Santa Teresita del Niño Jesús murió en el Carmelo de Lisieux en 1897, a los 24 años de edad. Cuando en 1914 estalló la Primera Guerra Mundial, la devoción a la joven carmelita estaba tan extendida que para miles de soldados, en su inmensa mayoría franceses -pero no solo franceses-, su imagen fue la escogida como protectora. Un reciente artículo en Famille Chrétienne muestra algunos casos significativos:
Santa Teresita de Lisieux fue beatificada en 1923 y canonizada en 1925.
“¿Cómo explicar la atracción tan extraordinaria que ejerce una carmelita sobre nuestros soldados? ¿Acaso no está la una en las antípodas de los otros?” Estas palabras, fechadas en octubre de 1916, son de un oficial. “A lo largo de la Gran Guerra, el Carmelo de Lisieux recibió miles de cartas acompañadas de balas, metralla, trozos de obús y medallas transformadas en exvotos”, puede leerse en Nous, les Poilus. Plus forte que l’acier. Lettres des trancheés à Thérèse de Lisieux [Nosotros, los 'Peludos'. Más fuerte que el acero. Cartas desde las trincheras a Teresa de Lisieux] (Cerf), que publicó una selección en 2014. Numerosos soldados, tanto como sus familiares, tuvieron el impulso de rezar a la joven.
Estas cartas, celosamente conservadas por las religiosas, son denominadas “rosas”. Dan cuenta de una protección, de una curación, de un regreso a la fe, a veces incluso de una aparición. Muchos combatientes llevan consigo “imágenes” o “bolsitas” de recuerdos confeccionadas por el Carmelo de Lisieux y enviadas al frente por millares.
“Es un error creer que la fama de Santa Teresita no es anterior a 1914-1918”, precisa la historiadora Antoinette Guise-Castelnuovo: “En realidad, en vísperas de la guerra, la devoción ya estaba bien extendida. ¡Es incluso la santa predilecta de un soldado austriaco! Su proyección es internacional: en 1913, su mensaje ya se había difundido en cuarenta idiomas”.
Salvado de una muerte cierta: Conde de Bérenger, 7 de septiembre de 1914, batalla del Marne
“Mi compañero de la derecha acababa de morir por un certero balazo en la cabeza, el de la izquierda tenía la pierna rota por la explosión de un obús y otro un hombro. Los minutos, en tales circunstancias, parecen horas y se piensa deprisa.
»No dudando de que me llegaría el turno, hice mentalmente mi acto de contrición, y fue entonces cuando me acordé de la Hermana Teresa, de quien mi madre me había dado una reliquia que llevaba conmigo. Empecé a invocarla diciendo: ‘Hermanita Teresa, no te conozco, pero mamá te reza y te quiere mucho, si me sacas de aquí peregrinaré a Lisieux y haré todo lo posible para difundir tu nombre entre mi círculo de amigos y de parientes’. Luego me puse a disparar, esperando el tiro que tenía que llegarme… y que no llegó. (…) Debo ciertamente la vida a la protección de la Hermanita, a quien seguí invocando luego en todos los momentos difíciles.
»No hace falta añadir que, en cuanto tuve un permiso tras caer enfermo, acudí a Lisieux a dar las gracias a la Hermanita y pedirle su ayuda para lo que viniese después”.
Converso por una aparición: Auguste Cousinard, noviembre de 1914, infantería
“Me había alejado de la Iglesia desde mi Primera Comunión. Sin embargo, acepté llevar una reliquia y una imagen de la Hermanita, y cada que vez que en combate me encontraba en peligro, instintivamente la llamaba en mi ayuda, y quiero señalar que siempre me protegió, a mí y a mis camaradas, porque jamás vi a ninguno de ellos muerto o herido cerca de mí.
»A mediados de septiembre estábamos tumbados en las trincheras del Gotha, cerca de Reims. Pensaba con gran tristeza en mi pequeña familia y le dije a Sor Teresa: ‘Hermana mía Teresa, te suplico que me lleves con mi mujer y mis hijos y te prometo acudir a tu tumba tan pronto como regrese a mi país’. Acababa de hacer esta oración, cuando vi abrirse una nube y el rostro de la santa destacar sobre el cielo azul. Creí ser víctima de una alucinación. Me froté los ojos varias veces, volviendo a mirar la visión, pero no pude dudar en modo alguno de que su rostro era cada vez más nítido y resplandeciente. Desde ese momento no volví a sentirme solo”.
Su imagen, un escudo para el corazón: soldado Bihan-Ponvec, 30 de julio de 1917, Goulven
“Reverenda madre, es para mí un deber de agradecimiento compartir con usted la forma milagrosa en la que fui salvado de un obús enemigo. Cerca de Moronvilliers (Marne), el pasado 20 de abril, el bombardeo era intenso. El mismo obús mató a seis camaradas míos e hirió a ocho, yo estaba entre los heridos. (…) ¡Solo al llegar al hospital de Bar-le-Duc comprendí hasta qué punto había estado en peligro y había sido preservado de él! Llevaba sobre el corazón, en el bolsillo interior de la guerrera, dos imágenes: una del Sagrado Corazón, otra de Sor Teresa. ¡Y también encontré metralla del obús! Mi capote, mi uniforme y mi libreta estaban agujereadas, solamente mi camisa y la ligera tela del bolsillo estaban intactas. Un milímetro más, y la metralla me habría matado.
»Como prueba de lo que estoy diciendo, le incluyo la querida imagen destrozada, rogándole que se celebre una misa de acción de gracias”.
“Todos gritaron '¡Milagro!'”: Joseph Bolle-Richard, desmovilizado en 1919, agricultor
“El 30 de julio de 1918 estaba dirigiendo el aprovisionamiento de munición de cuatro carros de artillería. Los conductores estaban ocupados en ese trabajo cuando, de pronto, los caballos, espantados por los bombardeos, salieron al galope en estampida… Conseguí dominarlos en medio minuto, tiempo suficiente para salvar a mis hombres.
»Pero tuve que soltarlos y caí pisoteado por los caballos. El convoy entero pasó sobre mí, esto es, cuatro carromatos con un peso de 1500 kg tirado cada uno de ellos por seis caballos. Me quedaron en el cuerpo cinco marcas de rueda y me arrancaron el uniforme a pedazos, fui arrastrado veinte metros. Pues bien, mi querida reverenda madre, a pesar de eso, ¡me levanté sin otra herida que un ligero rasguño en la cara! Un centenar de hombres que corrieron al lugar del accidente gritaron ‘¡Milagro!’ Como única respuesta, les mostré la reliquia de Sor Teresa y todos lo celebraron.
»A decir verdad, siempre tuve confianza en esta santa, y fue su protección la que me salvó”.
Traducción de Carmelo López-Arias.