Hay dos sentimientos llamados a habitar en un alma cristiana: el arrepentimiento y la gratitud. El primero –contrición lo llama la Iglesia– nace del encuentro entre la criatura pecadora y su Redentor, entre el "mísero" y la "Misericordia"; la segunda brota de la memoria viva de los beneficios recibidos instante tras instante, día tras día, porque "todo es Gracia".
Al acercarse el final de un año de nuestra vida –de mi vida– surgen poderosos estos dos sentimientos, que la Iglesia reconoce como virtudes. Decía el genial Charles Péguy que la tragedia de nuestro tiempo es que "nuestras miserias ya no son cristianas", es decir, que nuestros pecados ya no son vividos ante Dios, en su Presencia. En un cristiano pecador, en un mal cristiano –y todos los somos, en mayor o menor medida–, Dios encuentra aún "materia para su gracia". Porque "las peores miserias... incluso el pecado, a menudo son huecos en la coraza, por los cuales la gracia puede penetrar en la dureza del hombre". Pero el hombre "incristiano" tiene "la coraza inorgánica de la costumbre", sobre la que la espada que podría redimirlo, hiriéndole, resbala. Por eso, bendito sea Dios que manifiesta su poder en el perdón y la misericordia.
El Te Deum de Anton Bruckner (1885), interpretado en 1978 por la Orquesta Filarmónica de Viena bajo la dirección de Herbert von Karajan (19081989) en la Sala Grande o Sala Dorada del Musikverein de la capital austriaca.
En cuanto a la gratitud y la acción de gracias, la liturgia católica nos ofrece un precioso instrumento para expresarla con toda su hondura trinitaria: el antiguo himno latino Te Deum, que reúne las alabanzas de cielo y tierra –ángeles, apóstoles, profetas y mártires– al Dios "Padre de inmensa majestad, Hijo único y verdadero, digno de adoración, Espíritu Santo, defensor".
La Natividad del pintor norteamericano William Congdon (19121998), quien vivió sus últimos años en el monasterio benedictino de San Pedro y San Pablo en Cascinazza (Lombardía, Italia).
En este día 24 de diciembre, cuando la Iglesia se prepara para celebrar litúrgicamente el momento en que nuestro Señor "para liberar al hombre" aceptó "la condición humana sin desdeñar el seno de la Virgen", me uno al Te Deum de la Esposa de Cristo y doy gracias a mi Dios, Padre, Hijo y Espíritu, por el precioso don de la fe y por mi inmerecida vocación sacerdotal; por las personas –hombres y mujeres, ancianos y niños, especialmente niños– a los que me pide acompañar y sostener en este momento en mi parroquia de Santa María Magdalena de Anchuelo; por mi obispo, mis hermanos sacerdotes y mi querida diócesis de Alcalá; por mis padres, familia y amigos, rostros fieles de la hermosa historia a la que pertenezco; por los alumnos y compañeros del Instituto Diocesano de Teología y la Escuela de Arte Cristiano, con quienes busco la Verdad y su Esplendor; y por la posibilidad de hablar de Cristo, de hacer presente la belleza de la Iglesia y el abismo insondable que es el corazón humano en el mundo de la cultura, el pensamiento y el arte.
La actriz y cantante Vanessa Williams interpreta I wonder as I wander, himno navideño compuesto por John Jacob Niles en 1933.
Por eso, con inmensa alegría entono mi acción de gracias y me maravillo –como dice la canción I wonder as I wander– de que "Jesús, mi Salvador, viniera para morir por gente tan pobre y sencilla como yo". Gracias, Jesús. "In te Domine speravi, non confundar in aeternum".
Juan Miguel Prim es sacerdote, delegado de Cultura de la diócesis de Alcalá de Henares, párroco de Santa María Magdalena de Anchuelo (Madrid) y director de la Escuela de Arte Cristiano del Instituto Diocesano de Teología. Ha traducido al español, entre otras, obras del cardenal Angelo Scola.
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