Una sola actriz, Yolanda Ulloa, interpreta con portentosa ductilidad a una docena de personajes, valiéndose sólo de su voz y sus gestos corporales para dar vida al protagonista, el pequeño Óscar, un niño que se está muriendo de cáncer, a los otros niños enfermos de su hospital, a sus padres, al doctor y a Mami Rosa, una mujer que acompaña al chico con franqueza, palabrotas e imaginación.
Mami Rosa propone que aproveche lo que le queda de vida viviendo cada día 10 años, y le anima también a escribir una carta a Dios cada día, contándole sus éxitos y sus deseos. Por supuesto, Dios no es como Papa Noel, que es una chorrada inventada, dice ella. Ella es, asegura, una terrible luchadora de lucha libre femenina, la "Estranguladora del Languedoc": nunca creería en algo tan tonto como Papa Noel, pero sí en Dios. Dios escucha y da regalos espirituales, afirma. Y eso es lo que poco a poco irá descubriendo el muchacho, educado en una familia sin fe.
La novela se ha traducido a 35 idiomas y dio origen a la película de 2009 Cartas a Dios, también muy emocionante, y con momentos de alivio cómico muy divertidos con unos coloridos combates de lucha libre femenina.
La obra de teatro enseña a aprovechar el tiempo en la vida. Y también a aprovecharlo en el escenario: con solo una actriz, hay que ir directo al tema. Un niño que se muere. Un niño que vive, simbólica, fantásticamente, 10 años al día. Un niño cuyos padres no son capaces de enfrentar la inminente muerte de su hijo, ni de hablar, ni de ser sinceros.
Hay muchos momentos simpáticos, que arrancan sonrisas y algunas carcajadas. Y hay un crecimiento en sabiduría humana. Decían los griegos que uno no podía ser filósofo (es decir, sabio) hasta después de haber cumplido 50 años. Pero hay algo más allá, que es la mística: poder ver, o al menos vislumbrar, con los ojos de Dios. El pequeño Oscar consigue algo de esto "a los 90 años". No es tarde para nosotros.
El mismo escritor, Éric-Emmanuel Schmitt, era agnóstico y de familia no religiosa, hasta que vivió una experiencia mística en el desierto del Sáhara, una experiencia de la belleza de la Creación y la grandeza del Creador, que le llevó a la fe cristiana, a una vida con propósito (lo explicó aquí con detalle). De ese amanecer bebe, sin duda, esta escena cumbre del Óscar "ancianito".
Esta versión teatral, minimalista en escenografía, intensa en sentimientos, la preparó en español Juan José de Arteche hace 13 años.
El director ahora es Juan Carlos Pérez de la Fuente, director del Teatro Español de Madrid de 2014 a 2016 (depende del Ayuntamiento: fue destituido al llegar Podemos al poder municipal). Pérez de la Fuente explica a la prensa que una de las enseñanzas de la obra es "mirar los problemas de frente". Otra sería aprovechar el tiempo, no perderlo con rencores ni resquemores.
La novela es de 2003 y, en algún sentido, quizá Óscar es "de otra época". Óscar no está enganchado al móvil ni a las pantallas, como tantos niños de su edad hoy. Óscar está enganchado a la vida que tiene que descubrir a toda velocidad.
Óscar, además, sigue siendo Óscar cuando es un "anciano", que ve la muerte ya muy cercana, que duerme casi todo el día, que ha logrado la paz y el equilibrio con los que le rodean. La etapa de ancianidad y serenidad del protagonista nos vacuna contra las ansias de "ser productivos" y "experimentar muchas cosas". Hay que saber pararse.
Óscar nos recuerda, con suavidad, humor y ternura, que podemos ser como él. Y el niño aprende escribiendo sus cartas a Dios y creciendo en amistad con Él.
He aquí una gran aportunidad de contagiarse algo de su sabiduría para quien pueda acercarse a Arapiles 16, en Madrid, antes del 25 de febrero (sesiones los jueves, viernes, sábado y domingo). "Óscar o la felicidad de existir" es una experiencia inolvidable.