Va a darse una guerra brutal por las mentes y las almas y los medios de comunicación serán el campo de batalla, avisa el periodista Hermann Tertsch.

En una sociedad de raíz cristiana pueden darse injusticias pero será "libre, generosa, compasiva y capaz de enmienda y perdón como ninguna otra jamás habida".

En cambio, una sociedad nacida de la Ilustración, la Revolución Francesa, el comunismo y el Mayo del 68, no puede, a medio plazo, permitir ni la libertad ni la compasión: será dogmática en extremo, asegurará ser científica y con convicción absoluta usará la guillotina para acabar con los disidentes.

"Ahora, el veneno del neomarxismo en nueva mutación de la corrección política y voluntad totalitaria pretende convertir su hegemonía en dominio total en Occidente. Se escucha ya ese «A la lucha final». El milagro está en que, pese a todo, no está decidida esta guerra. Y la voluntad totalitaria puede ser derrotada".

Esta es la tesis de un contundente artículo del veterano periodista Hermann Tertsch, buen estudioso de los totalitarismos. Español, hijo de diplomático austriaco, en su juventud fue miembro del Partido Comunista de Euskadi. Empezó a cubrir periodísticamente las dictaduras comunistas de Europa Oriental en 1982, primero en agencia Efe, y desde 1985 en El País, como corresponsal en Alemania, Polonia y enviado especial en la Guerra de Yugoslavia, donde vio los horrores del fanatismo identitario. Fue subdirector de El País y responsable de opinión de 1993 a 1996. Dejó este periódico afín al Partido Socialista en 2007. 

Recientemente ha avisado de la deriva totalitaria e irracional de la ideología de género, que multa y denuncia a quien ose cuestionarla. Ha llamado la atención contra las abusivas leyes LGTB de distintas regiones españolas, que no buscan defender a personas que sufren abusos (algo para lo que ya hay otras leyes), sino imponer una ideología irracional. 

Ahora, avisa de que, poco a poco, la sociedad se prepara para resistir la nueva oleada de totalitarismo, similar al descrito en las obras de George Orwell, "1984" y "Rebelión en la granja". Publicamos por su interés este artículo de opinión aparecido en ABC este miércoles.




por Hermann Tertsch

Los indicios del conflicto se multiplican. La mayoría de los políticos de la pequeña Europa aún no son conscientes de la enormidad del desafío. Será una gran batalla a librarse con ideas. Al menos de momento. A conquistar están cabezas y corazones.

Los campos de batalla son todos los medios de comunicación e instrumentos de formación de opinión y voluntades que ofrece la tecnología. 

Más que batalla será una guerra de aniquilación, porque una parte al menos se juega la existencia. Es la que cree en el ser humano creado a imagen y semejanza de Dios. Y no cree en el ser humano como fabricante de verdad absoluta y perfección.

Sus ideas han hecho posible esta sociedad imperfecta e injusta pero libre, generosa, compasiva y capaz de enmienda y perdón como ninguna otra jamás habida. Es como es porque es cristiana. 

Los que están enfrente, son los que creen que el hombre es indefinidamente moldeable, lo que hace posible transformarlo a él y a la sociedad a un estado de armonía y plenitud. No dudan, creen en la justicia y la igualdad y por esos bienes supremos están dispuestos a sacrificarlo todo y a todos.

Son un frente mutante que hoy lidera la socialdemocracia en esta épica campaña. 

Ellos son los herederos y adoradores de la Ilustración, el marxismo y el sesentaiochismo. Los tres tienen mucha mejor reputación de la que merecen. 

A la Ilustración le adjudican últimamente todas las grandes conquistas de la humanidad. Como si el mundo hubiera empezado con ese ataque de arrogancia del siglo XVIII en el que se pretenden deducir verdades absolutas de ciencia rudimentaria. Toda ciencia es rudimentaria ante la siguiente puerta. Afirman que toda ciencia viene de entonces e ignoran la Antigüedad y el prodigioso Renacimiento. 

Dicen que las leyes y la democracia vienen también de la Ilustración, cuando la gran democracia, la americana, la fundan sin excepción hombres religiosos y conservadores, con el fin supremo de proteger al hombre del abuso de poder del estado.

Del poder que se cree con verdades absolutas y científicas. Como sucede a los gobiernos siempre que actúan para verdades abstractas y no para realidades concretas de los hombres. Ahí empieza el desastre. 

La Ilustración no llamaba a la duda ni al escepticismo. Ni a la razón. Su primer gran producto práctico es pura irracionalidad: la Revolución francesa. La orgía de la muerte que sugería lo que iba a llegar por la misma senda en el siglo XX. 

Hoy, comunistas en España citan mucho la Revolución Francesa. Pero solo recuerdan la guillotina. Después llegó Napoleón que salió al mundo a quemar todo y hacerlo nuevo con su verdad de la modernidad. Más tarde el marxismo, hijo ilustrado para imponer «verdades científicas» en la conducta del hombre y la organización del estado. Acabó peor que la Revolución Francesa.

Con un siglo de miseria, hambre, dolor y más de 110 millones de asesinados por las ideologías redentoras del comunismo y el nazismo. Que se decían científicas, hijas de la Ilustración. 

El Mayo de 1968 trajo más de lo mismo: arrogancia y desprecio a todo lo ajeno. Se estrelló en el asalto a los cielos de la felicidad total. La vieja razón, la racionalidad y el sentido común, neutralizaron el delirio.

Pero la terrible herencia del 68 no dejó de avanzar y hacer daño en educación, instituciones, cultura, moral, hábitos y memoria. 

Ahora, el veneno del neomarxismo en nueva mutación de la corrección política y voluntad totalitaria pretende convertir su hegemonía en dominio total en Occidente. Se escucha ya ese «A la lucha final». 

El milagro está en que, pese a todo, no está decidida esta guerra. Y la voluntad totalitaria puede ser derrotada.