Ha dirigido un estudio sobre las CXXII Reglas de Hermandades y Cofradías Andaluzas de los siglos XVI y XVII que ha publicado la Universidad de Huelva. Es el fruto de más de una década de investigación y trabajo en archivos y repositorios locales y nacionales para localizar los documentos y transcribirlos.
Las cofradías y hermandades nacen en la Edad Media, pero de aquella época la documentación que se guarda es escasa. Empieza a abundar justo a partir de la época estudiada en el volumen, que recibe además el impacto normativo del Concilio de Trento.
Los investigadores han recopilado las “normas de funcionamiento de una hermandad”, esto es, “a qué está obligado, qué derechos y privilegios puede gozar el que ingresa en ella", según explica la profesora Pérez González a Diario de Jerez. Muchas de las 122 que han recopilado y estudiado estaban perdidas y se han encontrado en lugares muy diversos, desde el Archivo Histórico Nacional (hasta 55) a colecciones privadas o bibliotecas municipales. Corresponden sobre todo a cofradías andaluzas, pero también de Madrid y Gran Canaria. De Jerez, que en la Baja Edad Media es la segunda ciudad andaluza después de Sevilla y por tanto entra en el Renacimiento con una red cofrade muy poderosa, se han documentado las de las cofradías de Los Remedios (1517), de La Piedad (1547), Las Cinco Llagas (1561), La Soledad (1564), el Santo Crucifijo (1573), San Juan Bautista (1615) y Las Angustias (1631-32).
El periodo recoge el impacto sobre la religiosidad popular de las codificaciones y regulaciones introducidas por el Concilio de Trento, con una “fuerte presencia de la muerte, el Purgatorio y el Más Allá", pero organizando “todo lo que es la vida en el Más Acá", explica la directora del estudio.
"Cuando una persona ingresaba en una hermandad tenía un objetivo muy claro: que lo entierren y que le celebren misas por su alma”, añade: “Había que asistir a una serie de actos de culto público como las procesiones”, y “quien ingresaba con problemas de índole material iba a recibir ayuda de la hermandad, pero también se sabía que al más mínimo incumplimiento de las reglas había que pagar multa. Es una relación mutua: yo te doy, tú me das. La gente no era muy cumplidora, algo que pasa ahora también". El sistema de multas y castigos era una forma también de financiar la hermandad, como en uno de los ejemplos citado: “Otro sí ordenamos que estando ayuntados en nuestro cabildo ninguno de los hermanos por enojo que tenga ni acidente de decir palabra desonesta ni ynjuriosa a ningún hermano, ni jurar por Dios ni por nuestra Señora ni a ningún sancto so pena de dos maravedís para cera...".
Hoy las reglas “son más simples y no hay tantas penas y castigos”, pero la contrapartida es que las cofradías “no hacen el esfuerzo por ver en qué pueden ayudar a sus hermanos. Se sentirían más vinculados si lo hicieran. Simples ejemplos: visitar a los hermanos de mayor edad, quedarse un rato con los hijos de una hermana para que se vaya al cine, poner en marcha una residencia de hermanos como la que tiene la Vera Cruz de Alcalá del Río". Cita por ejemplo la hermandad del Real Hospicio de Pobres y Mendigos de Madrid, que regentaba un hospital, y cuya regla establecía desde cuándo cambiar las sábanas a la ración diaria de comida o las horas de tomar el sol y ventilar la habitación. Las reglas también detallan todos los aspectos referentes a las procesiones, que en el Barroco se llenan de ornamentación en el cuerpo de los hermanos y en los pasos, porque “la calle se convierte en el escenario donde la cofradía se manifiesta”.
En la época que retrata el libro, "una cofradía era más que una institución que sacaba pasos a la calle, era una entidad social y por ello tenía tanta trascendencia, aunque te ayudaba a cambio de mucho”, porque se les dedicaba no solo dinero sino también “tiempo”.
La profesora Pérez González, que no habla solo como estudiosa sino también como teniente hermana mayor que ha sido en una hermandad, sugiere que ése es el camino que deberían seguir hoy las cofradías para recuperar su influencia: “Hoy hay mucha demanda social y si las cofradías quieren sobrevivir deberían estar más atentas a ello, a sus propios hermanos”.
Y destaca asimismo que entre quienes redactaban las normas había una gran preocupación “por que haya paz y armonía. Se hace todo lo posible por que los hermanos que estén enemistados hagan las paces”.
Pérez González lamenta que haya costaleros que quieran "lucirse fuera del paso más que dentro”. Las reglas “deberían evitar las que procesiones fueran un espectáculo en cualquiera de sus manifestaciones. No nos olvidemos que es un acto religioso”.