La crítica católica en Estados Unidos ha acogido el filme con sentimientos encontrados. Por un lado se aprecia el respeto a la familia, a los ancianos y a la conexión entre generaciones, a través de la entrañable/irascible Abuelita, y del recuerdo a los difuntos.
En el aspecto negativo, en la película se excluye explícitamente la vida eterna, una vida feliz con Dios para siempre.
Los muertos viven una especie de “segunda vida” en su mundo paralelo sólo durante unos años, quizá siglos, mientras quede alguien en el mundo de los vivos que recuerde al difunto. Cuando ya no queda nadie, el difunto desaparece completamente. No hay Cielo, solo un perdurar temporal que depende de la fama: la falta de fama asegura la desaparición total.
A favor de la película, una familia numerosa hispana, amplia, con padres, primos, tíos, bebés y embarazadas, niños pequeños y abuelitos
Es una visión pre-cristiana, que enlaza bien con el Libro del Eclesiástico pero muy insuficiente para los cristianos.
En Eclesiástico (44, 1-9,13) leemos: “Hagamos el elogio de los hombres de bien, de la serie de nuestros antepasados. Hay quienes no dejaron recuerdo, y acabaron al acabar su vida: fueron como si no hubieran sido, y lo mismo sus hijos tras ellos. No así los hombres de bien, su esperanza no se acabó; sus bienes perduran en su descendencia, su heredad pasa de hijos a nietos. Sus hijos siguen fieles a la alianza, y también sus nietos, gracias a ellos. Su recuerdo dura por siempre, su caridad no se olvidará”.
En la época que se escribió este libro bíblico, sin promesas claras de vida eterna como las de Jesús, los hebreos esperaban al menos perdurar de alguna manera con la fama de las cosas buenas en sus herederos.
Todas las culturas cristianas tradicionales también han dado cierto valor a la fama, aunque relativo, como explicaba el poeta Jorge Manrique en sus famosas Coplas a la Muerte de Su Padre, del siglo XV:
“Pues otra vida más larga
de fama tan gloriosa
acá dejáis.
Aunque esta vida de honor
tampoco no es eternal,
ni verdadera,
mas, con todo, es muy mejor
que la vida terrenal,
perecedera”.
Así, la vida de la fama y el recuerdo de los difuntos, tiene lugar, pero es insuficiente, “no es eternal / ni verdadera”.
Y lo mismo pasa con ese Mundo de los Muertos de la película “Coco”, por mucha música y colores alegres que se le quiera dar.
John Mulderig, el crítico del Catholic News Service, considera que los niños pequeños no deben ver esta película, porque confundirá su visión de la Otra Vida. Los adolescentes y adultos que tengan bien clara la doctrina católica sobre el Otro Mundo (Muerte, Cielo, Infierno, Purgatorio, Juicio) sí pueden disfrutar de la película.
Es bueno recordar que nuestros parientes fallecidos siguen vivos... pero no en una "esqueletolandia" perecedera, sino en una vida eterna tras el Juicio de Dios
Steven D. Greydanus, veterano crítico de cine del National Catholic Register, un antiguo protestante que es, desde hace unos años, diácono católico, alaba en su reseña el dibujo y la imaginería de la película, pero lamenta estos elementos sobre la Otra Vida.
“Hay edificios de iglesias y cruces en monumentos en cementerios y en casas; hay una imagen de la Virgen de Guadalupe que adorna una pared en el hogar de nuestro protagonista, Miguel, de 12 años, donde vive con su extensa familia. Su irascible Abuelita hace la señal de la cruz y alguien dice ‘Santa María’”.
Pero… “¿de qué sirve esta iconografía católica cuando la película estipula de forma bastante explícita que la vida tras la muerte es solo un asunto temporal, atada a la memoria terrenal? Una parada en esqueletolandia es una cosa, siempre que haya apertura a la idea de que no es el final. Una muerte final sin brizna de esperanza en una etapa posterior de vida más allá parece hacer de esa imagen de la virgen y de esas cruces del paisaje una burla”, lamenta Greydanus.
En la película, como en México, las familias vivientes se reúnen en los cementerios en el Día de Muertos para levantar altares de homenajes a los fallecidos, recordar a sus difuntos y contar historias sobre ellos. La película dice que, además, una fotografía en el altar permite que el difunto visite a los vivos: incluso hay un control como el de los aeropuertos. (¿Es que antes de la invención de la fotografía en el siglo XIX no podían?).
Greydanus señala que “la película no explica que el Día de Muertos es en realidad un festival de tres días que coincide con la Víspera de Todos los Santos (Halloween), el Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos, ni que orar por los difuntos es parte de la tradición. ¿Para qué se reza si no?"
En la película los muertos son recordados... pero nadie reza por ellos, porque en la vida real se reza para ayudar a ir al Cielo, y en la película no hay Cielo.
Greydanus, como católico, valora que las fotografías, en la tradición visual de Occidente, al emnos ayudan a “mantener presentes a los difuntos ante nuestros ojos así como en nuestras mentes”.
Otra denuncia del crítico es que, “como en demasiadas películas animadas en la década desde Ratatouille, Coco también se centra en un joven protagonista con una pasión creativa que su familia no entiende y no aprobaría”.
Greydanus lleva tiempo denunciando la saturación de películas de dibujos que vienen a decir, básicamente: “muchachos, haced lo que sienta vuestro joven corazón, vuestros padres y mayores son bobos y no saben”.
Nunca queda clara la diferencia, en estas películas, entre “corazón” y meras apentencias.
El joven Miguel ve proclamar a su ídolo, un mariachi en un vídeo VHS: “el mundo puede seguir las reglas, ¡pero yo debo seguir mi corazón!”
“Aunque es verdad que la película al final subvierte este individualismo romántico, una vez más la norma familiar está mal y el corazón del protagonista está bien”, señala Greydanus.
Comenta también, almentándolo, que Pixar está volcado en hacer secuelas (Encontrando a Dory, Cars 3, Toy Story 4, Los Increíbles 2), con gran falta de originalidad, y que la última película original de la casa, El Buen Dinosaurio, fue fallida.