La pintora vanguardista española María Blanchard ha salido a la palestra recientemente porque el Museo del Prado ha comprado uno de sus cuadros, La Boulonnaise. El grueso de su obra está en el Reina Sofía.
Blanchard es un ejemplo palmario de que se puede ser mujer y artista de vanguardia y ser católica de misa diaria. A menudo se ha escrito sobre su persona y su obra sin prestar atención a su fe católica, algo que sucede con cierta frecuencia cuando se trata de artistas cristianos.
[Un ejemplo de esa desatención es este reportaje de 2015 de 30 minutos en RTVE dedicado a ella en exclusiva: una y otra vez nos habla de cómo se ha ignorado el genio de la artista, pero no dedican ni una palabra a su religiosidad ni su trato con los pobres; nota de ReL.]
María Gutiérrez Blanchard nació en Santander en 1881 (el mismo año que Picasso). Se la conoce como María Blanchard por el apellido que le dejó su madre, francesa de Biarritz y ascendencia polaca. Sus parientes, burgueses ilustrados y liberales en Santander, no eran religiosos en absoluto.
Marcada por la enfermedad desde niña
Desde niña, al parecer por un accidente de su madre durante el embarazo, padeció una terrible cifoescoliosis, enfermedad degenerativa que le retorcía el cuerpo y le provocaría grandes dolores. Era jorobada y coja.
«Cambiaría toda mi obra por un poco de belleza», comentó en algún momento. “Su deformidad corporal parece haber sido para ella un motivo de incesante sufrimiento. Se vio siempre excluida de todas las formas normales de la vida, y solo en muy escasa medida supo hallar un sustitutivo en su arte o, hacia el fin de su vida, en la religión”, dijo el crítico y poeta Gabriel Ferrater.
María Blanchard pintada por Tora Vega: María casi no se hizo fotos
Estudió con Anglada Camarasa, gran exponente de la pintura modernista catalana. La pintora rusa Angelina Beloff se convirtió en una de sus amigas más leales y con ella viajó a Londres y Bélgica. A su regreso, compartieron piso y estudio con el mexicano Diego Rivera, que en el futuro sería famoso como muralista y se casaría con Angelina.
Estudió después con la pintora María Vassilief, también rusa, quien la introdujo en el cubismo. El nuevo estilo la entusiasmó y se volcó en él.
Muchos críticos la reconocen como una figura clave del cubismo, al que dicen que aportó rigor formal, austeridad y dominio del color. Para gran parte del público, pasó desapercibida y eclipsada por Picasso, Braque y Juan Gris, con los que tuvo relación profesional y de amistad.
De hecho, la muerte de Juan Gris en 1927 sumió a María en una profunda crisis que influyó en su pintura, dicen, haciéndola más poética.
Parece que este acontecimiento fue el que marcó su inicio en la religiosidad intensa y la asistencia frecuente a misa.
La muerte de Juan Gris y los católicos Rivière
Recoge Juan Carlos Rodríguez en ‘Vida Nueva’ un análisis sobre el momento por parte de Carmen Bernárdez, profesora titular del Departamento de Arte Contemporáneo de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid.
“En 1927, tras la muerte de Juan Gris, volvió ella a la práctica católica –escribe Bernárdez–, en parte por la pérdida del amigo, aunque también por una crisis espiritual que muchos experimentaron y había alentado las conversiones de Max Jacob, Pierre Reverdy, Severini, Claudel, Rivière o Jean Cocteau. Se dejaba sentir la influencia de Jacques Maritain, también convertido al catolicismo y vinculado a L’Action Française, que pudo llegar a Blanchard a través de los Rivière o de Severini”.
Su biógrafo Ferrater escribe: “El caso es que, poco antes o poco después de su conversión, entró la pintora en estrecha relación con la familia del escritor Jacques Rivière, a cuya hija dio lecciones de pintura. En aquel ambiente de escritores católicos, la religión fue convirtiéndose en el centro de su vida espiritual”.
Tras su experiencia cubista, regresó a la figuración con obras maestras como ‘La comulgante’, de clara significación católica, causa del gran éxito que obtuvo en el 32º Salon des Indépendants, celebrado en París en 1921.
Un espectador observa el cuadro La Comulgante de María Blanchard
Se adentró entonces en una etapa de misticismo, de espiritualidad y de realismo.
Decía de nuevo de ella Ramón Gómez de la Serna, en su libro Pintores íntegros: “El alma de María era, sin embargo, tan española que necesitaba llenar de misticismo su bóveda románica y, después de su éxito, sentía que le quedaba íntegro y sin solución el gran espacio de un alma religiosa, entre ermita e iglesia en las afueras de la pintura”.
Con los pobres, y casi se hace religiosa
Se sabe que ayudaba a mendigos, prostitutas, pobres y tullidos, a quienes llegaba a acoger en su casa e incluso a retratar.
En cierto momento llegó a abandonar los pinceles por sus “escrúpulos de conciencia”, para dedicarse a los más necesitados. Fue su confesor en París, el padre Alterman, quien la convenció la convenció de volver a la pintura porque no contradecía a Dios. También fue el padre Alterman quien la disuadió de entrar directamente en vida religiosa.
La profesora Bernárdez dice de María que “en su pintura solo hallamos un motivo religioso explícito, San Tarsicio (1930-1931), retrato que inspiró el poema de Paul Claudel”.
Muchos han visto en sus versiones de maternidades –como la extraordinaria Maternidad oval (1921-1922) que se puede ver en Madrid– un recurrente motivo religioso, pleno de espiritualidad, ternura y sensibilidad, marcada por su propia experiencia vital: la de nunca poder ser madre por su enfermedad.
La Maternidad oval, de Maria Blanchard
En sus últimos años, María acudió a misa diaria hasta el final de sus días, aunque le costaba horrores el caminar. Daba regularmente fondos al orfelinato de la zona y atendía a los mendigos que llamaban a su puerta enviados por algún convento de la zona.
Cuentan que en su última Navidad antes de morir, gastó parte de sus recursos, ya no tan abundantes como llegaron a ser, en proporcionar comida y juguetes a varias familias de su entorno. Los pobres la llamaban ‘la angelical jorobada’.
Murió en 1932, con 51 años. A su entierro acudieron sus parientes y muchos indigentes.
Poco después, en el Ateneo de Madrid, el poeta Federico García Lorca pronunció su ‘Elogio a María Blanchard’ en un homenaje en el Ateneo de Madrid: «Yo no vengo aquí ni como crítico ni como conocedor de la obra de María Blanchard, sino como amigo de una sombra…Su lucha fue dura, áspera, pinchosa, como rama de encina, y sin embargo no fue nunca una resentida, sino todo lo contrario, dulce, piadosa y virgen».
Terminaba Lorca elogiando su cabellera -«la mata de pelo más hermosa que ha habido en España» dijo- sus magistrales manos, sus hermosos ojos...
Ramón Gómez de la Serna, que la incluyó en la exposición Pintores íntegros, la señalaría como «la más grande y enigmática pintora de España».
Un vídeo de 6 min. del Museo Reina Sofía, centrado en la obra pictórica de María Blanchard