poder con este nombre en los años 1793-1794, permitiría reforzar nuestra unidad nacional y afrontar más serenamente el futuro moral e intelectual, es decir, espiritual, de nuestro país.
Traducción de Elena Faccia Serrano.