La guerra contra los belenes públicos es solo la manifestación más extrema de la aversión laicista hacia la Navidad. Pero hay otras más sutiles: todas aquellas que buscan desnaturalizarla proponiendo, simplemente, que sea algo distinto a lo que siempre fue. John Cuddeback, profesor de Filosofía en el Christendom College de Fort Royal (Virginia, Estados Unidos), explica en el blog Bacon from Acorns que consagra a la "filosofía del hogar", por qué el escritor inglés Hilaire Belloc (1870-1953), consideraba fundamental mantener sus tradiciones esenciales.
Belloc sobre la observancia de la Navidad
La Navidad no es el nacimiento de Cristo; lo que fue el nacimiento de Cristo, y sigue siendo, nunca cambiará. La Navidad es una celebración, un hacer memoria del nacimiento de Cristo. Y ha cambiado y seguirá cambiando.
Belloc, en un retrato de 1915 obra del fotógrafo Emil Otto Hoppé. Fuente: Wikipedia.
"La gente se pregunta cuánto queda de esta observancia y de la fiesta y sus costumbres", meditaba Hilaire Belloc hace más de noventa años en su ensayo A Remaining Christmas. Consciente de la pérdida general de las tradiciones cristianas de antaño, Belloc hace una crónica de cómo se celebra la Navidad en su casa de Sussex. El ensayo no es un mero relato de evocadoras prácticas festivas, sino que es una profunda reflexión sobre el lugar que dicha observancia tiene en la vida humana.
Belloc se centra sobre todo en cómo las dos grandes amenazas a la plenitud de la vida humana, a saber, la muerte y una "serie continua de muertes menores... llamadas cambio", se ven "desafiadas, encadenadas y puestas en su sitio por los actos inalterados y sucesivos" propios de la observancia de cada estación.
Según Belloc, la observancia de la Navidad se convierte en algo relevante y serio. Lo que está en juego es algo más que el concepto actual de "¿Qué tal te fue en Navidad?". El modo que tengamos de respetar la Navidad es una urgencia real: lo que está en juego es nuestra felicidad, incluso nuestra cordura. Belloc era muy sensible al poder desgarrador de lo que San Agustín llamaba la muerte en vida: el cambio. A menudo el cambio es percibido como una amenaza a lo que más queremos, por lo cual sentimos un deseo natural de ir más allá del mismo y permanecer seguros en lo que es estable. Las cosas más importantes de la vida son las que no cambian, o las que preferiríamos que no lo hicieran.
Sin embargo, el cambio es fundamental para el conjunto de la humanidad, y la calidad de nuestra vida depende de si tenemos una buena consideración del mismo. La observancia de la Navidad, por ejemplo, es un elemento fundamental de esta buena consideración. Celebrar bien la Navidad, según Belloc, es unirnos, nosotros y nuestros seres queridos, a algo inmutable. Conservar bien la Navidad es, en otras palabras, hacer que nos conservemos bien nosotros.
Una parte de esta unión a lo que es inmutable es, precisamente, el hecho de que nuestra observancia es tradicional: transmitida por quienes nos precedieron, la recibimos y la transmitimos sin cambios. Pasar por los mismos gestos, sobre todo los relacionados con lo sagrado, nos une de alguna manera, haciéndonos uno, con los que ya no están. Están con nosotros en lo que hacemos, tal como lo hicieron ellos.
Cuando era niño, yo siempre deseaba que llegara la Navidad mucho antes de que llegara. Y cuando llegaba y pasaba sentía una gran tristeza, incluso pesar. No creo que esto signifique necesariamente que había algo equivocado en nuestro modo de celebrarla, aunque tal podría ser el significado. Aunque sin duda siempre había una cierta tristeza cuando esta gran estación ya había pasado, creo que en general cuanto mejor celebrábamos la Navidad, más poder tenía nuestra observancia para elevar y transformar nuestro sufrimiento.
La Navidad es la celebración del cumpleaños primigenio. Cuando un recién nacido llega a casa, sucede algo que es totalmente único. Ese día, y durante muchos días después, es como si el tiempo se detuviera. Algo mucho más grande y más significativo que las preocupaciones de un día de trabajo se ha abierto camino. Nuestro hijo está aquí. Nos pertenece, y le pertenecemos. Nada más importa, ahora que estamos juntos. Y no hay nada que pueda quitarnos esta alegría. Los días están llenos de mantas suaves, bonitas felicitaciones, globos, fotos, comidas especiales, todo ello imbuido del poder de la presencia de ese bebé.
La Navidad también puede ser así. Un niño ha llegado a nuestro hogar, y todos juntos le recibimos. Él nos pertenece, y nosotros le pertenecemos. Nada más importa ahora que estamos juntos. Y señalamos esta llegada con los signos y las actividades apropiadas, todas ellas imbuidas del poder de la presencia constante de ese bebé.
Traducido por Elena Faccia Serrano.